Viaje a la ‘Laponia ibérica’, la España que agoniza por la despoblación
Con la pretensión de quien intenta dar un grito en el vacío, suponiendo que así el eco repercuta en reacciones ante el abismo, Paco Cerdá reúne en ‘Los últimos. Voces de la Laponia española’ (Pepitas de Calabaza) el pensamiento y la reflexión de medio centenar de personas sobre un desolado territorio del interior de España, una enorme región que se extiende por 10 provincias y presenta una densidad demográfica de 7,38 habitantes por km2. La España del no-lugar y del no-tiempo. De paso, desmonta también muchas utopías sobre la ‘Arcadia’ de la vida neorrural.
Por CARLOS MADRID @carlosmartnez90
La Laponia española, o Serranía Celtibérica, abarca una extensión de 65.000 km2, donde sólo viven 480.000 personas, es decir, una media de 7,38 habitantes por km2, mientras que la media en España es de 91,83. O lo que se traduce en 12,44 veces menos. Estas cifras no evidencian más que silencio, olvido y muerte, por lo que a los habitantes que albergan estos páramos no les queda más remedio que adscribirse a eslóganes propios de la juventud como resistencia, lucha o antisistema. Y eso que por allí la mayoría ya sólo disfruta esa etapa de la vida en sus recuerdos.
Un libro sobre un no-lugar, sobre un no-tiempo.
Esa sensación la viví en Motos, un pueblo de la serranía de Guadalajara donde sólo vive el pastor Matías López. No tiene móvil, ya que dice que no quiere que le agobien, lo que me dejó bastante sorprendido. Mientras lo esperaba, noté unas coordenadas extrañas para mí, como eran la falta de compañía, de ruido ambiental, y también ninguna referencia visual que me acercara al presente al que estoy acostumbrado. Por eso hablaba de no-tiempo, no-lugar; verdaderamente no había sentido esa extrañeza tan grande, en esas coordenadas, en mi vida. Y he estado en Pekín, o en muchas zonas de Europa.
Ese sentimiento lo vives en Motos, pero en los sucesivos pueblos no varía mucho.
Sí, evidentemente. Por eso arranco así. Es una tónica general; la del silencio, la del vacío, la de la distancia, la del carácter remoto respecto a la ciudadanía… Me encontré una España desconocida para mí, y creo que para la mayor parte de la población. Más de la mitad de los 1.355 pueblos de los que hablo en el libro tienen menos de cien habitantes empadronados. Son muy pocos, y eso que los números son siempre mentirosos; vive mucha menos gente de lo que dicen las cifras oficiales. Esto quiere decir que hay muchísimos pueblos de 10, 20, 30 habitantes… Sólo hay en todo el territorio seis poblaciones con más de 5.000 habitantes. Esa pauta de soledad, de aislamiento, es común a todos estos territorios. Dicen los expertos que tienen una identidad compartida; sin compartir bandera, o comunidad autónoma, les mantiene unidos la montaña, el frío y el aislamiento respecto a las grandes poblaciones.
Esta zona, a la que llamas en el libro la Laponia española, ¿dónde se encuentra?
Esta zona se extiende por diez provincias españolas, completas o partes de ellas: Guadalajara, Teruel, La Rioja, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza, Soria, Segovia y Castellón. Entre todas ellas, abarcan la extensión de 65.000 km2, un tamaño que dobla a Bélgica, y en su interior sólo viven 480.000 personas. Ha sucedido una debacle brutal. En menos de 80 años se ha reducido a la mitad, mientras que en España se duplicaba la población. Es tal la alarma que algunos expertos dicen que el ocaso de estas tierras está próximo, si no se actúa de una forma muy decidida. Y aun así, no cambiaría mucho en 10 años o en 20.
¿Es una huida o un vaciado?
