¿Hace tiempo que leer dejó de estar de moda en España?
El 40% de los españoles no abrió un libro en 2015. El número de librerías es cada día menor. Las tabletas y nuevas tecnologías están cambiando la forma de enfrentarse a los textos. Proponemos el libro ‘Leer’ del fotógrafo húngaro André Kertész, con imágenes tomadas a lo largo de los años 1915 a 1970, como chaleco salvavidas de algo que esperamos no muera para siempre.
Dicen los libreros en su último informe que el 40% de los españoles no abrió jamás un libro en 2015. Que cada vez hay menos librerías y puntos de venta de periódicos y revistas. Que las bibliotecas públicas han reducido el nivel de préstamos a consecuencia de los recortes. Como paradoja, los libreros resaltan, sin embargo, que el número de lectores frecuentes ha aumentado en los últimos 15 años, hasta un 11,2% más. Y piden más planes para el fomento de la lectura, en los que yo siempre echo en falta el reclamo de la lectura como diversión, como placer.
Desde el punto de vista estadístico, no sé si ahora se lee más o menos que hace 30 años, si la calidad de lo que leemos es mayor o menor. Parece claro que las nuevas tecnologías, las redes sociales, han cambiado nuestra forma de entrar en un texto. Vivimos en un mundo más fragmentario y también nuestra lectura se ha hecho añicos. Los consumidores de los llamados best-sellers (con lo impreciso que es este término, Cien años de soledad fue un éxito de ventas en su día) siguen siendo fieles, pero quienes optan, digamos, por una literatura de más peso (y no me refiero al tamaño), más ambiciosa, prefieren textos más cortos, cuya lectura se adapte más a los huecos que nos va dejando la vida diaria. Quizás de ahí provenga el éxito de los microrrelatos y de las formas breves. Lo que sí ha cambiado en todos estos años es la consideración que tienen los libros, la cultura, en la sociedad. Digamos que antes llevar un libro bajo el brazo era un signo de distinción, de prestigio incluso. Ahora lo que mola es llevar el último móvil.
España es un país de ágrafos (funcionales o no) y, precisamente, una de las ambiciones de la Segunda República fue la de alfabetizar a una población que no sabía leer ni escribir. La Guerra Civil y el Franquismo fueron años de tierra quemada y aunque en la Transición se logró la escolarización universal y gratuita y una mejora considerable en el acceso a la cultura, la Educación y la Cultura, con mayúsculas, siguen siendo el patio trasero de este país.
Vivimos tiempos oscuros, no solo en España –Trump, la extrema derecha que ha tomado de nuevo Europa–, y quizás en un futuro no muy lejano nuestro mundo se parecerá demasiado a la distopía que imaginó Bradbury en Farenheit 451. Leer quizás se convierta en un signo de resistencia frente al mal. Puede que ese futuro ya está aquí.
No tengo claro que leer nos haga mejores personas –la prueba está en la Alemania que llevó a Hitler al poder–, pero al menos puede ser una vacuna contra la estupidez, aunque no siempre haga efecto. Sumergirse en una gran novela, como Rojo y Negro de Stendhal, pongo por caso, nos aísla de la mediocridad, nos reconcilia con lo más íntimo. Nos transforma. Es conocida la frase de Borges cuando aseguraba que no se vanagloriaba de los libros que había escrito sino de los que había leído.
Pienso en todo esto después de ver las fotografías de Leer, editado al alimón por Errata Naturae y Periférica, quizás la obra más singular del fotógrafo húngaro André Kertész, con la que se sentía más identificado. Tomadas a lo largo de años, de 1915 a 1970, en distintas ciudades (Buenos Aires, Nueva York, París, Tokio), Kertész, como un Vermeer del siglo XX, capta los momentos de intimidad de distintos personas con la lectura. Unos niños proletarios que comparten con avidez un libro en la Hungría de la Primera Guerra Mundial. Lecturas insólitas en los parques y en las calles, en las azoteas o en las escaleras de incendios, en las que uno puede sentir la calidez del sol que llega al lector, la de las páginas del libro o la revista con las que han logrado evadirse. Las manos añosas de un monje que mira recogido las páginas de su devocionario. Una vaca que observa de reojo cómo lee el periódico un hombre sentado en un banco. Un niño que lee un cómic entre la basura. Fotografías en blanco y negro, como las páginas de un libro, que captan la poesía que emerge a veces entre un lector y su libro, pillados al azar.
“La imagen de una persona que lee es, como toda imagen, inocente en sí misma. Es el acto de traducción que hace quien la ve el que carga esa imagen de significado, declarándola positiva o negativa, memorable o banal, prestigiosa o deleznable”, explica Alberto Manguel en el prólogo de este libro delicioso y singular. La mirada de Kertész es la de un fotógrafo que dedicó gran parte de su vida profesional a capturar la efipanía que se da a veces en el momento de la lectura. Imágenes que nos llevan a meditar sobre quiénes seríamos si no tuviéramos libros, ni revistas. Si no pudiéramos refugiarnos entre sus páginas cuando queremos aislarnos del mundo. Si no pudiéramos compartir el mundo en sus páginas.
Si la vida es un hilo sobre el que caminamos, como funambulistas, con cuidado de no caer, creo que la lectura puede ayudarnos, si no a evitar esa caída, al menos a amortiguar el golpe.
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