‘Tiempo compartido’ sube a escena la incertidumbre y dificultad del diálogo
El absurdo del día a día, la desubicación, la falta clara de referentes, la guerra externa y la guerra interna -con la pareja y con uno mismo-, la dificultad del diálogo para llegar a acuerdos, las palabras que llegan tarde, la incertidumbre permanente… Temas que definen nuestro tiempo y que suben este mes a la escena de los Teatros Luchana de Madrid a través de un prodigio de interpretación y de ensamblaje de textos de Ionesco, Sanchís Sinisterra y Rodrigo García en la obra ‘ Tiempo compartido’.
Una obra sobre la desubicación. Por eso ni los actores tienen un papel cerrado y definido ni el público ocupa una butaca concreta a lo largo de la representación. Una experiencia teatral que resume en una hora las sensaciones que a diario vivimos de desubicación, de no encontrarnos, de no saber qué está pasando, de absurdo, de tensión y de guerra permanente a nuestro alrededor, y en el entorno más cercano y con nosotros mismos. Así son los tiempos líquidos que nos ha tocado vivir.
Y una obra sobre la guerra. Cuando el dramaturgo rumano Eugene Ionesco escribió en 1962 Delirio a dúo, una reflexión sobre la guerra y sobre la pareja, pensaba en la II Guerra Mundial. Pero la actualidad de su texto, uno de los hitos del teatro del absurdo, nos sitúa en las guerras de hoy. La obra Tiempo compartido, un trabajo exquisito de los actores Sara Torres y Luis Sampedro, dirigidos por Víctor Arrojo, se sirve de fragmentos de Ionesco, Sanchís Sinisterra y Rodrigo García y consigue que los ecos de la masacre en Siria -tan lejana y tan cercana- penetren en la mente del espectador europeo. Hay un momento en que se reflexiona sobre ganadores y perdedores. Pero nunca queda claro en este gran teatro del absurdo quién gana y quién pierde, ni siquiera qué es ganar y qué es perder.
De esa violencia como telón de fondo brota Tiempo compartido, una violencia cuya onda expansiva afecta a la intimidad de una mujer y un hombre. La gran metáfora de Ionesco “es la guerra hacia dentro y hacia fuera”, comenta Arrojo, “la guerra que sucede en el exterior y la de la pareja protagonista encerrada en una habitación, una guerra de afectos, de deseos no cumplidos, de insatisfacciones, y no sabemos calibrar cuál es más importante, y así se crea una profunda tensión existencial”.
Arrojo es profesor de teatro, actor, director en Mendoza (Argentina) de Cajamarca Teatro y autor del libro El director teatral, ¿es o se hace? Luis Sampedro dirige en Madrid el espacio Teatro de la Vida y acaba de publicar en la editorial Alba Manual de teatro para niñas, niños y jóvenes de la era de Internet. Sara Torres fue alumna en Argentina de Sampedro y de Arrojo, y ella misma ha sido profesora durante años en la escuela madrileña de Cristina Rota. La propuesta teatral supone así el reencuentro de tres grandes profesionales que se conocieron en Cuyo y Mendoza. Sara Torres ha participado como actriz recientemente en tres obras de la dramaturga uruguaya Denise Despeyroux (una de ellas Carne viva, que permaneció en cartelera dos años y medio), y explica que ha sido “maravilloso” trabajar con sus dos colegas y amigos. “He sentido la confianza de nuestro marco cultural común, y eso se agradece mucho”, dice. “Y ha sido muy bonito también poner en marcha la obra desde la autogestión, lo que significa volcar todas las energías al servicio del proyecto: la inteligencia, la casa, los recursos, los amigos, el tiempo… Y esa es la manera de hacer teatro alternativo, lo hemos conseguido en Latinoamérica y hacerlo en España con la solidez que tienen mis compañeros para mí es algo más que un lujo”.
El texto, estrenado en Mendoza el pasado agosto con Marcela Montero y Guillermo Troncoso, está construido a través de fragmentos de Delirio a dúo, de Ionesco, de Pervertimento, de José Sanchís Sinisterra, y de Jardinería humana, de Rodrigo García. “La obra es una gran oportunidad de exploración”, dice Luis Sampedro. “La combinación de los tres autores da como resultado un absurdo contemporáneo, donde ya la amenaza no es solo la guerra y su horror, sino también, en las sociedades donde el hambre está resuelta, el tedio, el aburrimiento y el sinsentido de la vida”.
En la obra los espectadores se sientan en sillas distribuidas por el escenario, y los actores transitan entre ellos proyectándoles sus preocupaciones delirantes y destructivas, a veces también tiernas y que dejan al descubierto su fragilidad. “Me interesó la obra porque propone una nueva forma de ser espectador”, dice Sampedro, “ya que en general cuando somos espectadores estamos en nuestra butaca en un lugar de tranquilidad; en cambio aquí el público está atravesado por lo que sucede y por esa pregunta continua que formulan los personajes; eso me parece muy inquietante y a mí me gusta cuando el teatro inquieta”.
A Sara Torres le ha parecido especialmente motivador no contar con ningún elemento de los habituales en los que se apoyan los actores: escenografía, vestuario, utilería, música, acciones…, “y lo que es más, no tener un personaje”, dice. Y añade: “En esta propuesta Víctor Arrojo pone en cuestión determinados paradigmas del teatro, se está cuestionando de entrada el que exista el personaje, aquí solo hay un texto sin una voluntad narrativa, y es el espectador el que crea el relato, lo cual me parece un punto de partida muy desafiante. Esta mujer no existe. Simplemente hay un texto que es dicho por una mujer que no tiene una entidad psicológica o biográfica. El efecto que esto produce es algo que solo se puede lograr con textos de la altura de los empleados en la obra, que nosotros nos limitamos a decir bien, sin obstruirlos, lo cual tiene una potencia brutal”.
Lo que intentan los personajes todo el tiempo es dialogar y no pueden, explica Víctor Arrojo. “Un tópico del teatro del absurdo es la imposibilidad de que la palabra construya puentes”, dice. “Es la palabra infectada de falta de memoria, o, parafraseando a Sanchís Sinisterra, hay algunas palabras que llegan tarde, algo que está pasando en la sociedad contemporánea, el que la idea de poder sanar con la palabra siempre es tardía. En esta pareja, como en la sociedad, la palabra llega tarde”.
El tercer autor de quien se utilizan fragmentos en Tiempo compartido, Rodrigo García, “aporta el tema más existencial”, continúa Arrojo, “la idea de la muerte, la muerte en relación con lo que no hicimos, el cómo las relaciones están enfermas, y el cómo las confesiones más fuertes, por ejemplo ‘traicioné y se dio cuenta’, ‘me alegré de una muerte’, le abren un espacio a la palabra prohibida”.
Víctor Arrojo considera una suerte poder trabajar con actores de la talla de Sara Torres y Luis Sampedro. De la primera destaca su “poderoso registro emocional”, y del segundo “el peso del decir”. El análisis previo de la obra, y el planteamiento de las reglas de juego teatrales, lo hicieron vía Skype. Luego Arrojo vino a Madrid y en tres semanas de trabajo intenso completaron la obra. La experiencia, dice el director, les ha servido, además de para el reencuentro, para redescubrir y poner en valor “el sentido lúdico del teatro”, y también para iniciar lazos teatrales entre Mendoza y Madrid a través del proyecto bautizado El Puente.
‘Tiempo compartido’. Teatros Luchana (calle Luchana, 38, Madrid). Horarios de marzo: viernes, 3, a las 19.30 h; domingos 5 y 23, a las 19.00 h.
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