Fassbinder y los miedos a un amor diferente

Un fotograma de la película ‘Todos nos llamamos Alí’.

Un fotograma de la película 'Todos nos llamamos Alí'.

Un fotograma de la película ‘Todos nos llamamos Alí’.

Este año habría cumplido los 70, pero murió con sólo 37. Aun así, a R. W. Fassbinder le dio tiempo a dejar varias decenas de películas, algunas que nos conmueven profundamente hoy por su lucha contra los miedos y los prejuicios, las ‘normas’ y ‘normalidades’ impuestas. Como ‘Todos nos llamamos Alí’, de 1974, que muestra a una viuda que se gana la vida como mujer de limpieza y se enamora de un inmigrante marroquí 20 años más joven. La caza del entorno frente a este amor distinto se activa en una cinta que muestra magistralmente la sensación de vacío.

«De lo que tengo miedo es de tu miedo» (W. Shakespeare).

En estos dīas de alarma social y de amenazas de terror colectivas, no está de más una consideración que, más allá de las múltiples y elaboradas sobre lo económico, lo militar, lo ideológico, lo religioso, lo cultural, lo etnológico e historiográfico, ponga en marcha en nuestras conciencias, si de algo puede servir, la reflexión propia. Aquella que, como individuo, nos impide encontrar La Paz desde uno mismo, resolver acaso el miedo irracional a lo distinto. El miedo que proyecta nuestro propio miedo, nuestras carencias no resueltas.

Y como aquí de lo que hablamos es de cine, hoy me gustaría revisionar una extraña joya de los años setenta, concretamente de 1974, cuyo título original, Angst essen Seele auf, vendría a ser en castellano El miedo se come el alma y que en las pantallas españolas fue estrenada con otro singular título: Todos nos llamamos Alí.

Vigésima película escrita, producida y dirigida por el prolífico (más de 40 películas en apenas 15 años) cineasta, escritor y dramaturgo alemán Rainer Werner Fassbinder, desaparecido en 1982 a los 37 años y que este 2015 cumpliría los 70.

Todos nos llamamos Alí es deudora sin duda de la influencia que sobre Fassbinder inyectaron los melodramas de su venerado Douglas Sirk y en particular de su obra Solo el cielo lo sabe, pues en ella se trata el conflicto que el amor diferente, poco convencional, provoca en el entorno social en el que se manifiesta.

Hasta ahí quizás las equivalencias en lo que a formalidad se refiere con la obra del maestro Sirk, aparte, claro está, de la del melodrama como género. Todo lo demás corresponde al mundo estético y ético de Fassbinder, a su atrevido intelectualismo y a su moderna concepción de lo cinematográfico, de la vida.

Defendida sobre un argumento sencillo, el de Emmi (Brigitte Mira), viuda sesentona que se gana la vida como mujer de la limpieza y cuya existencia monótona termina inesperadamente cuando se enamora de un inmigrante marroquí 20 años más joven, Alí (El Hedi ben Salem). El roce y la compañía provocan la compresión y la compasión, para y por el otro, hasta llegar al matrimonio. El escándalo que provoca esta unión legal frente a su entorno desestabilizará la vida cotidiana de ambos y de aquellos que les rodean, los hijos que se avergüenzan de la madre, los vecinos entrometidos, los compañeros intransigentes e incluso la propia pareja y el núcleo de su respeto mutuo.

Compone aquí el director una de las grandes obras del Nuevo Cine Alemán, bajo una concepción formal sin florituras y una puesta en escena fría, distante, que muestra, sin adoptar postura, una realidad social, alejándose cuanto es posible, la distancia crítica.

Fassbinder, conocedor y apasionado de la sociedad alemana de su tiempo, valiente e incómodo, coloca frente al espejo a toda una generación de un país que se piensa liberal, pero que no es capaz de apartar de sus ideas y comportamientos, conceptos y actitudes como el rechazo, el odio o el desprecio. La intolerancia que origina el miedo.

