Araki, el fotógrafo de las ‘ataduras-abrazos’
El Museo Guimet homenajea en París al fotógrafo japonés Nobuyoshi Araki dedicándole hasta el 5 de septiembre una colosal retrospectiva que recopila medio siglo de imágenes y en la que ocupa un lugar destacado su esposa y musa, Yoko, y sus a menudo controvertidas ‘ataduras-abrazos’.
“Para Araki, fotografiar es como respirar: una manera de existir”, afirmaba el comisario de la exposición Jérôme Neutres. De ahí que, ante el reto de abarcar la ingente cantidad de obra producida compulsivamente por el fotógrafo, el recorrido de la muestra sea temático en lugar de cronológico, ayudando a digerir mejor una trayectoria que incluso cuenta con una obra inédita de 2015 realizada específicamente para el museo.
Desmarcándose de otras exposiciones, la retrospectiva no da comienzo con la tradicional sala repleta de fotos, sino de fotolibros. “Araki tiene más libros que negativos, así que, si en algún momento falta un negativo, sabemos que al menos podremos encontrar la foto en algún libro”, confesaba Neutres. Y es que, hace diez años, el primer intento por catalogar la obra impresa de Araki computó unos 300 títulos que la muestra tiene meticulosamente expuestos a modo de biblioteca gracias, entre otros, a préstamos de coleccionistas.
A continuación, se da paso a las instantáneas de la primera etapa de Araki vertebrada por la serie Sentimental Journey (1971), un íntimo diario fotográfico dedicado al viaje de luna de miel con su mujer -y musa- Yoko. Dado que la dualidad vida-muerte que sobrevuela a lo largo de toda la exposición tampoco pasa desapercibida en la propia obra de Araki, el fotógrafo no duda en reflejar otro viaje bien distinto en la serie Winter Journey (1990), retratando esta vez el dolor por el fallecimiento de Yoko.
Otra de las salas se centra en la parte más teatral y popularmente reconocible de la obra de Araki. Se trata de las fotografías erróneamente ligadas al bondage, ya que, en realidad, se inspiran en el kinbaku, una disciplina marcial estrictamente codificada que permitía atar y silenciar a los prisioneros. Llevada a su terreno, Araki se sirve de esta técnica para dar otra expresión al cuerpo aprovechando las posturas y expresiones improbables que provoca en él al quedar, por ejemplo, suspendido en el aire. Araki crea por tanto un universo estético totalmente ficticio alejándose de la fotografía documentalista, ya que es él quien se encarga de crear su propia realidad.
A partir de los años noventa, la obra de Araki se vuelve más contemporánea. Una evolución que le lleva a experimentar el medio fotográfico desde un punto de vista plástico. Con el tiempo, Araki va incorporando caligrafía para acabar literalmente pintando sobre las instantáneas, convirtiéndolas en un híbrido a medio camino entre una fotografía y un cuadro. En otras ocasiones, le basta con coger la cámara y disparar al cielo.
Ya sea a través de Polaroid –como las 300 que conforman la instalación Western Sky (1990-2000)- o la composición The Koki No Shashi Skyscapes (2010), expuesta sin marco para recalcar la continuidad del proyecto, su intención es siempre la misma, ya que, desde la muerte de su mujer Yoko –mencionada anteriormente-, Araki fotografía todos los días el cielo como si la saludara cada mañana, manteniendo así una suerte de conversación ininterrumpida que sólo finalizará con la muerte del propio Araki.
Enfermo desde hace tiempo y sin la visión de un ojo, los últimos trabajos del fotógrafo muestran a un artista consciente de la fugacidad de la vida. En este sentido, Tokyo Tombeau (2015) -la obra creada ex profeso para el museo que cierra la retrospectiva- podría considerarse el testamento fotográfico de Araki. Sin embargo, lejos de hacer un drama, Araki se burla de su inminente destino recordando: “De joven, me divertía con las flores del cementerio de un templo budista y ahora tengo la impresión de construirme un cementerio en el que me divierto”.
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