Proteger al hombre de sus miedos: la manera femenina de amar
Quizá en el amor valga más hacerse las preguntas correctas que dar respuestas cerradas. ¿Queremos el control o no sabemos hacer más que cuidar al niño que vemos en el hombre? Si adivinamos sus miedos, ¿podrán confiar en alguien o solo han aprendido a rivalizar? Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado.
“A ver, ¿cuánto era que medía?”. Volvemos a mirar en la app antes de ir a la cita. Abrimos de nuevo la pestaña y constatamos el recuerdo que teníamos; dice 1.70 cm, quizá sea un poco menos, entonces, no nos ponemos ni un poquito de tacón, mejor zapatillas. Tema resuelto. Lo sabemos, lo comprobamos en nuestros gestos instintivos (culturalmente instintivos): las mujeres intentamos no acomplejar al galán, y mucho menos inhibirlo en el primer segundo del encuentro. Incluso si eso va en desmedro de la propia imagen. Ya sabes, esas cosas que hemos venido recibiendo como legado y como mandato…
Un día nos ponemos a reflexionar sobre estos gestos que nos salen desde que nos hicimos mujeres en este mundo y llegamos a la conclusión de que los estamos cuidando casi todo el tiempo. Quizá nuestra actitud de protección venga de enternecernos con el niño que vemos en cada hombre, desde la madre interior que llevamos. Pero, venga de donde venga, lo cierto es que el ejercicio de comprensión está siempre bastante desbalanceado a vuestro favor (ojo, a veces lo cobramos, incluso sin darnos cuenta, en ese ida y vuelta de la correlación de fuerzas que describía Lionel, hace poco).
Veamos. La semana pasada, al día siguiente de la muerte de Diego Maradona, la escritora argentina Tamara Tenembaum escribía una oda a Claudia, para resaltar el valor de la relación que hasta el último momento intentó mantener con el Diego su primera mujer, Claudia Villafañe, a pesar de llevar divorciados desde 2003. Decía Tenembaum: “Siempre me conmovió el modo en que Claudia eligió. Nadie la obligó y Claudia no es una víctima: ella eligió. Las decisiones que tomamos en situaciones difíciles también son nuestras, también son una exhibición de nuestra libertad. Claudia eligió seguir acompañando a Diego más allá del fin de la pareja, de las mezquindades y los rencores posibles, no como en una entrega sin condiciones sino preservándose también a ella misma. ‘Mientras lo pueda ayudar, seguiré visitándolo, pero eso no quiere decir que siga enamorada o que quiera volver con él’, dijo poco después de que se separaran”.
Tal como la escritora y todas pudimos confirmar en esos días de duelo infinito, fue ella la que gestionó que el funeral se realizara en la Casa Rosada, sede del gobierno argentino, y la que dio las instrucciones de la mitológica despedida hasta el final. Unos años atrás, Diego le pedía perdón en público cada vez que podía y repetía que ella seguía siendo la mujer de su vida, aunque comprendía que hubiera querido separarse.
Por cierto, aquí hay otro artículo sobre Claudia y las mujeres de su generación, que vale mucho la pena leer.
¿Saber amar es querer cuidar?
Escribo esta pregunta y no sé la respuesta. Y aunque estoy segura de que el amor no tiene respuestas, sostengo que nunca está de más debatir sobre cuáles son las preguntas correctas o reflexionar acerca de los procederes sentimentales que más o menos pertenecen a la esfera concreta de lo que llamamos querer. En general, hacerse las preguntas correctas puede ser más importante que contar con las respuestas cerradas.
Intuyo, sí (y por eso no dejo de formular la pregunta), que la práctica femenina del amor consiste bastante en eso, en proteger, o en querer proteger. Creo que nuestro ejercicio del amor casi nunca va separado del cuidar.
En ellos, si acaso, el proteger o el querer proteger puede durar un rato, un tiempo, una temporada; presiento que tiene fecha de caducidad. Y, entonces, la rivalidad y la revancha aparecen, casi siempre, y entonces nos volvemos otro macho a batir. Así la competencia. Así de simple.
Durante su temporada de cuidados, hay tácitas y muy precisas contraprestaciones que tendríamos que cumplir (de ahí el acto simbólico de evitar los tacones para no pasarlo, y ni siquiera estar a su misma altura). Nosotras, como espejo, debemos devolverles una imagen de sí mismos al doble de su altura, como tan bien lo expresó Ginnie Wolf. Es probable que no sean conscientes de ese mecanismo, porque tampoco eligen sus complejos y puede que ni se den cuenta de que a veces solamente proyectamos sus propios fantasmas.
