Juan Giralt, por fin se hace justicia con la pintura de un ‘francotirador’
Era de justicia. Por fin un museo de arte contemporáneo español, el Reina Sofía, dedica la primera retrospectiva al pintor Juan Giralt, uno de los grandes artistas de la década de los 70, ninguneado durante años y del que ahora se muestran 90 obras que avalan la calidad del artista que huyó de la abstracción y de la figuración y marcó su propio estilo. Es el triunfo del artista secundario, fuera del canon de las modas.
La Galería Vandrés situó a Madrid en los setenta en el epicentro del arte gracias a la actividad frenética de su propietario, Fernando Vijande, algo así como nuestro Leo Castelli de andar por casa. De allí salió la nueva figuración, la madrileña, la sevillana, y la de cualquier pintor que pasara por allí. Fue el faro de la modernidad, de las vanguardias artísticas que en España estaban muertas, sin brío, en la dictadura de Franco. Y en ella Juan Giralt (Madrid, 1940-2007) fue uno de los artistas fetiche, compañero en esa larga lista de pintores como Gordillo, Zush, Teixidor o Darío Villalba, la generación de los que se hicieron más famosos que las estrellas del rock en los 70. Giralt fue uno de los principales protagonistas de ese renacimiento de la pintura, hasta que en los ochenta pasó una etapa de oscuridad, dejó de pintar, aunque no de aprender, y no recuperó su puesto hasta bien entrados los noventa. Giralt, en palabras de Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, “trató de archivar el automatismo del arte informal, del pop, y buscó la congelación del gesto”.
El crítico de arte Francisco Calvo Serraller llama a Giralt “pájaro solitario”. Su hijo, el escritor Marcos Giralt Torrente, habla de las pistas que dejaba en sus cuadros, de una pintura sin trampas, todo está a la vista en ellas, y recuerda en un bello artículo, incluido en el catálogo de la muestra, la biografía del padre y cómo éste se arrancó con la pintura “influido por unos bocetos de Matisse que encontró en la revista París Match”; cuenta además una desconocida anécdota de Giralt, hijo de la burguesía madrileña, “pilarista” que fue hasta ser expulsado del colegio de las élites madrileñas por intentar quemarlo.
Marcos Giralt Torrente sacó fuera todos su demonios acerca de la conflictiva relación con su padre en el libro Tiempo de vida (Anagrama), con el que ganó el Premio Nacional de Narrativa en 2011. En él proporciona muchas claves sobre el pensamiento de un artista que fue ágrafo y no dejó ninguna publicación teórica, pero trasladó algunos de sus pensamientos a varias libretas que son un testimonio de primera mano: “Como muchos pintores, creo que las palabras de un artista sobre su propio trabajo son irrelevantes, pues, o bien todo lo que haya de decir está ya dicho en su obra y de mejor modo, o bien no lo está, en cuyo caso las palabras tan sólo vienen a sustituir una carencia y son, en ese caso, demostrativas de un fracaso”. De la determinación del artista da una idea esta anotación hecha un año antes de su muerte: “Pintar es hacer algo que antes no existía, no es borrar u olvidar; es hacer y vivir; así que pienso seguir con ello” .
Escribe Giralt hijo de su padre y de su infancia: “Me acuerdo de muchísimas tardes en su estudio pintando los dos, él con un ojo puesto en mis garabatos que meticulosamente recolectaba para guardarlos en carpetas”. El libro habla del progenitor ausente, de su trabajo y el de su madre, Marisa Torrente, hija del escritor Gonzalo Torrente Ballester, en la galería Vandrés en los 70. También de la crisis cuando Giralt abandona a su marchante y se queda aislado, fuera de los circuitos del arte español. El padre como presencia intermitente en su vida. El hijo es quien mejor define el trabajo del pintor: “Cuando tenía que escribir sobre su pintura le atenazaba el pudor… Desde su primera exposición en 1959, pasó por el expresionismo abstracto, por el informalismo, por la llamada nueva figuración, por el pop. En su mejor obra, la de los últimos veinte años, se decantó por la abstracción, pero incorporando en ella palabras escritas y anecdóticos elementos figurativos….”.
La exposición del Museo Reina Sofía permite conocer la obra de un “francotirador ajeno a las modas”, de un artista fuera de campo, del pintor que trató de congelar el automatismo del arte informal y que encontró su estilo gracias a la mancha: “Me gusta la pintura muy machacada”, escribía Giralt para una de sus últimas exposiciones en la galería Antonio Machón. Y añadía: “Los cuadros que se van cociendo como un guiso sobre la tela en un proceso directo parece que conservan la vida y la energía acumulada durante las sesiones de trabajo que les has dedicado”. Rehuía las etiquetas y decía aborrecer las “palabras abstracto o figurativo, especialmente aplicadas a mi trabajo”. En sus cuadros hay superficies coloreadas, objetos, fotografías, palabras y dibujos estarcidos y aunque aseguraba preferir el óleo, pintaba con acrílico en unos tonos vibrantes, luminosos. Sabía jugar con el espectador, al que muestra el camino de tantos relatos como imaginación posea, de tal manera que los diferentes elementos de cualquiera de sus telas se pueden aislar por sí solos. Vistos en conjunto, son una pintura de historias, de palabras.
En la retrospectiva de Giralt hay dos etapas. La de los 70, en la que figuran varios dibujos de la colección de Gloria Kirby, socia de Vijande, hechos en tinta china o acuarela que parecen inspirados por Dubuffet, y óleos como El Sillón (1972) o La Pinocha (1973). Pero el grueso de la exposición la forman los últimos trabajos, los cuadros de los años 90, cuando “reapareció” en escena tras su apartamiento de la pintura en la década de los 80, la etapa en que, según su hijo, “se puso debajo de la mesa”. Son lienzos de mayores dimensiones, superficies divididas en las que se juntan distintos elementos sin relación aparente.
Viajó, conoció el trabajo de los artistas contemporáneos. Vivió en París, Londres, Nueva York, Brasil. Cuando volvió a España, reinventado, fuerte en sus ideas, tuvo que abrirse paso en una escena artística que lo había olvidado. Ningún crítico, ningún comisario hablaba de él, unos por desconocimiento, otros por malevolencia, pero las obras que pintó en los últimos 15 años son magníficas, se escaparon de su control, algo que Giralt deseaba. Los cuadros de gran formato como Miss Sympathy, Costa, Abalorio, Cretona, Retrato o Cuadro de Ciervos hacen sonreír, en ellos pinta sobre telas estampadas , influencia de Matisse quizás, aplica fotografías e imágenes antiguas con los que logra unos collages asombrosos. Entendía Giralt la pintura como una batalla: “Solo me satisfacen los cuadros que he pintado directamente, en los que ha habido lucha, correcciones y errores. Es cuando parece que el cuadro ha tenido vida y esa energía queda apresada ahí y la transmite”.
En 2007, cuando su padre muere, Marcos Giralt Torrente expresa en su libro Tiempo de vida un deseo final: “Su estudio no existe, sus cuadros están en un depósito y la próxima exposición que de su obra se haga, si puedo lograrlo, será una antológica”. Lo ha conseguido.
Juan Giralt. Museo Reina Sofía. Hasta el 29 de febrero de 2016.
Comentarios
Por fernando Machado, el 27 diciembre 2015
Desde luego, un gran pintor injustamente valorado por la sociedad (desde luego, no por los que amamos la auténtica pintura)