Entre el pan y la palabra, la solidaridad se desconfina
Último día de mes, toca una noticia que abraza. La de hoy tiene un solo rostro formado por infinitos píxeles; cada uno de ellos corresponde a un individuo anónimo. Podría titularse “una ola de apoyo mutuo atraviesa el planeta”; sin embargo, del mismo modo que no hay ola que cruce el mar del que forma parte, el suceso al que se refiere esta noticia es más sencillo: nuestros actos forman parte de una cadena de cuidados capaces de replicarse en barrios, pueblos, ciudades… hasta adquirir una dimensión planetaria, y en ellos, pan y palabra van enlazados. Aquí recogemos una serie de proyectos de solidaridad en la pandemia, redes de cuidados y apoyo –sobre todo con mayores y menores– que siguen haciéndonos confiar, y mucho, en la Humanidad.
Porque cada mensaje que compartimos está integrado en este fractal; formo parte de la noticia que ahora redacto. La entrada de mi casa está llena de bolsas y cajas con cuadernos, rotuladores, lápices, juguetes y dinero para comprar alimentos. Por una suma de azares, nuestra casa es uno de los puntos de recepción de la generosidad de decenas de personas, un pequeño contenedor de buenas intenciones.
Hace unos días la directora de uno de los colegios más humildes de Palma de Mallorca nos contó las condiciones en las que viven sus pequeños alumnos y alumnas: a sus dificultades para educarse o salir a la calle se suma el hambre. Hace días que la cifra ha superado los cien menores en situación de riesgo. Aislados en casas precarias, sin acceso a internet ni ordenadores, su única vía de contacto con una ayuda externa somos sus vecinas. Sus profes se han organizado para gestionar el alimento, darles apoyo emocional y entregarles materiales para su desarrollo intelectual. La educación está alcanzando estos días un grado de nutrición que no habían experimentado antes.
Tras escuchar su relato, mi compañero se hizo eco en sus redes y un reducido grupo de personas respondió a la llamada. Las cajas apiladas junto a la puerta me recuerdan a los contenedores que cruzaban Europa para aliviar a quienes llegaban a las islas griegas huyendo de la guerra en 2015. Conocí personas que formaron parte de aquella red internacional de apoyo, sus gestos son los mismos que hoy veo entre las vecinas y vecinos de esta isla. Han creado ‘Suport Mutu’ (apoyo mutuo), una red de cuidados dirigida fundamentalmente a los mayores y a quienes no pueden acceder al alimento. El hecho de que el apoyo sea “mutuo” implica que quienes reciben ayuda pueden ser también parte de la solución gracias al intercambio y las acciones comunitarias.
Por supuesto, los docentes del colegio de mi barrio están en contacto con Suport Mutu, que a su vez actúa en línea con diferentes comedores sociales de Palma. Uno de los más activos es Tardor, que antes del COVID19 repartía alimento a 400 personas y hoy atiende a 3.800. Las colas son interminables. Multiplican panes y peces diariamente gracias a la comida y medios facilitados por pequeñas y medianas empresas de la isla y a un puñado de personas que durante 10 horas por jornada atienden a quienes no pueden esperar procesos administrativos para comer.
Con cada plato entregado practican la escucha atenta y la palabra de aliento, esa que tanto nos está equilibrando durante la cuarentena. Me recuerdan a aquella Zaporeak que conocí en 2016 en la isla griega de Chios. Los miembros de aquel grupo gastronómico de Euskadi no imaginaban que seguirían dando de comer a los refugiados varados en Grecia durante años. A su lado, durante unos días, repartimos alimentos, ración por ración, mirando a los ojos. La palabra, la sonrisa y las miradas de afecto formaban parte del menú. La realidad y su retrato en las redes apenas coincidían. Sigo estremeciéndome.
Koen Sevenants, un médico apasionado por la psicología infantil afincado en Mallorca, ratifica aquello que aprendí: La palabra nutre. Koen lidera el Departamento de apoyo a la salud mental y psicosocial dentro del área de protección infantil de UNICEF. Lleva la cuarentena buscando caminos para que los menores en riesgo reciban el apoyo que necesitan.
Sus cifras cortan el aliento: 415 millones de menores de edad viven hoy en zonas de conflicto o áreas afectadas por la guerra. ¡1 de cada 6 niñas y niños en todo el mundo! De ellos 149 millones sobreviven en zonas de conflicto de alta intensidad; en la Unión Europea 112,8 millones habitan en hogares en riesgo de pobreza o exclusión social.
¿Cómo hacer frente a la inseguridad alimentaria, al aumento de la criminalidad, a la falta de suministro de medicamentos, a los nuevos huérfanos, a la ausencia de los mayores que antes les cuidaban, al aumento de la violencia en los hogares? ¿Cómo hacer llegar hoy el aliento que necesitan quienes viven sin ordenador, sin líneas de internet y apenas saben leer o escribir?
Habilitar líneas de asistencia telefónica como las que ya existen en EE UU y Europa y que empiezan a ponerse en marcha en Egipto y Etiopía es un camino exiguo. El más fructífero hoy es crear archivos de audio que se puedan compartir en emisoras locales y a través de los altavoces de las aldeas y campos de refugiados. Son ejercicios de relajación, cuentos, consejos para padres y madres, ejercicios para mantenerse en forma…, recomendaciones para la vida en general y no sólo para superar la cuarentena. La experiencia vivida con el Ébola ha servido, entre otras cosas, para volver a repartir cuentos como ‘Soy como tú’, para que los más pequeños no se asusten ante los aparatosos uniformes de los profesionales de la salud.
Son voces que proceden de Siria, Irak, Líbano, Colombia, Venezuela, Afganistán, Burkina Faso, Pakistán, Indonesia, Timor del Este, Myanmar, artistas rohingas, Burundi, Uganda, Sudán… Lo hacen de manera altruista, les da orgullo cooperar y además conocen las limitaciones. Sus palabras espantan el miedo, ayudan a hacer el duelo ante la muerte de un familiar al que no se ha podido acompañar y atraviesan la pena, en inglés, español, ruso, ucraniano, chino, francés, tres tipos de árabe, swahili, farsi, bereber, amhárico, somalí, kinyarwanda, shona, zulú, jémer, criollo, nepalí, turco, ucraniano…
Cientos, miles de voces se están enlazando en todo el mundo para atravesar una brecha digital que se hace sima en cuarentena. La exclusión traza una espiral en estos días y con ella la imaginación de quienes se brindan a establecer contacto. Si quieres formar parte de este aliento fractal puedes hacer mil cosas, entre ellas enviar archivos de audio con actividades que los menores puedan llevar a cabo sin necesidad del apoyo de un adulto a ksevenants@unicef.org.
No hay comentarios