Murciélago, animal oscuro, personaje de tinieblas y pandemias
El murciélago, culturalmente asociado a la noche, la sangre y los monstruos, tenebroso personaje de la literatura gótica, se convierte ahora en nuevo protagonista de una pesadilla mundial como probable origen reservorio de la pandemia que ha puesto a la Humanidad contra las cuerdas. Él no es culpable de nada, pero repasemos su mala reputación literaria, desde los vampiros a las pócimas de las brujas.
A una de mis mejores amigas le mordió un murciélago. No es broma. Fue hace un par de años. Nos lo contó mientras cenábamos una hamburguesa en uno de esos restaurantes de Malasaña a los que no sabemos cuándo volveremos. La anécdota tampoco era tan improbable: es veterinaria y estaba tomando unas muestras del animal en el laboratorio de la Universidad. El murciélago estaba supuestamente sedado, pero se ve que tenía fiesta en el cuerpo, así que se revolvió y le hincó los colmillos en la mano. Nos reímos muchísimo. Tenía su gracia imaginar al bicho haciéndose el dormido para soltarle un bocado a nuestra amiga cuando le acercaba el escalpelo. El protocolo para estos casos, por lo visto, es muy eficiente. El mordido tiene que acudir al hospital de referencia para mordeduras causadas por animales sospechosos de padecer la rabia -en Madrid, el Hospital Universitario Carlos III- y, tras una primera dosis preventiva, quedarse en aislamiento hasta que capturen al animal y analicen su cerebro para comprobar si efectivamente es portador de la rabia. Aquella misma noche nuestra amiga estaba de fiesta con nosotros, luciendo orgullosa la venda de su mano, y nos tiramos varios copazos decidiendo si se convertiría en Batman o en un vampiro.
Aquella fue una anécdota simplemente graciosa. En ningún momento pensamos que nuestra amiga hubiese corrido ninguna clase de peligro, más allá de la posibilidad de tener que quedarse ingresada en el hospital unos cuantos días recibiendo más dosis de la vacuna. Pero lo cierto es que yo no tenía ni idea de lo que puede pasarte cuando te muerde un murciélago, si son portadores habituales de la rabia o de cualquier otra enfermedad, si mordió para defenderse o para tomarse un lingotazo de la sangre de mi amiga, si habitan en la ciudad o en el campo, o si el bicho en cuestión era enorme o, en realidad, apenas medía un puñado de centímetros. Mi desconocimiento acerca de los murciélagos era total.
Por lo visto, no soy la única que no tiene la menor idea acerca de la naturaleza de los quirópteros. El desconocimiento es generalizado y, en cierto modo, entendible, pues afecta incluso a los propios científicos. A día de hoy se han descubierto unas 1.400 especies de murciélagos en todo el mundo. Esto no implica que sea un animal especialmente abundante, pero sí muy diverso en cuanto a variaciones de especies y subespecies (entre ellas figura la subfamilia de los vampiros, una minoría de tres especies que se nutren con sangre). Conocerlas todas es particularmente complicado, y no hablemos ya de los virus que anidan en sus entrañas. La capacidad de respuesta del sistema inmunológico de estos animales los hace huéspedes habituales de esos virus con los que los humanos nos hemos topado recientemente: el MERS, el ébola, el SARS y el nuevo SARS-CoV 2, coronavirus causante de la enfermedad COVID-19.
Durante las últimas semanas, este primo lejano del ratón que en plena evolución se decidió a echar alas está en boca de todos porque parece ser que se trata de la especie originaria del tipo de coronavirus causante de la pandemia que nos ha encerrado en casa. Se trata del reservorio del virus, es decir, del huésped original, y los científicos parecen estar bastante de acuerdo en que el virus saltó a los humanos a través de un huésped intermedio, posiblemente un pangolín. ¿Qué hacían estos animales cerca de los humanos, en un mercado de marisco chino? ¿Cómo llegó el murciélago hasta allí? Bueno, esto no está del todo claro, pero lo que sí sabemos es que los murciélagos, unos animales inofensivos sin el más mínimo interés por el ser humano, se están acercando cada vez más a las zonas pobladas debido, por un lado, a la destrucción de su hábitat natural, y por otro, a su caza y venta como animal exótico. A estas alturas de la pandemia, todos estamos de acuerdo en que molestar a los murciélagos, desplazarlos forzosamente de sus áreas naturales, cazarlos y ya no te digo comerlos -como a cualquier otra especie salvaje sin control alimenticio- representa un peligro potencial que no va a desaparecer así como así.
