“No estamos preparados para cosas normales como la tristeza o el dolor”
“Dar vida incluso en la muerte”, escribe Paula Vázquez en su libro ‘Las estrellas’ (Tránsito Editorial). Y es en esta frase donde se condensa todo lo bueno y malo que el fallecimiento de su madre le trajo. A través de la autobiografía, la autora argentina cartografía su experiencia en torno a la pérdida y el duelo. El dolor que supone, la enfermedad, los hospitales, la relación con su madre, literatura… Pero también cómo la vida se abre paso. Incluso en experiencias tan dolorosas como esta.
¿Qué tal estás? ¿Cómo es tu relación con el libro a día de hoy?
Tengo una relación un poco ambivalente con el libro. Los procesos de escritura y de edición fueron muy rápidos, pero el duelo no lo es. Escribirlo sí que me supuso una especie de compañía y me vinculó con cosas muy vitales y luminosas. Pero una vez que lo terminé, me costó mucho seguir en contacto con él. También por mi familia. Yo lo que les dije es que se trataba de la vida de mi mamá, para mí. No de la hija de la hermana de mi tía o la mujer de mi padre. Es un recorte personal de quién fue mi mamá para mí. De cómo fue nuestro vínculo, cómo fue la enfermedad hacia un proceso de curación respecto a un montón de cosas.
¿Son los detalles nuestra salvación?
Toda la estructura del libro es fragmentaria. El libro se construyó a base de notas, porque de forma habitual yo lo hago. No lo hacía pensando en un libro. Esto se puede identificar con un estado de conciencia que es propio del duelo. Cuando la muerte es reciente, hay un momento que parece que la Tierra hubiese dado un vuelco. Ese estado está representado y, para poder explicarlo, hice este tipo de libro.
¿Por qué decidiste dejarlo así y no darle coherencia?
No me gusta la literatura que conduce al lector. No me gusta la que parte de una idea. Me interesan las escrituras híbridas. Ahora estoy obsesionado con Eduardo Halfon, que tiene un poco de esto. Creo que sí que hay una pequeña composición. De hecho, para hacer esto, me retiré en una isla y se trata de un momento que acabó siendo parte del libro. Sin viaje, yo creo que no habría habido libro. Sin esta parte, hubiera sido muy rígido.
Esta escritura híbrida la llevas también al terreno literario. Cambias de voz narrativa, de tono…
Sí. Sobre todo en el capítulo del entierro. En él hice un proceso de doble alejamiento: uso de la tercera persona y además está escrito con recursos del lenguaje cinematográfico. Ese proceso fue una necesidad: la única forma de poder escribirlo. Fue un día que sufrí una deshidratación extrema porque lloré todo el día que lo estuve escribiendo. La herramienta no es un artificio, sino la única manera de poder hacerlo.
Tu cuerpo lo repele, pero aún así sientes la necesidad de escribirlo.
Creo que tiene que ver con algo que está en mi naturaleza, que es el porqué escribo este libro. Quizá sería más sencillo no lidiar con esta desnudez frente al mundo y cuestionamiento familiar. Pero no sólo eso, sino también es un material para que se haga público. Es una pulsión por escribir, la escritura se impone. Es algo que no se puede dejar de hacer. Creo que es mi modo de trabajarlo.
Durante todo el libro dejas claro que la enfermedad no es el único problema, sino que hay una ristra de dificultades que van emparejadas a ella. Dices en las primeras páginas: “La enfermedad es agotamiento orgánico, pero también trastornos, desequilibrios, la imagen propia frente al abismo”.
Es que eso es la enfermedad. Todo eso. La enfermedad es tener que pedir el turno con el oncólogo cuando tu mamá está muriéndose de dolor, mientras que delante tienes muchas personas en la misma situación. También lidiar con el dolor, con los detalles. De hecho, ese párrafo, cuando termino con la frase de “se sobrevive a todos los detalles”, tiene que ver con el protocolo de internación. Está tomado de un momento en el que yo acompaño a mi mamá a internarse y una enfermera lee a mi madre una serie de medidas sobre estos protocolos. Eso es atravesar la enfermedad.
Como decías antes, a través de la enfermedad que atraviesa el libro, se abren otros subtemas. Uno de ellos es el cambio de chip que supone la relación con tu madre. ¿Por qué parece que necesitamos esperar al último momento para romper esas barreras?
Sería bueno saberlo. En mi caso no tengo sensación de reproche, pero sí hay una sensación de haber perdido tiempo de contacto físico con mi mamá. Me acuerdo de la última etapa. Antes mi mamá no me abrazaba. El cambio fue mío, ella me seguía tratando igual. Yo iba y la abrazaba. Y la gente me miraba raro, ya que era algo loquísimo entre nosotras.
Yo trabajé mucho tiempo antes de la enfermedad mi relación con mi madre. El cambio pienso que tiene que ver con la conciencia de la muerte. Es algo con lo que no venimos, que se aprende. Por lo menos en este momento del capitalismo, en el que estamos absolutamente protegidos de manera negativa frente a ella. Ahora mismo el dolor se reprime, la angustia y la tristeza son patológicas; hay que estar bien y ser productivos. Saber que la muerte es parte de la vida no es algo fácil de aprender.
Esto es algo que reflexionas una y otra vez en el libro. Hay una frase que lo resume muy bien: “Hay gente que dedica su vida entera a diseñar y construir camiones de bomberos, hay hombres y mujeres que se aseguran que todo esté preparado para el momento en el que se desencadena la explosión”.
No estamos preparados. Las cosas normales de la vida, como puede ser la tristeza, la angustia o el dolor, son inmediatamente patologizadas. Por eso es que no estamos preparados. Se nos enseña que esos son momentos que les pasan a otros, que son debilidades que hay que reparar con ciertas cosas.
“Dar vida incluso en la muerte”, son algunas de las palabras que dedicas a tu madre. ¿Qué más has aprendido en este proceso?
Otro de los efectos que tuvo el escribir este libro es vincularme más con la literatura. De hecho, después de escribir el libro abrí la librería Lata Peinada. Terminó de nacer, para retomar la frase de “dar vida incluso en la muerte”, una Paula que estaba en un estado embrionario antes. Esta Paula tiene que ver con mi vínculo con los libros: siendo escritora, librera y lectora. A un estado de vulnerabilidad que antes no tenía. Previamente estaba en un estado de afirmación, de mucha rigidez y de mucha fortaleza, en el que el costado de la vulnerabilidad no estaba permitido.
Te preguntaba al principio qué tal estabas. Pero ahora, después de que se haya abierto el costado de esta nueva Paula, ¿te sientes mejor?
Sí, mucho mejor. Es difícil decirlo cuando partes de haber vivido una experiencia tan dolorosa. También encontré otras cosas como el amor. Ahora estoy en contacto con otras cosas que me hacen muy bien, como ser escritora o librera. Sí, estoy mucho mejor.
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