Por las dudas, tendremos que evitar opacarlos o dejar a la vista sus dudas o debilidades (lean, por favor, cómo los novelistas-señores expresan en sus personajes la incomodidad o el enfado que sienten cuando un personaje femenino los intimida sin querer, sin saberlo, con una mirada o una actitud).
Pasa en la vida real: “Sé discreta”, fue la instrucción que le oí una vez a un señor catedrático de unos sesenta, hacia su mujer, en la recepción de una embajada, mientras él hacía comentarios jocosos en voz alta y con risas audibles para corrillos de varias personas.
Todos los miedos, el miedo: que dejemos de necesitarlos
Presiento (por lo que leo, por lo que veo, por lo que escucho, por lo que vivo) que hay otro tema varonil, heredado y asumido, que les abruma enormemente y es quién tiene el control (o cuánto poder detenta la otra) en la relación. Hay pavor a perder ese control “dejándose seducir” o expresando confianza frente a un par, una par… Perder o perderse.
Hace poco, me quedé de piedra cuando un hombre interpretó que, en la película La flaqueza del bolchevique de Manuel Martín Cuenca (sobre novela de Lorenzo Silva), la adolescente de 16 años (interpretada por María Valverde) tenía “todo el control de la relación” con un tipo de 30 y pico (encarnado por Luis Tosar). ¡Qué miedos tan profundamente desquiciados emergen viendo a esa colegiala que está jugando a ser adulta frente a un adulto que, él sí, debe responsabilizarse como adulto de cada milímetro de sus acciones!
Parecen miedos medievales al erotismo de las brujas.
El caso es que, superado el primer paso, habiéndose “dejado” seducir (o habiendo caído “en nuestras redes”, según la suspicacia paranoide) y abrigados por la idea del posible control ajeno (pero que da seguridad), el siguiente pánico es a ser abandonados. La intemperie. Sospecho que ya instalados en el sofá de un vínculo, la fantasía fóbica masculina es que podamos dejar de necesitarlos, como esas hembras de insectos que entre ellas solas se arreglan para perpetuarse, a partir de óvulos que no requieren ser fertilizados (tal el caso de un tipo de pulgón, según cuenta Anne Sverdrup-Thygeson en el libro Terra insecta).
Tan poca tranquilidad de consciencia nos devuelve a nosotras al lugar de la compasión. Comprender el dolor y la inseguridad nos empuja al camino de cuidar. Entonces, volvemos a preguntarnos si no concebimos otro querer que no sea equivalente a proteger. Proteger al hombre de sus propios miedos.
Comentarios
Por UnoCualquiera, el 05 diciembre 2020
Como «hombre» que soy, no puedo estar más de acuerdo.
Criado por mujeres porque mi padre era el que trabajaba y «tenía» que traer el dinero a casa, ahora, en mi madurez, me doy cuenta que, estuve en todo momento «cuidado y protegido», con todo el amor de una madre y una abuela que dejaron de ser personas y se convirtieron en «cuidadoras».
Ojo, no estoy echándoles nada en cara. Todo lo contrario. Cada día que pasa las echo más de menos, y es por eso que noto su ausencia y falta de «protección». Por un lado sintiéndome perdido y angustiado. Y por otro, el no haberme dado cuenta a tiempo de que, dejando de ser ELLAS mismas para «cuidarme y protegerme», no les agradeciera con creces lo que «tenían» que hacer y a lo que «tenían» que renunciar.
El problema es que desde siempre, nos han inculcado el cuidar y el ser cuidados. Cada uno en nuestro rol. Y eso durante años y años es muy difícil quitárselo de encima.
Lo bueno vendrá a partir de ahora, en el que esos viejos roles se vayan olvidando y por fin, dejemos de ser hombres y mujeres, «cuidados y cuidadoras», y nos convirtamos en lo que siempre debimos ser. Personas.
Por Victor Andrés Piña González, el 05 diciembre 2020
Realmente el hombre moderno entendió, a través de las denuncias falsas, las leyes de divorcio, metoo y similares, que los antiguos fueron sabios al dar figura femenina a los monstruos.
Las mujeres han controlado a los hombres desde siempre al ser ellas las únicas poseedoras de óvulos. Para una real igualdad, la creación de óvulos artificiales y ginoides con úteros sintéticos es obligatoria.