En la década de los 60, muchos se sumaron a esa huida hacia las grandes ciudades, lugares que representaban escaparates ficticios que eran vendidos a través de la televisión. En el libro me comenta una persona de Soria que esas ciudades prometidas luego no cumplieron esas promesas de felicidad y de comodidad, ya que con la formación campestre que normalmente tenían, se vieron abocados a jornadas de 8, 9, 10 horas en fábricas, viviendo en extrarradios urbanos, en situaciones muy complicadas. Eso fue una huida, pero posiblemente obligada. También ha sido un vaciado. Un vaciado del territorio consentido por las administraciones, porque no han sabido conservar una de tantas riquezas como tiene este país. España es un país de contrastes: nacionales, lingüísticos, territoriales… Han sido las dos cosas.
La demotanasia…
Es un término muy interesante que tomo de la investigadora María Pilar Burillo, del Instituto de la Serranía Celtibérica. Ella se puso a pensar cómo denominar el fenómeno que había ocurrido en estas tierras; hubo un momento en el que probando raíces griegas y latinas le vino a la cabeza. Demos significa pueblo, y tánatos, muerte; es la muerte de un pueblo, de un territorio que ha sido derivado por acción u omisión de unas políticas que lo han consentido, de no paliar esas desigualdades que tenían de partida. Y no sólo del territorio, sino también de las personas y de la cultura, y por lo tanto, de la identidad que se mantenía viva.
¿Cuánto de culpa tiene el capitalismo?
La mayor parte. El capitalismo y la entronización que hemos hecho de él; la utilidad y el pragmatismo, el beneficio y el rendimiento por encima de todo. También de la imitación, la no reflexión de que otra forma de vida es posible, o de que no hace falta repetir de forma mimética el comportamiento, la forma de vida que nos inoculan por la televisión. No quiero que parezca una confabulación mundial, o un movimiento conspiranoico, pero sí que creo que flota en el ambiente. Me lo decía el prior del monasterio de Santo Domingo de Silos: “Como un diablo sin música, que llena el ambiente, y que nos conduce por vericuetos un tanto peligrosos en lo que respecta al territorio, a las personas.” Y eso está en la base de todo lo que está pasando.
¿Son los olvidados de España?
Sí. Aunque hay más olvidados. Están los refugiados, los inmigrantes, las personas sin techo, las mujeres a gran escala, los niños con dificultades escolares que no son atendidos, los ancianos… Hay muchos últimos en la sociedad. Quizá éstos son los últimos en el sentido territorial de España. Es interesante matizar el doble significado del título; son los últimos porque, tal como alertan muchos demógrafos, no hay reposición en estos pueblos, y por lo tanto están al borde de la extinción. Son los últimos de una forma de vivir, conforme lo habían vivido sus antepasados desde hace milenios. Pero también son los últimos en los que pensamos todos; las administraciones, pero también la gente. ¿Cuántos de nosotros nos acordamos de ellos?¿Cuántos pedimos antes un polideportivo para nosotros que una carretera para ellos? Son los últimos que van a quedar si no se remedia. Ojalá libros como este ayuden a revertir la situación, o por lo menos a paliarla, a crear conciencia.
Hay que ser un auténtico Quijote, un auténtico maqui, la última resistencia, para sobrevivir en estas zonas.
El inconformismo ante el presente que les ha tocado vivir; el inconformismo ante el sistema que les han impuesto. Es una resistencia explícita, como cuando en la aldea del Collado, Marcos rehabilitó el pueblo deshabitado, y pese a que no hay suministro eléctrico, sigue viviendo allí con otras tres personas. Viven de una forma quijotesca, si quieres utópica, pero con un ideal muy marcado. Pero también hay resistencia implícita, resistencia resignada; gente que no quiere hacer alarde, gente que ha vivido el vaciado de su pueblo, pero que se ha quedado en él bajo el argumento de “yo no me voy de mi pueblo”. ¿Pero por qué? Esa respuesta al porqué sería un material muy inflamable en una revuelta popular.
También derribas la vida utópica del campo.
