Un simple virus, además inmigrante, no les hará cambiar de opinión
Durante el confinamiento hubo un debate más o menos público sobre si la pandemia nos haría mejores como individuos y como sociedad. Después de los meses pasados y a punto de que quizás en cualquier momento nos confinen de nuevo, al menos en Madrid, me reafirmo en la impresión que tuve entonces. La pandemia no nos hará mejores ni peores. Solo reforzará las convicciones que ya teníamos.
Quiero decir con esto que quien era clasista y xenófobo antes de la pandemia lo seguirá siendo, quizás aún más porque ahora le echará la culpa del rebrote a los inmigrantes, con esa forma de vida tan suya que tienen, encantados de vivir hacinados en pisos sin ventilación. O a los españolitos del sur de la ciudad (en todos lados siempre hay un sur). Cogen el metro en las horas punta para ir a trabajar a otros barrios de la ciudad más acomodados. Es verdad que, como aseguró el consejero de Justicia de la Comunidad de Madrid, si los viajeros no hablan entre ellos, aunque haya que ir con los morros casi pegados, no pasa nada, el virus no se transmite porque están mirando al móvil. Está demostrado científicamente. De las 24 horas que tiene el día viven al menos 12 fuera de casa, en otro barrio, y puede que lleven el virus a cuestas, como esa rutina que también acaba matando, aunque más a largo plazo.
Pero en todo caso, pensarán estos darwinistas sociales del sálvese quien pueda, con lo bien que se desplaza uno en el vehículo privado, con la musiquita, el curso de inglés, la charla al teléfono. Del garaje del chalé o la urbanización al parking de la empresa. Qué pereza el metro. Los agoreros les dirán que el humo mata. Si no se ve, dirán. Son como Casandra. El cambio climático es una patraña urdida por los progres para coartar su libertad, lo sabe todo el mundo. Como las fake news. De hecho, la libertad de los demás les da igual, porque en el reino de los cielos que ellos han imaginado siempre ha habido clases sociales. Las cosas como deben ser. Su libertad no acaba donde empieza la de los otros. Su libertad no puede tener límites. Las cosas como deben ser. Si hace falta salen a la calle a protestar en sus coches, sin mascarilla ni nada. Ya les protege la bandera.
¿Y para qué quieren los otros ser libres, además? Si no saben ni votar. Por supuesto, a ellos no les preocupa el estado de los servicios públicos porque llevan a sus hijos a hospitales y colegios privados. ¿Hospitales públicos? ¿Colegios públicos? Solo si luego los privatizamos y les concedemos la bicoca a uno de sus amiguetes, tal vez a algún compañero con los que trabaron amistad aquellos hermosos días de la infancia, tal vez en un colegio del Opus. Es allí donde comienzan a tejerse las relaciones necesarias para ocupar en el futuro los puestos de mando y repartirse el pastel.
Viva el capitalismo, el esfuerzo, el riesgo, el emprendimiento, siempre que esté todo atado y bien atado. Que un banco está a punto de quebrar, como Bankia, hay que rescatarlo. Aunque luego se privatice por la puerta de atrás y no veamos ni un euro. ¿Para qué queremos colegios y hospitales públicos? Mejor soldados y policías. Sale más barato y son más obedientes que los profesores y los sanitarios, siempre tan dispuestos a ir a la huelga.
Quiero decir con todo esto que quien gobernaba en la Comunidad de Madrid antes de la pandemia, de hecho quien lleva gobernándola como si fuera un cortijo privado en los últimos 20 o 30 años (ya he perdido la cuenta), es inmune a la solidaridad, la equidad y la democracia. Un simple virus, además inmigrante, no les hará cambiar de opinión.
Comentarios
Por Felicitas sanchez, el 27 septiembre 2020
Excelente articulo.
Qué mala elegimos a los gobernantes Son enemigos