¿Qué hacemos entonces? ¿Culpar a los murciélagos? Le estamos otorgando una voluntad de enfermar y una maldad innata a un animal que no la tiene. Ninguno la tiene. La naturaleza no es personificable, no tiene voluntad ni de creación ni de destrucción, no es aliada ni enemiga. Simplemente es. Pero no estoy segura de si a mucha gente le daría pena que estas ratas aladas desapareciesen del mapa. No nos despiertan la más mínima simpatía o ternura. Busquen una foto del murciélago herradura, el tipo huésped del SARS-CoV2, oriundo del sudeste asiático. Un primer plano. Pobrecito mío, lo feo que es.
El inframundo de los mayas, las pócimas de las brujas
Generalmente, el murciélago nos resulta un animal de lo más desagradable. Por un lado, su aspecto: una rata pero de rostro aún más desencajado, colmillos largos, pelo áspero y oscuro y que, para colmo, puede alzar el vuelo directamente hacia tu cara. Por otra parte, su nocturnidad y costumbre de dormir en recovecos se asocia instintivamente a lo oculto, lo tenebroso, lo que no debe ser visto, el reino de las tinieblas. Y, sobre todo, ese desconocimiento generalizado del que hablaba al principio; y, como ya dijo H. P. Lovecraft, especialista en bichos feos, no hay mayor miedo que el miedo a lo desconocido.
El rechazo y el miedo al murciélago tienen algo de atávico. Su asociación al terror es universal; toda decoración barata de Halloween que se precie incluye la silueta de un murciélago. Pesa sobre ellos una leyenda negra de orígenes diversos y muy antiguos reforzada, primero, por la literatura gótica y, después, por el cine y los cómics. Los mayas llamaban al Inframundo la “Casa de los Murciélagos”. Las almas de los condenados iban a parar a esta cueva habitada por millones de murciélagos chillando y revoloteando, una bruma negra e histérica que simbolizaba la oscuridad eterna y la muerte. La Biblia también hace alguna referencia a ellos: como aves que no deben ser comidas y habitantes de las cuevas donde arrojar a los falsos ídolos.
En el Imperio Romano eran símbolo de maldad y traición. Durante la Edad Media y el Renacimiento, cuando se extendió por Europa y Norteamérica la superstición de la brujería, los murciélagos, sobre todo sus grandes y extrañas alas, se convirtieron en uno de los ingredientes habituales de las pócimas de las brujas. El cine y las series de televisión popularizaron esta idea de asociar a los animales nocturnos y de aspecto desagradable -murciélagos, sapos, salamanquesas- con la práctica de la magia oscura. Sus extremidades también fueron asociadas a los monstruos de las pesadillas, la capacidad de volar de los nigromantes e incluso a las alas del propio Diablo que, como el murciélago, se esconde de la luz.
El conde Drácula
El murciélago forma parte igualmente del imaginario de la literatura romántica, por grotesco, por nocturno. Es el animal perfecto para una generación de escritores sombríos, acuciados por grandes penas del alma, que gustan de pasear a solas en la noche, envueltos en la neblina, y adentrarse en cuevas o ruinas de castillos y monasterios abandonados donde pueden habitar estos mamíferos. Y de entre todos los escritos románticos, no hay otro tan ligado al murciélago y que tanto haya afectado –negativamente– a su imagen como la archiconocida novela gótica Drácula, de Bram Stoker (1897). En la novela se cuenta que el Conde Drácula, entre otras muchas capacidades, puede convertirse en murciélago. Como bien explica el experto Clive Leatherdale en su ensayo Historia de Drácula (Arpa, 2019), las fuentes en las que se basó el escritor irlandés para crear su personaje son muchas y muy diversas, aunque destaca principalmente la leyenda de Vlad Tepes, El Empalador, un héroe de la cultura rumana. Sin embargo, el rastro del vampiro como criatura mítica que se alimenta de vidas ajenas es mucho más antiguo, tan antiguo como las propias leyendas, y varía según el continente.
