Isaac Rosa: «España es un gran caserón lleno de fantasmas por los desahucios»
Alicia se instala con su madre en un nuevo piso, adquirido a buen precio. Pero las cosas no son lo que parecen. Las huellas de los antiguos propietarios llevan a Alicia a una búsqueda en la que se topará con el drama de los desahucios; también descubrirá cómo las situaciones difíciles se afrontan mejor con la solidaridad de los demás. En ‘Aquí vivió’ (Nube de tinta), la primera novela gráfica del escritor Isaac Rosa (Sevilla, 1974) y la ilustradora Cristina Bueno (Barcelona, 1983), los autores nos traen la historia de una chica que trata de encontrar su lugar en el mundo, un mundo hostil y duro para muchas personas, pero en el que también tiene cabida la esperanza y la certeza de que las cosas pueden cambiarse. Eso sí, después de asumir con vergüenza cómo podemos haber permitido que esto suceda. «Algo difícil de asimilar, hasta inverosímil».
El libro, como agradecéis al final, le debe mucho a la PAH. ¿Cómo ha sido el proceso de documentación?
ISAAC ROSA (IR): Más allá del típico trabajo de documentación (libros, hemeroteca, documentales…), lo decisivo fue el trabajo de calle: participar en asambleas de varios colectivos: las PAH de Barcelona; y en Madrid la PAH de Vallecas, la Asamblea de Vivienda de Tetuán y la Oficina de Apoyo Mutuo de Manoteras. Hemos aprendido mucho en esas asambleas, nos hemos quitado prejuicios, y creo que hemos entendido mejor el problema. Y por supuesto, hemos conocido a muchas personas afectadas, cuyas historias no hemos trasladado literalmente al libro, pero están ahí, son la sustancia real de esta ficción. El libro es una invitación a que el lector acuda por su cuenta a una asamblea, en su barrio, en su ciudad, y que encuentre lo mismo que nosotros antes: una experiencia de lucha colectiva de la que podemos aprender mucho, de la que sacar muchas lecciones para otras luchas.
CRISTINA BUENO (CB): Ha sido un gran trabajo de documentación de Isaac. Por mi parte, la documentación para ilustrar viene, por supuesto del guión de Isaac, de los diferentes documentales, del seguimiento de las redes sociales y de los apuntes que tomé de la asamblea de Barcelona.
¿Y el de escritura/ilustración? ¿La idea surgió de alguna historia que os contaron?
IR: Hay muchas historias detrás del libro. Ninguna tiene que ver directamente con la historia de la familia protagonista. Entre todas ellas, una me tocó de cerca: en mi barrio (Hortaleza, en Madrid), el desahucio en 2011 de Azucena y su familia, de una vivienda municipal; y la posterior detención y juicio a una vecina activista, Patricia, para la que pedían años de cárcel tras participar en aquel Stop Desahucio. Para mí supuso dejar de ver los desahucios como algo lejano y ajeno, un breve en el telediario, una estadística, y empezar a verlos como algo cercano, y que tenía que ver conmigo, que también era asunto mío, de todos.
¿Cómo fue vuestra colaboración, vuestro método de trabajo? ¿Isaac escribía el texto a partir de la viñeta de Cristina o al revés?
IR: En mi caso, escribí un primer tratamiento de la historia, y luego lo desarrollé en un guión, a partir del que Cristina empezó a trabajar. Siempre le dejé claro que tenía libertad para contar la historia a su manera. También fue decisivo el trabajo de las editoras de Nube de Tinta, que desde el principio estuvieron muy implicadas en el proyecto. Creo que hemos funcionado bien como equipo.
CB: Yo entré en el proyecto una vez terminada la historia. Isaac hizo un guión técnico, describiendo qué sucedía viñeta a viñeta. Trabajé muy cómoda y con mucha libertad. Mantuvimos el contacto durante todo el proceso y aunque ha sido mucho trabajo en poco tiempo he disfrutado, tanto del proceso como de la experiencia de aprendizaje y acercamiento a las PAH.
Cuando Alicia y su madre descubren que en la casa que han comprado vivía antes otra familia a la que desahuciaron, empieza a descubrir una realidad paralela, en la que antes no se había fijado. ¿Creéis que de alguna forma es lo que ocurre con la sociedad en general, que no ha sido consciente del todo del drama de los desahucios?
IR: Sí. La casa a la que llegan Carmen y Alicia es una casa de fantasmas, y así es España después de una década de desahucios: un gran caserón fantasma. Miles de desahuciados fantasmales: por invisibles, porque apenas los hemos visto (y hoy ya hemos dejado de mirarlos, aunque sigue habiendo desahucios); y también porque han dejado tras ellos miles de casas heridas, llenas de su memoria, de sus huellas, de sus vidas. El choque que Alicia sufre al descubrir lo que pasó en su actual casa es el mismo que experimenta cualquiera el día que se entera de la realidad en su barrio, en su ciudad, en su país. La dimensión que han alcanzado los desahucios en España es difícil de asimilar, es hasta inverosímil. Debería avergonzarnos hoy, y con toda seguridad lo hará en el futuro: cuando nuestros hijos miren a estos años se preguntarán (nos preguntarán) cómo fue posible, cómo lo permitimos.
