Torres-García, genial fusión de la Pachamama y las vanguardias
Joaquín Torres-García, un artista uruguayo “ajeno, extraño, extranjero”, como se definía, es una figura central en el arte actual, ‘padre’ de muchas de las ideas de los artistas latinoamericanos. La antológica que puede verse ahora en el Espacio de la Fundación Telefónica de Madrid resulta grandiosa. Deslumbrante ver las obras de un artista total como Torres-García (Uruguay, 1874-1949) en la primera mitad del siglo XX. Un repaso a todo lo que ideó, pintura, escultura, frescos, dibujos y collages, a través de más de 170 obras.
Torres-García, un moderno modernista, “un diestro que como Paul Klee pintaba con la mano izquierda para beber de todos los movimientos y fagocitarlos a todos». El uruguayo que fue catalán, parisino, neoyorquino; noucentista, cubista, abstracto, vanguardista. “Europeo en América y sudamericano en Europa”. Vivió su tiempo con intensidad, pero hay dos periodos clave en su arte: de 1923 a 1933, cuando participa en todos los movimientos vanguardistas y establece definitivamente su estilo constructivista, y de 1935 a 1945, al regresar a Uruguay y crear sus obras abstractas más increíbles. Todo eso puede verse en esta muestra, organizada por Luis Pérez-Oramas, comisario de arte latinoamericano del MoMA. Joaquín Torres-García, la Arcadia moderna se ha expuesto antes en Nueva York, en lo que ha sido la mayor retrospectiva de este artista en EEUU en cuatro décadas, y viajará en otoño al Museo Picasso de Málaga.
En 1907, un larguirucho adolescente con un cadencioso acento uruguayo abandona Montevideo junto a su familia -padre catalán, madre uruguaya-, rumbo a Barcelona. Su llegada a Cataluña coincide con el fervor republicano, la desmoralización por la pérdida de Cuba, ese 98 que los intelectuales hicieron suyo, cuando “el país se había quedado sin pulso”, pero con una comunidad artística muy activa. En aquellos años, Pere Rusiñol, Ramón Casas, Isidre Nonell, Joaquim Mir o Ramón Pichot dominaban la escena. Prat de la Riba preside la Mancomunitat y Eugeni D’Ors jalea a los nuevos creadores desde el periódico La Veu. Los arquitectos modernistas transforman la ciudad y el joven Torres-García ayuda a hacer vidrieras a Gaudí en la catedral de Palma de Mallorca. Todo estaba dispuesto para que el uruguayo se enrolara en el Noucentisme, una reacción contra la decadente sofisticación del art-nouveau. Es entonces cuando Torres-García descubre la Arcadia mediterránea y pinta bucólicas escenas con el dios Pan que enaltecen la naturaleza y la vida pastoril.
En la exposición de la Fundación Telefónica se exponen algunas de aquellas obras tempranas y el boceto para los frescos del Saló de Sant Jordi que le dio más de un disgusto. Él, que quiso acercarse a Giotto y que ideó alegorías dedicadas a La Catalunya eterna, L’ edat d’or de la humanitat y la Catalunya industrial, se vio desbordado por la presión política. En Lo temporal no es más que un símbolo (1916) ideó un gran fauno, casi como El Coloso de Goya, que observa a la muchedumbre con suma indiferencia. Aquello le costó salir de la comisión del proyecto para la capilla del Palau de la Generalitat, pero le sirvió para iniciar lo que se convertiría en su estilo más reconocible, planos y figuras en superficies sin relieve.
Pasa la Primera Guerra Mundial en Barcelona, pero con la llegada al poder de Primo de Rivera decide viajar en pos de la modernidad que intuía en Nueva York. Fue en América donde Torres-García comienza la producción en serie de sus famosos juguetes, sus pequeñas piezas en madera que pueden adoptar mil formas. Aquellos juguetes bajo la marca Alladdin serían con el tiempo el germen de sus esculturas, los Objets Plastiques –pequeños ensamblajes en madera pintada– para comprobar varias estrategias de composición en formas tridimensionales. Cuando abandona Nueva York por Europa otra vez, su estilo ya había cuajado en sus pinturas de cuadrículas -“es cosa de un estilo que podría llamar catedral”- en las que traza figuras esquemáticas de mujeres y hombres, peces, caracoles, relojes, casas, anclas, corazones, espadas, barcos, templos… y cruces. Hay primitivismo y modernidad. La pintura es densa, matérica. Lo bautizó como Universalismo Constructivo. Y a ese modernismo le dio una patria, La escuela del Sur. Una escuela para la que diseñó su famoso logo: América invertida, la silueta de América del Sur al revés, ocupando el lugar del Norte de América, para difundir el mensaje de que el Sur, como fuente de energía creativa, está arriba del continente.
En 1926, Torres-Garcia se instala en Francia. Había cumplido los 50 y se encontraba en plena madurez creativa. Vive en París la efervescencia del periodo de entreguerras. Se encontró con Picasso, pero no hicieron buenas migas; conoció a Braque, Lèger. Fundó el grupo Cercle et Carré junto a Piet Mondrian y Georges Vantongerloo, para divulgar la geométrica abstracción. Organizó una exposición de artistas latinoamericanos residentes en París y se negó a adscribirse en la pura abstracción: “Saben que no puedo permanecer en el arte abstracto puro”, lo que le llevó a romper con Mondrian y sus compañeros del círculo cuadrado. Torres pasa por el cubismo estilizado, se mira en las obras de Rodchenko, Moholy-Nagy y traza gruesas líneas contra fondos planos en una paleta llena de colores oscuros, terrosos. Las referencias a lo primitivo afloran en sus construccciones.
En 1934, a medida que la Gran Depresión se sumaba al tenso clima político en Europa –la Guerra Civil Española, el ascenso del totalitarismo y el ruido de sables de la Segunda Guerra Mundial–, Torres-García regresa a Uruguay. En Montevideo, donde vivió hasta su muerte en 1949, se convirtió en un referente cultural dando charlas, dictando conferencias por radio, enseñando y recopilando sus libros y diarios en los que explicaba su sentido de la construcción. En sus escritos abogaba, ya en plena efervescencia de las vanguardias, por la intuición artística para definir las soluciones plásticas. Sus últimas obras hablan de la comunión entre la civilización americana con la cultura occidental. Las deidades precolombinas -Inti, Idea y Pachamama- le sirven para mostrar el simbolismo de sus conceptos e ideas, y en sus esculturas tan primitivas recupera al joven que volvía en el recuerdo a las ruinas de Pompeya que tanto admiró en sus primeros años.
‘Joaquín Torres-García. Un moderno en la Arcadia’. Espacio Fundación Telefónica. Hasta el 11 de septiembre. La exposición ha sido organizada por el Museo de Arte de Moderno de Nueva York, en colaboración con la Fundación Telefónica y el Museo Picasso de Málaga, adonde viajará a mediados de septiembre.
Comentarios
Por Xavi, el 30 mayo 2016
Me ha encantado. Es de agradecer que se publiquen este tipo de artículos tan enriquecedores.
Gracias Julia.
Xavi.
Por JLuzan, el 31 mayo 2016
Muchas gracias.