Todas las historias tienen más o menos en común su vinculación con la sangre como fuente de la vida y con los muertos que se niegan a estar muertos. Alimentarse de la sangre de los vivos era una de las formas de regresar, aunque fuese momentáneamente, a la vida. Su aspecto físico era de lo más diverso: en algunos cuentos chinos se describe a los vampiros como criaturas verdes cubiertas de moho que brillan en la oscuridad; en Malasia, estaban compuestos de una cabeza, un estómago y entrañas colgantes; en las Indias occidentales adoptaban forma de mujer vieja o serpiente; en Japón, de gato. “Las criaturas de vuelo nocturno son especialmente sospechosas: mariposas, lechuzas, murciélagos…”, explica Leatherdale.
Cualidades como los colmillos puntiagudos, la piel fría que se incendia bajo la luz del sol, la ausencia de reflejo en los espejos, la repulsión al ajo, la necesidad de ser invitado para entrar a una casa, etcétera, son añadidas. Después de Drácula, todas las novelas y cuentos que se han escrito sobre vampiros, así como el filme Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau (1922) y la ristra de películas adultas y adolescentes y series de televisión que vinieron después, han contribuido cada cual a añadir o quitar estos rasgos a los vampiros. La habilidad para comunicarse, convocar e incluso convertirse en un murciélago -y en otros animales temibles como el lobo- es otro de estos rasgos de quita y pon.
El murciélago ha quedado así ligado a la imagen popular del vampiro, uno de los monstruos más peligrosos de la historia de la literatura de terror, y por tanto asociado también a su imagen negativa. Es cierto que vampiros y el resto de especies de murciélagos (la inmensa mayoría) comparten algunos rasgos, como sus hábitos nocturnos y su capacidad de volar; sin embargo, la lista acaba prácticamente ahí. Aunque habitan en lugares oscuros y húmedos, no son animales en absoluto fríos, siendo la mayor parte de las especies de murciélagos originarias de climas cálidos. Y respecto a lo de beber sangre, resulta que casi todos los murciélagos se alimentan de insectos, polen o semillas, siendo los que beben sangre de otros mamíferos -animales salvajes o ganado- una minoría (las tres especies que dijimos anteriormente). Así que no, si un murciélago se cuela por tu ventana no intentará chuparte la yugular; solo querrá huir.
Batman y el pánico a los murciélagos
Hay otra figura de la cultura popular indisoluble del vuelo del murciélago. Aquella noche, yo era más partidaria de que mi amiga se transformase en vampiro, pero había otra posibilidad: Batman. Lo cierto es que el personaje de DC no se convierte en superhéroe a causa de la mordedura del animal -como sí le pasa a su homólogo Spiderman-. Batman solo es multimillonario y bastante musculoso. Nada sobrenatural. Bruce Wayne, en su doble vida, adopta una imagen semejante a la del animal porque para él es el símbolo del miedo. Siendo niño, cayó a un pozo oscuro lleno de murciélagos. Desde entonces le dan pánico. Convirtiéndose en el hombre murciélago, Batman agarra a su mayor temor por los cuernos.
A pesar de estar históricamente asociado a la oscuridad y al temor, al infierno incluso, aunque se le haya retratado ficticiamente como animal de compañía de monstruos sin alma, y aun sabiendo que, en el mundo real, su cuerpo es huésped de algunos tipos de virus potencialmente peligrosos para el ser humano, el murciélago es un animal totalmente inofensivo. De hecho, es un ser vivo muy interesante y bastante necesario -si es que podemos referirnos a los animales en términos de utilidad-.
Dentro de nuestro desconocimiento, seguramente no sabrás que los murciélagos desempeñan una función esencial en la polinización de las plantas, en la movilidad de las semillas que facilitan la reforestación de los bosques y en el control de plagas a través de la ingesta de insectos. Hasta poseen cualidades bibliófilas: en la Biblioteca Joanina de la Universidad de Coimbra anida una colonia de discretos murciélagos que, cuando cae la noche y se marchan los lectores, aletean entre las estanterías y devoran los tan temidos insectos bibliófagos, salvando del olvido las frágiles historias de papel que han contribuido a su ostracismo.
Comentarios
Por EMC, el 05 mayo 2020
Pero por favor, ¿cómo puedes decir que es un primo lejano del ratón? Son quirópteros y están emparentados con los primates. Así que son más parecidos a nosotros que a los roedores que, por cierto, se llaman roedores porque roen la comidad. Los murciélagos, por lo menos los españoles, son insectívoros y, algunos, hasta comen frutas, pero no roen la comida. Y, por cierto, en España no existen los vampiros.