Cómo sacarle partido a las esperas, los intermedios, las transiciones
Si la vida es una larga espera, llena de pequeños paréntesis que a veces no sabemos cómo rellenar, ‘El tiempo regalado’, de la escritora y periodista de cultura alemana Andrea Köhler, nos invita a sacarle partido a esos momentos de languidez temporal en el que el reloj parece haberse parado. “Me encantan las transiciones, los intermedios, ese lapso en el que las cosas aún son inciertas”. Me alegro de haber esperado a leer este libro justo ahora; nunca vivimos un tiempo tan ligado a la espera, el paréntesis y la incertidumbre.
Los buenos libros, los necesarios, esperan el momento oportuno para ser leídos. Ahí estaba en mi mesa de libros pendientes El tiempo regalado (Libros del Asteroide). “Esperar es una lata. Y, sin embargo, es lo único que nos hace experimentar el roer del tiempo y sus promesas”. Así comienza este breve, intenso y hermosísimo ensayo de Andrea Köhler.
“Amo la hora azul que promete la cercanía de la noche, que es en sí un vuelco hacia algo mucho mayor que esa mañana que esperamos retorne. Quien sabe esperar sabe lo que significa vivir en el condicional”.
Vivimos en el condicional. ¿Acaso no lo hacemos siempre? Sin embargo, ahora que estamos confinados, a la espera de que todo acabe y empiece de nuevo, ese condicional cobra un peso aún mayor. Nuestro presente y nuestro futuro dependerán de lo que sepamos hacer con ellos.
El tiempo regalado es un libro intensamente literario, con una prosa hermosa y cuidada (gracias por la excelente traducción de Cristina García Ohlrich) que abre la puerta a otros libros, a otras lecturas, para ahondar en lo que significa esperar. Esperar en un mundo vertiginoso como el que vivimos hoy. Esperar en la infancia. La llamada del amante. El canto de las sirenas, como la llamaba Kafka. La espera de Penélope, de las mujeres. El paréntesis del sueño y de sus posibilidades. “Sin duda, la pausa más misteriosa de nuestra vida es el sueño, que cada noche nos permite ensayar esa espera de la que algún día no despertaremos”.
Uno de los capítulos más esclarecedores del libro es cuando aborda los ciclos vitales, eso que la modernidad, o la posmodernidad, se ha empeñado en matar. “Los invernaderos y la globalización se ocupan hoy de que ni los productos de la agricultura ni las estaciones del año tengan ya ese aroma especial que una vez ligó el sabor particular a un mes”, narra Kölher. Y añade: “Hoy es un anacronismo en muchos ámbitos de la vida esperar a que algo madure, y casi ni nos importa. Y eso que la necesidad de plegarse a ciertas cosas tenía también una vertiente muy confortable. No éramos entonces responsables de la aceleración de las cosas”.
Madurar. Creo que es una palabra olvidada y en desuso en nuestra sociedad de usar y tirar. La globalización neoliberal y el consumismo desenfrenado que han llevado al planeta a una crisis ecológica sin precedentes nos ha convertido en adolescentes caprichosos. Nos ha dicho que los límites no existen, que tenemos derecho a todo aquí y ahora, sin que eso nos haga felices. El capitalismo salvaje ha malbaratado el carpe diem horaciano (que más bien hablaba de disfrutar del momento, de las pequeñas cosas de la vida), en un falso hedonismo que solo conduce al vacío y a una espera angustiosa. Esperamos que comprar el último móvil, cambiar de muebles o de ropa, o hacer un viaje de 48 horas a las antípodas solo para tumbarnos en la playa, calme nuestra angustia existencial, pero solo la aplaza.
Quizás, antes de madurar, tengamos que dejar la adolescencia para empezar de nuevo, en la infancia. “En mi opinión, los niños son los que mejor esperan porque aún no recelan [de la espera], porque todavía no la ven como algo culturalmente falto de valor”, asegura Wilhem Genazino, una cita que recoge Köhler. El libro está lleno de referencias. Köhler ha sabido entreverar su pensamiento con el de otros autores para armar un libro polifónico aunque con una sola voz.
Visto así, esta vuelta a la infancia, con su atención siempre ligada al momento presente y a las ensoñaciones, podría ser una oportunidad. “Las horas no sujetas al avasallamiento de los mayores estarán iluminadas por esas ensoñaciones. Esperar es, así, nuestra primera práctica en el pensamiento utópico, en la resistencia contra las imposiciones de un mundo que imponen otros”, escribe la autora alemana.
Me alegro de haber esperado algunos meses para leer El tiempo regalado. Me alegro de haberlo leído justo en estos momentos. Saquemos partido a la espera, pues, resistamos.
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