Culo con culo, pilila con pilila
Los recuerdos de un juego infantil sirven al periodista Carlos Menéndez de base para su aportación a la serie de relatos y fotografías antiguas ‘TEXTOSterona’, coordinada por el fotógrafo Alexis W. y que ‘El Asombrario’ está ofreciendo durante el mes de agosto.
Por CARLOS MENÉNDEZ
De repente, entre tus primeros recuerdos aparece el del descubrimiento de tu propio cuerpo y de cómo reacciona a estímulos que tú desconoces. Y en tu cabeza mariposean los cuerpos ajenos, cuerpos infantiles o adultos. Pero cuerpos que despertaban tu curiosidad. Y sí, justo en esa parte, un lugar que los mayores se empeñan en tratar como tabú, pero que irremediablemente es la que más llama tu atención. Y te fijas en los mayores, que lo tienen lleno de pelo, y te fijas en los otros niños que se la sacan para mear y en la niñas que tienen una cosa que tú piensas que es muy rara. Y menudo cacao se monta en tu infantil cabeza.
Yo me recuerdo, con cinco años, oculto entre los arbustos de un parque de Moratalaz que acababa de inaugurar un alcalde que años después, un 20 de noviembre, pretendía contagiarnos su abatimiento pero en realidad ofrecía esperanza. Ese otro día de 1969 fue fiesta en el barrio. Mi madre había ido a la peluquería, como las otras vecinas, y se habían puesto traje de chaqueta. Pero entre aquellos arbustos algo extraño y secreto sucedió que a mí, creo, me marcó.
No recuerdo las caras, ni los nombres de aquellos dos críos. Pero sí recuerdo perfectamente su propuesta de juego: “culo con culo, pilila con pilila”. No sé si aquello era un traslado de la tendencia escatológica que todos los niños tienen. Pero para mí fue un descubrimiento de la excitación de lo que más tarde identificaría con la sexualidad. Porque yo durante aquellos juegos, y al descubrir el contacto con otros cuerpos, notaba una potente erección.
El jueguecito era sencillo: se acompañaba de una cancioncita y se tarareaba una letra muy poética: “cuuuulo con cuuuulo, piliiiila con piliiiiila. Cuuuulo con cuuuulo, piliiiila con piliiiiila…” La coreografía consistía en frotar nuestros pequeños culitos desnudos y a continuación darnos la vuelta y chocar la parte frontal. No había más. Era algo realmente inocente, pero a mí me debía de parecer muy transgresor porque me encantaba. No recuerdo que nos pillara nadie entre aquellos arbustos, inicios infantiles del cruising. Pero sí que el juego me gustaba mucho.
Tanto que seguí intentando extenderlo entre otros amigos y familiares de más o menos edad. Una de esas noches estivales en las que compartes colchón con uno de tus primos, se lo propuse a Daniel y también a él le gustó, aunque creo que no lo sigue practicando. Lo malo es que su madre, mi tía, dormía en la cama de al lado y aunque parecía completamente sopa, resulta que no lo estaba tanto. En cuanto se dio cuenta de la naturaleza del juego, lo prohibió de raíz, lo que no hizo más que agrandar mi deseo por su práctica.
Y es que en el fondo nada ha cambiado. El deseo viaja en un coche cargado de tabúes, de secretos y de fantasías casi siempre irrealizables.
Bueno, una cosa sí ha cambiado: más de una década después descubrí que el juego no estaba mal. Nada mal, la verdad. Pero que había una variante que podríamos llamar “culo con pilila” que era mucho más estimulante. ¿O no?
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El periodista Carlos Menéndez, especializado en temas de Cultura e Historia del Arte, trabaja actualmente en ‘Madrid Destino’, Cultura, Turismo y Negocio.
La revista TEXTOSterona coordinada por Alexis W. se puede adquirir en la galeríaMad is Mad y la librería Berkana en Madrid y en BIBLI en Santa Cruz de Tenerife.
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