B. Wurtz, arte para concentrarnos en la manera de tirar menos cosas
Al californiano B. Wurtz (Pasadena, 1948) hace años le hubieran diagnosticado síndrome de Diógenes. Su obsesión por recoger todo tipo de objetos y fabricar con ellos esculturas le acercan a un tipo de arte fronterizo entre el ‘art brut’ y lo conceptual, pero sobre todo a una forma diferente de pensar en reciclaje artístico. Cuarenta años de trabajo, de bucear en lo cotidiano, han desembocado en una retrospectiva de más de 70 obras con la que La Casa Encendida inaugura el nuevo curso de exposiciones.
En 1971, Wurtz hizo un sencillo dibujo titulado Las Tres Cosas Más Importantes; allí inscribió su declaración de intenciones en sólo tres palabras: comida, techo y ropa. ¿Se imaginan algo más básico? Un artista que hace público su código de vida en unas esculturas que expresan sus preceptos fundamentales, su código de tres letras basado en las necesidades fundamentales del ser humano: dormir, comer, no pasar frío. Instintos básicos transformados en obras que critican el despilfarro, el consumo sin freno.
No es fácil ver las obras de Wurtz en España. Hace unos años la galería Maisterravalbuena organizó la primera exposición individual del californiano, “maestro del arte modesto, sin pretensiones”, como dijo Roberta Smith, la crítica de arte del New York Times. La de ahora es más completa; el tiempo ha pasado y Baltic, el Centro de Arte Contemporáneo en Gateshead, Reino Unido, le ha lanzado al estrellato con esta antológica que se muestra ahora en Madrid.
Una de sus primera obras, The Aftereffects of My Lunch (1972), dos envoltorios de plástico con las gomitas para cerrarlos, fueron la eclosión de su año horrible, la etapa más oscura de su vida. Viendo estas bolsas de sándwich, el espectador no acierta a comprender su importancia, pero Wurtz confiesa en una entrevista con Laurence Sillars, comisario de la muestra, cómo aquel lunch que le preparó su madre fue el detonante para empezar una nueva vida.
Su biografía está escrita en sus obras. Los materiales que utiliza forman parte de su quehacer diario. Recoge sus pelos, los etiqueta, guarda las bolsas del supermercado y las cuelga como ramas de un árbol que no es. Atesora todo lo que pasa por su manos o se queda en los contenedores de basura. “Nunca quiero esconder su verdadero uso”, afirma. Metódico, obsesivo, un hombre de rutinas diarias que guarda año tras año los envases de albal de los platos preparados que compra para comerse en su apartamento de Nueva York con su mujer. Y los muestra en una instalación colorista y asombrosa, centenares de bandejas (las empezó a guardar en 1990) etiquetadas con el año y pintadas en su base de colores.
Piensa Wurtz filosóficamente en el tiempo y cree que su búsqueda de objetos será con el paso de los años una prueba de permanencia arqueológica, como esas bolsas de plástico que hablarán de la era en que vivió. Su conversión de los objetos, ese nuevo sentido a lo humilde, recuerda a Duchamp y su retrete, o a la caja Brillo de Warhol, pero él, a diferencia de sus colegas antecesores, quiere pasar desapercibido y ha preferido esconder su nombre, William, tras la inicial B. “Es una forma de protegerme. Así muchos creen que soy una mujer”. Es también una afirmación de su personalidad: B. Wurtz puede traducirse como «yo soy Wurtz».
Trabaja con objetos de todo tipo. Los más comunes, plásticos, calcetines, cordones de zapatos, negativos de fotografías, bayetas, trozos de tela, cables, redes. Si llega a pasar días antes por Madrid, seguro que se hubiera apuntado a la subasta de los más de mil objetos perdidos y hallados en Madrid. Recicla con convencimiento: “En mi vida personal soy activista, firmo manifiestos”. Y utiliza las variadas prendas y cosas como una llamada de atención a la forma que tenemos de deshacernos de lo viejo, de lo inútil. Y lo hace en obras cargadas de ironía: “No creo que pudiera funcionar en este mundo sin humor. El humor en mi trabajo es una forma de explicar lo que la gente ve en el arte. No creo que el arte sea para todo el mundo, es para aquellos a los que les interesa”.
En su orden tan personal, porque lo tiene, no se engañen, equilibra perfectamente la estética con la percepción, lo familiar con lo extravagante. Ensaya su mensaje sin fisuras y es categórico en su mensaje: «En el futuro quizá encontremos la manera de tirar menos cosas”.
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