Eterna Cadencia, cómo abrir debates de calidad desde Buenos Aires
Retomamos nuestra serie de entrevistas a editores hablando con Leonora Djament, que tras su paso por Alfaguara y Norma Editorial es la directora editorial de Eterna Cadencia, casa independiente argentina que surgió hace ocho años a partir de la librería del mismo nombre en el barrio de Palermo de Buenos Aires, que cuenta con una apreciable presencia en Latinoamérica y ha conseguido hacerse un hueco en el mapa editorial español con un valiente lema: “Dar visibilidad a esos libros que no circulan mucho; rescatarlos de las editoriales que los tenían arrumbados”.
Era el 1 de agosto de 2008 cuando salía a la venta en Argentina el primer libro editado por Eterna Cadencia. Para los habitantes de Buenos Aires, aquel nombre no era desconocido: en 2005, Paul Braun había abierto en pleno barrio de Palermo la librería Eterna Cadencia, un lugar que, como afirmaba el propio Braum, aspiraba a ser algo más que un comercio, “quería que fuera una especie de centro cultural literario, donde se pudiera hablar sobre novelas, ir a charlas de escritores, comer y almorzar rodeado de literatura”. En 2007, Braum quiso que el proyecto librero creciese, quería abrazar el mundo del libro en su totalidad y, así, en conversación con la editora Leonora Djament, nació la editorial Eterna Cadencia. Han pasado ya ocho años, en los cuales la editorial con sede en Buenos Aires se ha mantenido fiel al lema con el cual nació: “Dar visibilidad a esos libros que no circulan mucho; rescatarlos de las editoriales que los tenían arrumbados”.
En 2014, recibió el premio Konex a la mejor labor editorial y, actualmente, junto a la ya emblemática editorial Beatriz Viterbo o a la más reciente editorial Adriana Hidalgo, Eterna Cadencia es uno de los nombres imprescindibles dentro del panorama de la edición independiente argentina, a la vez que su presencia en el campo editorial español es cada vez mayor. En efecto, Eterna Cadencia ha conseguido en relativamente poco tiempo hacerse un hueco en el mapa editorial español, sumándose a los proyectos editoriales independientes que, desde aproximadamente los últimos diez años, han adquirido relevancia y peso en el mercado y en el escenario literarios. Hablamos con Leonora Djament sobre la editorial, su proyecto literario y sus propósitos.
Eterna Cadencia ha cumplido este verano ocho años de trayectoria. Echando la vista atrás, y como siempre hacemos a modo de introducción, ¿cómo definirías la editorial?
Es una editorial argentina, pero que publica y distribuye en América Latina y España, con lo cual los libros son pensados regionalmente. Somos una editorial independiente, sólo si se entiende por “independiente” un sello que no se subordina a los temas que dicta el mercado y la moda. Como siempre repetimos, creemos que un editor interviene con su catálogo en los debates de una sociedad en un momento determinado. El catálogo de Eterna Cadencia, con sus colecciones de ficción y ensayo, es nuestro modo específico de participar, debatir y proponer.
En una entrevista, sostenías que el catálogo de una editorial no responde tanto a los gustos del editor como a “ciertas preocupaciones, ciertos debates o estéticas que uno o la editorial quieren visibilizar”. ¿Cuáles son los debates o las estéticas que Eterna Cadencia quiere visibilizar?
Antes de responder, haría una aclaración: no se trata sólo de visibilizar. Visibilizar implica echar luz sobre algo que ya existe. Creo que hay algo más, que me gustaría pensar en relación al catálogo (a todo catálogo): un catálogo permite cruces inesperados, recontextualiza discursos y, en ese sentido, posibilita la aparición de determinados ejes o problemáticas, que no estaban previamente calculados. Dicho esto, diría: nos interesan distintas discusiones y perspectivas, en relación con el ensayo. En términos de ficción, a partir fundamentalmente de un uso específico de la lengua, buscamos aquellos textos que se salen de los cómodos moldes que imponen las modas y, en cambio, arriesgan algo. En ese riesgo aparece algo poderoso del presente o en relación con el presente: la violencia estatal e imaginación política (Gabriela Cabezón Cámara pero también Kobo Abe y los ensayos de Daniel Link), memoria y subjetividad (Julián López, Hernan Ronsino), el estatuto de la literatura (Josefina Ludmer, Ranciere, Buck Morss, Adorno, Piglia), la filosofía como acción (Groys, Benjamin, Jameson), entre otros.
