‘Cuando cerraron las peluquerías’
Tercero de nuestros Relatos de Verano en colaboración con el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado. Nuestro particular ‘Decamerón’ a partir de la Covid-19. La exaltación de la vida y la humanidad. Hoy nos situamos en pleno estado de alarma: “¿Nadie se da cuenta del desvarío estético que significa cerrar las peluquerías? ¿Nadie repara en el deterioro de abandonar a cada uno a la improvisación frente al espejo?”.
POR IVÁN SEVILLANO
La vecina me ha gruñido en el portal. Ha arrugado la cara y me ha enseñado dos hileras de dientes perfectas, blanquísimas. Tras este gesto, cómo no dejarla subir a ella primero en el ascensor. Esto de la pandemia nos tiene a todos un poco nerviosos. Incluso yo, que soy de natural tranquilo, al comprobar hoy que la peluquería sigue cerrada, me he puesto a blasfemar y, a pesar de mi carácter discreto, no me ha importado que me miraran los transeúntes dar manotazos de rabia contra el suelo. ¡Otro día más con estos pelos! ¿Nadie se da cuenta del desvarío estético que significa cerrar las peluquerías? ¿Nadie repara en el deterioro de abandonar a cada uno a la improvisación frente al espejo? ¿Cuándo se había visto tanta permanente en ruinas y tanta barba en desacato? Es urgente que regrese la cordura.
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Ya no sé ni cuántos meses van, y lo peor es la resignación. Hoy en el mercado había viejas indiferentes a la insolencia de su bigote y tipos a los que la barba les alcanzaba el ombligo. No hay nada peor que una sociedad desaseada. No sé qué clásico lo dijo, la apariencia es el espejo del alma, y qué almas se ven por la calle.
He visto al dueño del bar de abajo, no sabe cuándo le permitirán abrir. Al principio no le reconocía, una mata de pelo sucia y desordenada le cubría el rostro. Desde la distancia me ha recitado todas sus quejas, tiene tres hijos que mantener y pagos pendientes, agitaba la cabeza arriba y abajo mientras soltaba improperios contra el gobierno. Tendría que recriminarle el aspecto con el que sale a la calle, pero no hay que ser descortés.
Tal desazón me provoca esta apatía ante la invasión del pelo que, al llegar a casa, a punto he estado de perder la paciencia y liarme a dar tijeretazos. Como esto no acabe pronto, no sé.
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Me he vuelto a cruzar con la vecina, la he visto en cuclillas junto a la puerta de su casa. Olisqueaba una hilera de hormigas que recorría el rodapié de la pared, al verme se ha escabullido sin saludar. Me intriga el comportamiento que mantiene pero, en fin, el abatimiento o la extravagancia son reacciones comprensibles en los momentos que vivimos. Sin ir más lejos, esta tarde he devorado todas las provisiones de hortalizas. Puerros, calabacines, zanahorias, un hambre antigua y feroz ha hecho que asaltara la nevera como un delincuente. Luego he dormido durante varias horas en el suelo del salón con un sueño convulso y, al despertar, me sentía como si saliera de una pelea.
Por la noche me he sorprendido con la oreja pegada a la pared del piso de los vecinos, la pareja joven que llegó hace unos meses. No sé explicar la razón, algo instintivo, incontrolable. Y ahí quieto, al percibir unos sonidos ululantes que me llegaban a través del tabique, he experimentado una excitación inusual
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Lo han dicho en las noticias: acabó el estado de alarma. Qué extraño estaba el paseo, las matitas de hierba entre las junturas de los adoquines y la frondosidad de los matorrales, era como regresar de un viaje de muchos años. La vecina me ha ladrado y mi respuesta ha sido darme golpes contra el pecho. La he hecho huir con el rabo entre las piernas. No soporto la mala educación, qué se habrá creído esa.
El del bar relinchaba de felicidad, mientras sus hijos trotaban alegres, por fin le dejan abrir. De camino a la peluquería los escaparates me devolvían una imagen distinta. He cambiado de opinión. Esta corpulencia y este pelo no me disgustan tanto. Me he encaramado a un árbol con una agilidad desconocida, y mientras me rascaba la tripa peluda me he entretenido en contemplar esta nueva normalidad.
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