El mundo de la polémica #ExcesoDeSusceptibilidad
A raíz de las recientes polémicas por la ausencia de nominados afroamericanos en los Oscar, la ‘performance’ de Abel Azcona usando hostias para componer la palabra pederastia, los chistes de Dani Rovira en la entrega de los Goya, etcétera, etcétera, el autor se pregunta si nos estamos construyendo un mundo demasiado lleno de susceptibilidades.
Declaro públicamente que sí me gustó el monólogo con el que el actor Chris Rock arrancó la octogésimo octava entrega de los Oscar de Hollywood. Si bien la ausencia de nominados afroamericanos fue el único hecho en torno al cual giraron todos los gags de la gala, hubo algo en las palabras de Rock que llevo sintiendo (y denunciando) hace ya un tiempo: el exceso de susceptibilidad de la sociedad moderna.
Al principio de toda la polémica (resumida en el hashtag #OscarsSoWhite), cuando leí que Spike Lee, Will Smith, George Clooney o Michael Moore no asistirían a la ceremonia como protesta por la ausencia de actores afroamericanos entre los nominados, tuve que detener un momento la lectura. ¿En serio?, pensé. Y como no era broma, le dediqué más tiempo de lo habitual a la reflexión. Cierto es que no deja de resultar extraño que entre todas las interpretaciones de actores y actrices afroamericanos del año pasado no hubiese ninguna digna de formar parte de las categorías finalistas pero, aun así, me sorprendía más la reacción posterior. Entiendo la llamada de atención, pero boicotear los premios se me antojó una medida tan efectista como desproporcionada. Espectáculo, pensé, algo que los estadounidenses saben hacer como nadie. Y les admito que no le presté más atención.
De repente, empecé a mirar a mi alrededor. Una asociación española de abogados cristianos (como lo leen, hay abogados que no deben mentir nunca porque eso es pecado) denunciaba al performer Abel Azcona porque se había sentido ofendida ante una instalación del artista que empleaba hostias consagradas para componer la palabra ‘pederastia’. Un nutrido grupo de personas enloquecía en las redes sociales porque el músico Nacho Canut hablaba de la falta de responsabilidad de aquellos que se metieron en hipotecas que no podían pagar –no estaba hablando de personas engañadas, ni de preferentes, ni de ancianas desahuciadas por avalar a sus hijos- y hasta la Plataforma de Afectados por la Hipoteca lanzaba un comunicado y convocaba escraches contra el artista. El cómico Dani Rovira hacía una broma en la entrega de los Goya sobre el IVA de los yates y la Asociación Nacional de Empresas Náuticas manifestaba su “profundo malestar” con una carta que enviaba al presidente de la Academia para que, de ahora en adelante, no se frivolizase con un sector económico que daba de comer a 115.000 familias. Son sólo tres de los ejemplos que me hicieron recapacitar sobre nuestro sentido del espectáculo o, más bien, sobre si el umbral de tolerancia de la sociedad actual había descendido hasta el sótano de la susceptibilidad.
Estos tiempos tienen unos responsables. Personas sin rostro, de las que oímos hablar como si fueran la Santa Compaña, que deciden el rumbo de nuestras vidas, que gestionan nuestros deseos y fiscalizan nuestros derechos. Pero la responsabilidad no es una autopista con un solo carril; hay dos direcciones. Nosotros, los ciudadanos, también somos responsables de la sociedad en la que habitamos. De hecho, más que esas personas que ejercen el poder en la sombra. Los seres sin rostro manejarán los hilos de la macroeconomía y de paso podrán jodernos la vida, pero es nuestra responsabilidad hacer que la convivencia en nuestras comunidades de vecinos, en nuestros barrios, en nuestras ciudades, en nuestra sociedad, sea lo más parecido a lo que deseamos para nosotros mismos. Y eso, cuando sustituimos la flexibilidad por la intransigencia, el entendimiento por la obstinación y la sensatez por la suspicacia, entonces seguiremos siendo la sociedad que los seres sin rostro desean. Poblamos una era polarizada en la que, cegados por la realidad que vivimos, no somos capaces de comprender cómo estamos contribuyendo a esa ceguera. Somos víctimas, sí, pero también cómplices.
Cuando escuché a Chris Rock, en alusión al boicot de los actores afroamericanos, decir: “Imaginad que pasa en los 50, en los 60″. Ya saben, los 60, uno de esos años en los que Sidney (Poitier) no sacaba una película. Estoy seguro de que no había nominados negros esos años. En el 62 o en el 63, y los negros no protestaron. ¿Por qué? Porque teníamos cosas reales por las que protestar en aquellos momentos. Estábamos muy ocupados siendo violados y linchados como para preocuparnos sobre quién ganó mejor dirección de fotografía. Ya sabes, cuando tu abuela se balancea en un árbol, es muy complicado preocuparse sobre el mejor corto documental extranjero”, sentí como el discernimiento, la inteligencia, hablaba por boca del humor, de la ironía, una vez más.
Que un año no haya actores afroamericanos en los Oscar no es racismo. Que le pregunten a Penélope Cruz de qué diseñador va vestida no es sexismo. Que limiten el número de barras en la calle durante el Orgullo no es homofobia. Podemos matizar estas tres frases todas las veces que sean necesarias, y seguramente llegaremos a reflexiones muy válidas, pero saber enfocar nuestro objetivo nos hará mucho más eficaces en la consecución de nuestros derechos. Tenemos cosas mucho más importantes de las que preocuparnos, enemigos mucho más reales a los que hacer frente, como para andar perdiendo el tiempo con susceptibilidades de primer mundo. Denunciemos la falta de oportunidades, reivindiquemos nuestros derechos, defendamos la equivalencia (que siempre me gustó más que la igualdad), pero sin perder por un instante el sentido común, la lógica de nuestro discurso, porque una sociedad que peca de exceso de susceptibilidad es una sociedad condenada a no entenderse.
Tal vez la vida, como escribe el poeta Diego Doncel, se haya vuelto algo demasiado complejo para ser vivida por la gente normal. En cualquier caso, seguiré corriendo ese riesgo.
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