El viaje de un poeta hacia la revolución y la muerte
El pasado fin de semana se estrenó en Madrid el documental ‘El viaje de Javier Heraud’ del cineasta Javier Corcuera, que se aproxima a la vida del poeta y guerrillero peruano que murió a los 21 años. Todo un mito para la izquierda en su país. Heraud había dicho que sería como Rimbaud, que escribiría poemas solo hasta los 21 años. ¿Se sentía atraído más por la muerte misma que por llevar a cabo con éxito la revolución? ¿Es su breve legado poético lo que debería recordarse o más bien su paso por la guerrilla?
La izquierda latinoamericana ha persistido en la búsqueda constante de mitos y héroes. El triunfo de la revolución cubana hizo creer a muchos jóvenes que una realidad similar a la obtenida por Castro, Guevara y compañía era posible, también, en el resto de países de la región. Muchos, incluso, fueron formados en La Habana para este propósito, como fue el caso del poeta limeño Javier Heraud (1942-1963), que murió acribillado a los 21 años en la selva peruana tras haber decidido coger las armas.
En el Perú, esta búsqueda por encontrar referentes en los cuales poder verse reflejado se hacía aún más evidente. Con la muerte de José Carlos Mariátegui —ensayista y periodista que significó una vanguardia cultural en la Latinoamérica de los años 20, con una mirada abierta y plural sobre cómo debería llevarse a cabo la transformación social en un país como el Perú— todo para la izquierda peruana sería cuesta abajo. El país sufriría una serie de golpes de Estado y gobiernos militares, mientras que la propia izquierda se volvería cada vez más dogmática y pobre desde el punto de vista cultural. Nadie pudo coger la posta de Mariátegui y cuando lo intentaron la cogieron mal. Es en este contexto, 30 años después de su muerte, que aparece una figura como la de Javier Heraud (perteneciente a una generación que incluía, entre otros, a autores como César Calvo, Rodolfo Hinostroza, Marco Martos, Arturo Corcuera, o Antonio Cisneros), poeta precoz y de mucho talento que hacía presagiar una obra importante, pero que un día decidió dejar la tinta y el papel para coger las armas.
El Viaje de Javier Heraud, última película documental dirigida por el cineasta Javier Corcuera (Lima, 1967), es el relato de esa travesía que decide hacer el poeta hacia la muerte. El viaje está contado a través de la mirada de su sobrina nieta Ariarca, que, también con 21 años, decide escarbar en el baúl de los recuerdos para intentar responderse quién era el joven detrás de los poemas, cómo era el muchacho que un día decide unirse a la guerrilla para internarse en la selva peruana y morir de múltiples disparos. Es la curiosidad de Ariarca la que nos guía por este viaje al pasado en la que nos encontramos con cartas, fotografías y testimonios de familiares, amigos, compañeros de lucha y testigos de lo que fue su corta e intensa vida.
Con un lenguaje visual que por momentos desliza pinceladas poéticas —como aquellos en los que se leen los poemas de Heraud— la película repasa, a través de gente cercana, lo que significó Heraud para cada uno de ellos. Corcuera no está empecinado en contarle a los espectadores ni el contexto social, ni político o coyuntural de aquellos años (el partido comunista había ofrecido su apoyo a Belaunde, que sería elegido presidente del Perú en la elecciones de 1963), ni tampoco da mayores detalles sobre los adoctrinadores cubanos y averiguar cómo se entrenaba a los jóvenes de todas partes de América Latina para que llevasen la revolución y la lucha armada a sus respectivos países, sino que su intención es la de explorar el lado humano que había en Heraud, como hijo, como compañero, como estudiante, como novio o como poeta fuertemente comprometido con la lucha social de su país.
Y es, quizá, una de las cosas que más se echan en falta en el documental; el espectador no parece subirse con Heraud en la canoa que lo interna en la selva peruana. Incluso su hermana, desde el amor fraternal y el recuerdo, no entiende a su hermano y se pregunta qué pasaba por la cabeza de un joven de su edad para sentirse atraído a la muerte de esa manera. Las cartas que Heraud le escribe a su madre y los poemas que anuncian esa pulsión hacia un fatal destino son conmovedoras, pero al mismo tiempo inquietantes; después de todo es a su madre a quien se dirige con un tono mortuorio.
En el Perú, a Heraud se le lee en los colegios, hay calles y asentamientos humanos que llevan su nombre y la izquierda peruana lo tiene como uno de sus héroes y emblemas. Su procedencia miraflorina y de clase media, de colegio y universidad privados, han alimentado aún más el mito, ya que se trataría de un ilustrado, de un privilegiado que lo deja todo para morir por los más pobres de su país. Sin embargo, irónicamente, muere porque un campesino montado en buey lo delata con las autoridades.
En un momento del documental se cuenta cómo Heraud había dicho que sería como Rimbaud, es decir, escribiría poemas solo hasta los 21 años. Algunos de sus poemas presagian su muerte y vaticinan, como lo había hecho Vallejo, la forma en que iría de perecer. ¿Quería cambiar las cosas de su país realmente, o eran más sus ganas de morir las que lo llevan a tomar la decisión de coger las armas? ¿Se sentía atraído más por la muerte misma que por llevar a cabo con éxito la revolución? ¿Es su breve legado poético lo que debería recordarse o más bien su paso por la guerrilla?
Lo cierto es que casi todos los jóvenes poetas durante los años 60 y 70 querían ser revolucionarios. Ese era el aire de los tiempos y hay que reconocerlo. Roberto Bolaño también fue uno de ellos. Él ha confesado, más de una vez, que más que escribir poesía, a él le interesaba vivir como poeta, es decir, como un revolucionario. “Hay un momento del 11 de septiembre, que yo estoy esperando que nos den armas para salir a luchar”, dice Bolaño, que el año del golpe de Pinochet tenía casi la misma edad que Heraud, 20 años. Esas declaraciones las hace en alguna entrevista y también están recogidas en el libro Soldados de Salamina, de Javier Cercas, donde uno de los personajes es el propio Bolaño, que dice: “Mira, te voy a decir la verdad. Durante años me cagué cada vez que pude en Allende, pensaba que la culpa de todo era suya, por no entregarnos las armas”. Pero, en perspectiva, Bolaño recapacita y le cuenta al narrador: “Ahora me cago en mí por haber dicho eso de Allende. Joder, el cabrón pensaba en nosotros como si fuéramos sus hijos, ¿entiendes? No quería que nos mataran. Y si llega a entregarnos las armas hubiéramos muerto como chinches. En fin, supongo que Allende fue un héroe”.
Un héroe es, quizá, no aquel que provoca muertes, sino aquel que las evita.
Está previsto que el documental ‘El viaje de Javier Heraud’ se exhiba en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 22 de marzo. La programación puede verse alterada o cancelada de acuerdo con las medidas para frenar la epidemia del Covid-19.
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