Dos personajes, separados por raza y edad, unidos por el amor y la ternura, que simplemente por estar juntos ofenden a todos los que les rodean, obteniendo por tal falta la amenaza y el menosprecio. Y esto es, en principio, lo que toma el director, queriendo quizás señalar que la defensa de ese amor ante la guerra abierta por los otros es uno de los pilares fundamentales en la relación. El sufrimiento en la lucha frente al no reconocimiento.

Pero los temores que desarrolla Fassbinder no se quedan ahí. Tras el paso del tiempo y la caducidad de los reproches y desprecios, gracias no al convencimiento, ni al arrepentimiento, ni siquiera al respeto o la misericordia, por parte del resto, sino a intereses más egoístas y mundanos, una vez situados en la frágil y quimérica normalidad, el director coloca a sus dos protagonistas el uno frente al otro. La lucha con uno mismo una vez ganada la batalla al resto, de ellos contra nosotros a yo contra ti.

La tristeza de la historia es puesta en escena desde la quietud profunda, desde una planificación casi teatral. Planos, ángulos, movimientos muchas veces poco naturales. El vacío forma parte de la trama, refleja la soledad no sólo en el espacio, sino en el rechazo que padecen los protagonistas.

Hermosos diálogos que fuerzan a hacerse comprender frente a otros que resultan tan duros como pedradas, tan espesos como salivazos. Secuencias íntimas entre las cuatro paredes de un minúsculo apartamento, tomas que alargan y acortan la barra de un bar provocando estados de ánimo o el uso de las escaleras que colocan en posiciones de arriba y abajo a los personajes, que les encarcelan tras los barrotes de las barandillas y que muestran de una manera u otra la vulnerabilidad y la asfixiante rigidez en la que se encuentran, también, el resto de personajes. Personajes que Fassbinder sitúa y congela sin temor, en largos planos detenidos, sin sonido, sin apenas banda sonora musical, como para no querer despertar ni siquiera a través de ella, cualquier juicio impuesto que tanto ha evitado al contar la historia, dejando así que sea el espectador el que saque sus propias conclusiones desde la mayor asepsia posible.

Y entre tanta frialdad formal e intelectual, la ternura que sustrae de la implicación emocional de prototipos, de la desesperación silenciosa de las minorías, la estupidez temeraria y temerosa de una sociedad frente al origen, frente a diferentes maneras de pensar, frente a distintos hábitos, frente a la opresión social, frente al miedo, siempre el miedo al otro que no hace más que alejarnos de nosotros mismos.

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Comentarios

  • Juan Soler

    Por Juan Soler, el 27 noviembre 2015

    Qué gran artículo. Enhorabuena, estoy enganchado a esta sección tan apasionantemente cinematográfica, gracias.

  • Lourdes

    Por Lourdes, el 27 noviembre 2015

    Me encantó esta película, hacía tiempo que quería volver a verla, después de este estupendo análisis aún tengo más ganas. Miedo come alma.

  • Carlos

    Por Carlos, el 28 noviembre 2015

    Incondicional con esta sección, entre otras cosas por estas recomendaciones que me parecen interesantísimas, películas como esta donde se descubre a un director atrevido, abierto, que demuestra que todas nuestras intolerancias son eso, miedo, nuestros miedo.

  • Pilar García

    Por Pilar García, el 30 noviembre 2015

    Enhorabuena por el artículo, sabiendo plasmar el sentido último de este film a la perfección: Nuestros miedos, nuestras miserias, nuestros sueños, todo retratado a la perfección. Enternecedora y sincera.

  • César

    Por César, el 30 noviembre 2015

    Genial el artículo. Aun sin haber visto la película, totalmente de acuerdo con lo que trasmites en el. Malditos miedos…

  • María Blázquez

    Por María Blázquez, el 02 diciembre 2015

    Qué buenas recuerdos me trae este cine de Fassbinder. Estuve enganchada a él. No me perdía ninguna película. Sensible, rompedor d normas y reglas. Inigualable.

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