CB: Creo que no somos conscientes del drama. Ya no salen en los medios de comunicación y nos hemos insensibilizado. Parece que no va con nosotros, pero su lucha, las de las plataformas de afectados, nos beneficia a todos, nos hace mejores como sociedad. Hay mucho que aprender de ellos.
La búsqueda de Alicia de los anteriores propietarios es como un “viaje” de madurez, ¿no?
IR: Claro. Nos interesaba mucho esa mirada adolescente, ese tránsito desde la ingenuidad y la despreocupación hacia la toma de conciencia. Es el mismo viaje que hacemos muchos ciudadanos, que vivimos en cierta ingenuidad democrática (creer que tenemos derechos sociales garantizados y justicia), despreocupados (los desahucios no son nuestro problema, no nos afectan directamente), hasta que un día tomamos conciencia.
CB: Lo bonito del personaje de Alicia es que al ser una joven adolescente no se conforma, tiene la inocencia y la capacidad de sorprenderse e indignarse. La acompañamos por ese camino de aprendizaje, de saberse partícipe en la sociedad.
Estar desahuciado es como estar muerto en vida, dice uno de los personajes. En cierta forma, supone perder la identidad. En este sentido, la alusión al diario de Anna Frank, la espera de Alicia, la otra niña, a que los desahucien, podría verse como la de la propia Anna cuando esperaba la llegada de los nazis.
IR: No queríamos hacer ningún paralelismo entre las víctimas del nazismo y los desahuciados, sería un disparate. Sí buscábamos referentes cercanos de situaciones de encierro, miedo, amenaza, y las vimos ahí, como también en los topos de después de la guerra civil (con los que tampoco hay paralelismo posible, claro). En el caso de Anna Frank, surge del descubrimiento de comprobar cómo muchas de sus páginas, sin cambiar una coma, sonaban exactamente a lo relatado por desahuciados cuando tenían miedo a que sonase el timbre y fuese la comisión judicial; a salir de sus casas y que al volver les hubieran cambiado la cerradura; a que en cualquier momento llegase la policía y todo se viniese abajo.
CB: Los paralelismos existen y es sobrecogedor que así sea. Es terrible pensarlo y por desgracia lo viven muchísimas familias.
El anverso de la crisis y de la burbuja inmobiliaria ha sido la solidaridad que ha despertado entre una parte de la población, ¿no? También el 15-M, el despertar a la política de mucha gente que antes la veía con distancia y apatía.
IR: Queríamos mostrar esa otra cara de estos años. No quedarnos solo en el lado dramático, oscuro, terrible, que ya conocemos; sino mostrar también la otra cara, la luminosa y esperanzadora, que es la capacidad de resistencia de tantas mujeres y hombres. Suelo decir que los desahucios son lo peor que nos ha pasado como sociedad en décadas; pero al mismo tiempo la lucha contra los desahucios es lo mejor que nos ha pasado como sociedad en décadas. Si la PAH y otros colectivos se hubiesen dedicado únicamente a parar desahucios, ya sería admirable. Pero es que además de parar desahucios, se han dedicado a hacer todo aquello que las administraciones no hacían: impedir que la gente se quedase en la calle, recuperar viviendas vacías, forzar a los bancos a negociar, mantener el tema en la agenda política, provocar cambios legislativos. Todo eso era tarea de los gobiernos, y ante su inacción, ha sido la sociedad organizada la que se ha hecho cargo. Es admirable.
CB: Lo que hemos visto en este tiempo es cómo la gente, tras este proceso, se convierten en activistas.
Los pisos nunca bajan. A fuerza de repetir este mantra nos convencieron de que era imposible que ocurriera. ¿Creéis que hemos aprendido la lección?
IR: Nuestro libro también quiere ser una modesta contribución a algo que es fundamental en cualquier lucha social, también en esta: la construcción de memoria. Para evitar la impunidad, para reparar a las víctimas, pero también para que dentro de unos años, si se acaban los desahucios y volvemos a un ciclo de crecimiento económico, no repitamos todo aquello. No sé si hemos aprendido, no sé si hemos madurado en el sentido de toma de conciencia que decía antes. Pero conozco a cada vez más gente que, más allá de estar informados y sensibilizados, han cambiado de mentalidad, ya no quieren volver a los años anteriores de la crisis, su horizonte ya no es ese pasado perdido, porque saben que si volvemos al año 2007, después vendrían otra vez el 2008, el 2009, la crisis, los desahucios. Tal vez no sean mayoría, pero son cada vez más.
CB: Ojalá aprendamos la lección pero sobre todo quienes realmente tienen que aprenderla, que no son precisamente los ciudadanos de a pie.
¿Pueden la literatura y el arte cambiar la sociedad?
IR: Es un debate viejo. Suelo responder que lo que sí está comprobado es que la literatura y el arte (y toda forma de representación) sirven demasiadas veces para conservar la sociedad, para que nada cambie. Si tienen esa capacidad, también podrían tener la contraria. Pero no soy ingenuo. Escribir este libro no sirve para detener ni un solo desahucio. Leerlo tampoco. Quienes paran desahucios son todas esas activistas que no se rinden.
CB: En parte conocemos las civilizaciones anteriores gracias a la literatura y el arte. Se pueden usar como crítica o simplemente de espejo de la sociedad. Es inevitable reflejar lo que está a nuestro alrededor. Reivindicar, parodiar, alabar… Quizás puedan servir para abrirnos los ojos o, como mínimo, para crear memoria de estos años terribles.
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