En este sentido, ¿si el catálogo no responde directamente al gusto personal del editor es porque, además, se considera que hay un valor –literario, ensayístico, intelectual- que se impone al gusto personal?
El problema del gusto no es que sea personal (si tal cosa existiera), sino que no es productivo para pensar la literatura. Algo puede no gustar y, sin embargo, ser de una riqueza y un aporte a determinadas problemáticas. El me gusta/no me gusta queda para Facebook. Un catálogo, en cambio, al igual que la crítica, puede producir sentido, armar diálogos, poner a circular textos. Por lo tanto, la respuesta es sí: sí hay un valor que se impone para nosotros al gusto personal.
Respecto a la idea de un catálogo que se impone al gusto particular del editor, me gustaría preguntarle sobre la relación entre la conformación del catálogo y el lector al que se dirige. ¿Se tiene en mente un determinado lector, el teórico lector de Eterna Cadencia, en el momento de elaborar el catálogo?
Diría que no. En ese sentido, no se trata de un catálogo destinado, como tampoco subordinamos decisiones pensando en un lector determinado. Creo que los lectores son más nómadas y heterogéneos que nunca. En todo caso, somos ambiciosos y queremos llegar a la mayor cantidad posible de lectores inquietos, críticos y exigentes.
Y hablando del público lector, Eterna Cadencia es una editorial argentina con presencia en diversos países hispanoamericanos –México o Chile, por ejemplo- y en España. ¿Resulta más complicado construir un público lector a través del catálogo cuando se publica en países y en contextos sociales y culturales tan distintos?
Lo que resulta más difícil a la distancia es trabajar con la idea de catálogo: que se dibuje un proyecto editorial determinado pese a la dispersión, a que los libros llegan con otro timing, en otras cantidades, no siempre con el trabajo que hacemos aquí en Argentina con libreros y periodistas.
Cuando entrevistamos a los editores de Malpaso o de Sexto Piso, nos comentaron las diferencias que observaban entre el público hispanoamericano y el público español. Desde vuestra experiencia, ¿Se diferencia mucho el lector argentino del lector español?
No me atrevería a decir que hay tantas diferencias.
Adentrándonos en el catálogo de Eterna Cadencia, la colección más amplia es la de narrativa. Se trata de una colección que reúne autores de todo tipo de nacionalidades y temporalidades, sin distinción y subdivisión por apartados. ¿Es la explicitación de una concepción de la literatura como un todo sin subdivisiones o fronteras?
Podría ser. De todos modos, para ser sincera, no es algo premeditado. Simplemente nunca terminamos de sentirnos cómodos con las subcolecciones que imaginábamos y, simultáneamente, se impuso de manera muy fuerte la interrelación de autores de distintas lenguas o distintas épocas.
En la colección de narrativa se observa una apuesta muy concreta por la literatura hispanoamericana y por nuevas generaciones de autores. ¿Esta apuesta responde, en parte, a un vacío en el mundo editorial que tratáis de colmar?
Cuando empezamos a armar la editorial, en el año 2007, era menos frecuente que ahora la circulación de escritores latinoamericanos jóvenes en el continente. Y a Pablo y a mí nos importaba mucho eso: reconstruir -muy modestamente, porque se trata de un trabajo inmenso: cultural, económico, político, estatal- las viejas rutas latinoamericanas que posibilitaban que un autor ecuatoriano pueda ser leído en Uruguay, por ejemplo.
Acabáis de publicar los ensayos críticos de James Joyce dentro de la colección de ensayos, donde encontramos también nombres como Badiou, Ranciere, Jameson, Piglia, Adorno, Benjamin, Foucault, Scholem o Groys… ¿Pueden leerse como signo de un interés por el ensayismo literario-artístico y filosófico?
