‘Enemigos invisibles, letales, mutantes’

Nebulosa de la Lyra. Paul Henry. 1885. Foto: Metropolitan Museum of Art New York.

Nebulosa de la Lyra. Paul Henry. 1885. Foto: Metropolitan Museum of Art New York.

“Tanto tiempo peleando y todavía no conocemos bien a los enemigos. Solo que son ubicuos, discretos, resistentes. Letales. Pertenecen a ocho clanes que se ensañan con los ancianos. Son pequeños, pero su fortaleza está precisamente en su tamaño. Para camuflarse se encapsulan o cambian de uniforme cada semana, los expertos discrepan sobre cómo actúan, cómo viajan de un continente a otro y qué hábitats prefieren. Tampoco saben cuándo mutan”. Nueva entrega de ‘Relatos de un Extraño Verano’ (el otoño no será mucho más normal), en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado.

POR MARGA CANCELA NEGREIRA 

He perdido la cuenta de los meses que llevo encerrado, hace semanas me comí la última almendra, las últimas conservas, los últimos congelados que requisé en los pisos vacíos de mi planta. Ayer encontré dos dátiles. Mis encías han engordado, mi piel parece un mapa de manchas púrpuras que sangran. Sueño con naranjas, tomates, alcachofas. ¿Carencia de vitaminas? Mañana arrastraré la cama bajo la claraboya, justo cuando el sol no haga sombra.

Tanto tiempo peleando y todavía no conocemos bien a los enemigos. Solo que son ubicuos, discretos, resistentes. Letales sin tener que recurrir a los hachazos. Pertenecen a ocho clanes que se ensañan con los ancianos. Son pequeños, pero su fortaleza está precisamente en su tamaño. Para camuflarse se encapsulan o cambian de uniforme cada semana, los expertos discrepan sobre cómo actúan, cómo viajan de un continente a otro y qué hábitats prefieren. Tampoco saben cuándo mutan.

Entre tanta controversia, he optado por esconderme, sé que fuera hay ejércitos enteros esperándome para convertirme en su hospedero. Y aquí estoy, sometido sin necesidad de cadenas ni grilletes. Me temo que de nada me va a servir haber practicado algún que otro exorcismo on line.

Hace meses que se me estropeó el váter y tuve que tirar las heces en bolsitas por la claraboya. Ahora que se han terminado las bolsas, los calcetines y los periódicos, voy arrancando los prólogos de las novelas. Cuando ya no queden, pienso empezar con los agradecimientos.

Si me siento muy solo, subo a la escalera que he colocado encima de una vieja cómoda, estiro mi cuello de tortuga por el tragaluz y veo la copa de un chopo, aunque ayer quiso estrangularme. Por sus hojas y por el calor, sé que es verano, tal vez septiembre. Esta mañana vi una pareja de cotorras argentinas. Una intentaba decirme: ¡huye, Marcos, huye!, mientras que la otra me sugería que bajara al cuarto derecha.

Recuerdo mis incursiones en la selva amazónica y busco esa mochila.

Ante todo, ármate, decía Maquiavelo.

Me pertrecho: linterna, repelente, chubasquero y botas. Un machete. Y me cubro la boca y la nariz con una bandana.

Abro la puerta y, con el primer paso, el corazón se me desboca. Oigo el clamor de los árboles que han asediado el edificio, siento cómo arañan las paredes. Veo cristales rotos. Empiezo a sudar y entro de nuevo en casa. ¡Venga, tío, vuelve a intentarlo!, me digo.

Me cubro con la capucha, cierro los ojos, un pie se tropieza con el otro. Me aseguro que la bandana esté bien colocada. Palpo la pared, me agarro al pasamanos y bajo el primer escalón. Presiento que los árboles siguen acechando. A través del muro de pavés todo refulge: los tabiques, la escalera, mis botas. Al verme tan expuesto, las piernas se me doblan como navajas barberas. ¡Arriba, venga! Inspiro, espiro deprisa, nubes de mutantes me atrapan. La puerta del cuarto derecha está abierta, siento los latidos percutiéndome en las sienes. Solo me faltan dos escalones y el descansillo. Un paso, dos, tres…

Un niño juega en la puerta.

–¡Hala! ¿De qué vas disfrazado?

–¿Con quién hablas, Pedrito? –le pregunta alguien desde el salón.

–Creo que es un explorador. ¡Ven, mamá!

La madre sale a la puerta y da un respingo.

–¡Dios santo! ¿Eres Marcos? Creí que te habías muerto.

A Marcos se le vuelven a doblar las rodillas y cae al suelo.

La mujer marca el número de emergencias.

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