Gran estreno de Viggo Mortensen: “Eres un capullo, papá”, “y tú, un puto marica”
Viggo Mortensen ha esperado a pasar de los 60 para estrenarse como director. Y vaya si ha acertado. Mañana llega a los cines ‘Falling’, sobre un padre gruñón a la vieja usanza que, ya mayor, pasa un tiempo con su hijo gay, su marido y la hija que han adoptado. Surge el enfrentamiento. “Papá, eres un capullo”. “Y tú, un puto marica», se dicen en un momento de esta excepcional película. Sabemos que esos señores racistas y machistas –que parecen no resquebrajarse– existen en la vida real, así, tal cual. E incluso, a veces, en su impotencia vital, llegan a jactarse de encarnar una caricatura. ‘Falling’ funciona como antídoto frente a cualquier triunfalismo o superioridad moral.
Un padre recibe a su hijo recién nacido pidiéndole disculpas por traerle al mundo provisional de los vivos. Así se puede empezar la vida, con la certeza del fin y, con la misma estoica aceptación, experimentar las alegrías y las desgracias. El propio Viggo dijo hace poco que no había un solo día en que no se despertara pensando en la muerte. Desde el momento mismo en que nos erguimos, empezamos a caer. Falling , o “cayendo”, en gerundio, es ir agotándose y, a la vez, desprendiéndose, como las hojas en otoño, quizá para volar. También es el título de la primera película como director del talentoso Viggo Mortensen, que parece haber esperado a pasar los 60 para rodar y acertar.
Actor dúctil del star system hollywoodense y vecino cercano en Madrid (donde vive), productor de cine independiente y protagonista de películas de ultra-bajo coste en Sudamérica y hasta en África, neoyorquino de acento argentino y herencia vikinga, apellido danés y mirada de huérfano, Mortensen es un tipo atractivo que deslumbra en la calle y en la pantalla, sin dejar nunca de transitar la zona de simple mortal, solidario y empático. ¿Cómo lo hace? Si existiera la receta, no sería imitable.
Falling se estrenó en Sundance, lleva el sello de Cannes y acaba de pasar por la 68º edición del Festival de San Sebastián, donde a su director le dieron, la semana pasada, el premio a su carrera cinematográfica como actor, mientras su película se alzó con el Sebastiane, que es el nombre de los galardones LGTBi+ otorgados en Donostia por la asociación Gehitu del País Vasco.
La historia resulta fácil de contar, por cotidiana. Un hombre anciano, viudo y con demencia senil, evalúa la posibilidad de dejar la granja donde vivió toda su vida, en el Estado de Nueva York, para trasladarse adonde residen sus hijos, en la soleada California. En realidad, él se resiste, a ratos (que pueden coincidir o no con sus instantes de lucidez), aunque en otros momentos acepta ir a visitar inmobiliarias para mudarse cerca de la playa y de sus nietos. Parece apenas una anécdota que empieza deslizándose y, sin embargo, va haciendo nudos, trabándose, en la biografía de los personajes y en la garganta de los espectadores… Porque se trata de un señor a la vieja usanza, en una destartalada ofensiva de macho por esconder hasta el final su vulnerabilidad, a fuerza de maltrato y viejos modales del supremacismo blanco.
Sus hijos ya tienen más de 50 años, han aprendido a tolerarlo, pero no terminan de saber cómo gestionar sus humores y defenderlo de sí mismo, de su propia iracundia. John, el mayor, ha crecido amándolo y parece sentir una sincera compasión; y aunque ha entrenado una paciencia a fuerza de balas, la incapacidad de su padre por respetarlo puede llegar a hacerlo estallar. John es gay, se ha casado con otro hombre y han adoptado una niña: el cóctel de la impiedad está servido.
Lance Henriksen es enorme en el papel de padre vociferante, aunque sonriente y ensoñándose por momentos con aquel joven viril que fue, proveedor de la familia, enamorado a su manera de una mujer ejemplar y enseñando a sus hijos todo lo que él mejor hacía. Viene de una estirpe de hombres fuertes por fuera, de esos que taponan cualquier indicio de sentimiento o debilidad cargando una escopeta frente a un ciervo. Granjeros de sangre nórdica, en medio del campo impío de la inmensa América. Ese campo como el lugar donde el pato se despluma en el fregadero y los bocados de carne pueden venir con perdigones.
El personaje del anciano soez y desorientado es tan explícitamente desagradable que resultaría fácil hablar de la progresía biempensante de la obra. Sin embargo, el guión de Mortensen tiene ternura y piedad como para hacernos transitar nuestras contradicciones y ser comprensivos con las ajenas. Además, sabemos que esos señores racistas y machistas –que parecen no resquebrajarse– existen en la vida real, así, tal cual. E incluso, a veces, en su impotencia vital, llegan a jactarse de encarnar una caricatura. Inmisericorde, la escena del proctólogo interpretado por David Cronenberg es de antología.
Pero no es solo el proctólogo: Falling no deja que nos instalemos en ninguna agradable sensación duradera. Hay humor, pero no lugar a contemplar nada con condescendencia, desde-fuera, o como-de-visita: la película nos saca de la comodidad del amable progresismo cuando nos empuja a preguntarnos, por ejemplo, qué cosas diría nuestro padre, de estar vivo, en esta época. Ahí la garganta se nos hace un nudo y los recuerdos idílicos de la infancia se nos atragantan. Como a Viggo, en el papel del hijo, dedicado, triste, que ha encontrado un camino para aliviar las angustias de la niñez fundando otra familia, una diferente, en la que todos sus integrantes tratan de esquivar aquellos férreos (y sufrientes) roles de género que les legaron sus ancestros.
No es poco mérito el de un director capaz de llevarnos a husmear en nuestros ángulos poco agraciados, los menos fáciles de explicar, en nuestras polémicas interiores con los propios recuerdos. Con esta película formalmente bella que dedica a sus hermanos, para la que él mismo compuso la música original (muy presentes son las teclas de un piano melancólico sobre la nieve), Viggo Mortensen nos habla de las paradojas familiares eternas. ¿Cuidamos u olvidamos porque “nos lo merecemos”?
Por ahora (y ahora más que nunca), seguimos sin saber si existe o no el derecho a vivir la propia vida a costa de cargar la culpa de abandonar a quien nos crio, ahora débil y más gruñón, hablando (y enfermando) solo en su madriguera.
‘Falling’ se estrena hoy, viernes 2 de octubre, en salas de toda España.
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