Creo que uno de los intereses del libro para el lector no es mi voz, sino las que he ido recogiendo; medio centenar de personas que aparecen ofreciendo sus reflexiones y su pensamiento. Respecto a lo que me preguntas, en Segovia fui a ver uno de los aspectos que me interesaban; el fenómeno del neorruralismo: aquellas personas que se van de la ciudad al campo, para asentarse y cambiar de vida. Principalmente era para desmontar tópicos; existe la imagen bucólica del edén del pueblo como ese lugar al que me voy, donde desconecto, cambio de vida, olvido el móvil, al jefe, los atascos, y por lo tanto seré una persona más feliz. Luego eso es mentira. La vida en un pueblo es muy dura; muchas veces no tienes ni tierra para trabajarla porque los propietarios tendrían que venderla tan barata que no les interesa deshacerse de ella. Después vienen todas las dificultades de soledad, de frío…
Es posible un cambio neorrural, pero como advierten los compañeros de Segovia de Abraza la Tierra, hay que saber dónde se va, a qué se va y por qué se va. Una vez que tengas las respuestas claras, actuar.
Da pánico este asomo que haces en el libro al abismo.
Para tener pánico, la condición primigenia es asomarse a él. Ése es el problema de esta región, que pocos se asoman, que pocos la miran. Esto se produce porque no tiene rendimiento económico, ni político, y el social muchas veces no se puede ver. La verdad es que da mucho pánico.
¿Hay solución?
Siempre hay solución; quizá no para alcanzar un estado idílico, pero sí para ir poniendo parches y sentar bases para un crecimiento del territorio. Los expertos que defienden la Serranía Celtibérica piden algo tan básico como que se reúnan estas provincias en una especie de entidad territorial que pueda captar fondos europeos para que puedan ser invertidos allí. También reclaman una bonificación fiscal como tienen las Islas Canarias, o ventajas económicas para empresas que se asienten en este territorio. Así se podría paliar de alguna forma las desventajas que sufre el territorio. Siempre hay solución. Lo que no ofrece solución es quedarse quieto mientras se muere una parte muy rica de este país.
¿Qué pierde el ser España con la muerte del ámbito rural?
Hay geógrafos que huyen de hacer un drama por la muerte de un pueblo o de una aldea; alegan que la historia de la humanidad ha sido así, que han desaparecido incluso civilizaciones, que no pasa nada, que la vida continúa. Cuidado con ese planteamiento, porque normalmente no lo dice nunca una persona de su propio pueblo. Que otros desaparezcan, vale, pero cuando es el suyo propio es más costoso: ahí está su pasado familiar, sus raíces, sus sentimientos, su identidad… Aunque todas estas palabras sean en minúscula y con muchas comillas, y sin caer en el peligro de entronizarlas. Pero sí que se pierde mucho de riqueza cultural, sentimental. Si es posible no dejarlas morir, ¿por qué hacerlo? No ya por un respeto al pasado, sino por un respeto al presente de las personas que quieren vivir de ese modo, y que no solicitan un polideportivo en cada uno de sus pueblos, sino sólo unas mínimas condiciones que les permitan vivir.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
Comentarios
Por Mariajo, el 01 febrero 2017
LA TIERRA DA SUS FRUTOS PARA TODOS…
podemos quererla, amarla, engendrarla… podemos vivirla y aprender a relacionarnos de otra manera, con ella, con sus vástagos, con las bestias que de ella viven, con sus criaturas que la endulzan, con nuestros semejantes…
ES MENTIRA QUE MATAR LA TIERRA SEA LO PRODUCTIVO, lo sostenible, lo viable, lo único que se puede hacer… No sólo pueden crecer los niños educados como seres integrales, capaces, sociales, ciudadanos -en todo el sentido participativo y democrático de la palabra- sino que pueden relacionarse con el medio. con todo el tejido productivo, sin darle beneficios a las farmaceuticas, ni a las eléctricas…, y claro que no solo puede llegar la cultura y el arte a los pueblos perdidos, sino que probablemente, sea de dónde salga…,
Solo tenemos que renunciar al capitalismo que explota, oprime, reprime, margina, segrega, enferma, y mata. Mata vestido de sirenas de Ulises.