Sí, definitivamente; el ensayo en sentido fuerte. El ensayo como una intervención no solo temática sino estilística, escrituraria.
Eterna Cadencia fue fundada por Pablo Braun como complemento a la librería del mismo nombre, cuyo portal web se ha convertido en un referente para la información literaria gracias a sus artículos y las firmas colaboradoras. ¿Ha facilitado esta infraestructura el lanzamiento y la difusión de la editorial?
El blog y la editorial empiezan más o menos al mismo tiempo, dos años después de la librería. Hay una sinergia muy importante entre los tres. A la vez, el blog nunca fue pensado como un house organ, sino como una revista cultural que trabaja con independencia de criterios, buscando ser el mejor blog literario.
El hecho de que la editorial naciera dentro de una librería, ¿ofrecía la posibilidad de conocer a priori el campo lector, los intereses lectores y el público lector a los que uno quería dirigirse?
Sí y no. Sí, porque por supuesto es genial la posibilidad de ver a los lectores en acción en una librería y verlo desde dentro. No, porque la experiencia con los lectores de la librería Eterna Cadencia es bien específica; en las cadenas los intereses de los lectores no son los mismos. Por otro lado, hay que recordar que por el modo en que pensamos el catálogo no tratamos de satisfacer una demanda previamente existente y detectada.
Eterna Cadencia nació en 2008, una época en la que en España acababan de surgir una serie de relevantes editoriales independientes. Al mismo tiempo, Eterna Cadencia se suma a proyectos editoriales independientes como Beatriz Viterbo o Adriana Hidalgo. ¿Cómo veis y analizáis la reciente proliferación, en ambos lados del océano, de editoriales independientes que se levantan frente a los ‘holdings’ editoriales?
Creo que se trata en parte del resultado de la gran concentración editorial que se empezó a vivir en los 90 y que sigue hasta el día de hoy. Lo que hizo la concentración, entre otras cosas, es limitar las muchas formas de editar a una sola, que se rige sobre todo por la rápida rotación de libros, la búsqueda de una gran rentabilidad y la destrucción del concepto de catálogo. Como respuesta a esto y en los resquicios que esto deja, aparecen las editoriales pequeñas y medianas para proponer otro trabajo.
Usted ha trabajado como editora en Alfaguara Argentina y en la editorial Norma, antes de llegar a Eterna Cadencia. Desde su experiencia, ¿las pequeñas editoriales vencen determinados vicios de los grandes grupos?
No me gusta dividir el mercado en dos: las grandes editoriales como las malas y las pequeñas editoriales como las buenas de la película. Creo que se edita bien y mal en ambos grupos. Los catálogos que teníamos en Alfaguara cuando yo trabajaba allí y en Norma los casi nueve años que estuve eran un lujo. Lo que hay, vuelvo a decirlo, es un modo diferente de pensar el negocio y el libro. Y en ese sentido, muchas de las editoriales independientes aportan otro modo de concebir este trabajo: otros tiempos en torno al libro, otra relación con los autores, otro modelo de negocio, otra idea de catálogo.
Suele decirse que la libertad del editor para conformar su catálogo en las editoriales independientes es mayor que la que se posee dentro de un gran grupo; sin embargo, pequeñas o grandes, como usted decía, la editorial es siempre un negocio. ¿Cómo gestiona el catálogo para equilibrar las leyes del mercado con la exigencia de calidad?
Teniendo muy claro nuestras posibilidades y limitaciones económicas y financieras. Eso da un marco de trabajo en toda editorial. El punto, creo, pasa por mantener la escala: si pagamos un anticipo desmesurado e imprimimos 10.000 ejemplares de un libro que sabemos que va a vender 2.000, algo no está bien o el negocio es otro.
Y, en este sentido, ante la publicación: ¿se imponen siempre los criterios de calidad de la editorial o el mercado y la necesidad de ventas intervienen y modifican las posibles publicaciones?
El valor del libro, sobre todo. Y en función de ese valor, un esquema económico. Eventualmente, podemos no publicar un libro pese a su valor, porque no nos dan las cuentas. Pero nunca publicaríamos un libro solo por vender mucho.
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