“Creo que la historia nos precipita a una disolución de la heterosexualidad”
Ante las reivindicaciones e ideas elevadas a primera línea de la agenda pública por el movimiento feminista, los hombres han ofrecido dos tipos de respuesta: agarrarse a sus privilegios o mostrar una reacción cómplice. Esta última es la que trata Antonio J. Rodríguez en su nuevo ensayo, ‘La nueva masculinidad de siempre’ (Anagrama), en el que muestra hasta qué punto esas transformaciones son verdaderamente radicales o si suponen un cambio reaccionario que deja todo igual.
En el libro te muestras escéptico con la nueva masculinidad. Llegas a decir: “A más feminismo, más masculinidad hegemónica”.
Sí. Finalmente, si hay una solución que se intuya a este problema que propone el feminismo, es acabar con la masculinidad en cuanto a institución cultural. Cuando hablamos de hombres, nos referimos a una categoría biológica, pero sobre todo la profundidad tiene que ver con una sucesión de códigos de género. Yo creo que muchos de esos modelos aparentemente ejemplares de nuevas masculinidades, al final no son más que adaptaciones a la contemporaneidad sin suponer un cambio radical. Dicho lo cual, creo que también han abierto el camino a nuevas conversaciones. Es una masculinidad reformista.
Esto lo representas muy bien a través del nuevo papel de padre o de los hombres de éxito.
Hay varios escenarios o territorios donde se aprecia esa relación. Uno de los campos que más me llamaba la atención, y que creo que ha tenido especial relevancia en el mundo corporativo actual, es Silicon Valley, en Estados Unidos. Allí, algunos de los modelos de nuevas masculinidades que surgen son identidades con una mayor capacidad de autocontrol, con toda una serie de rutinas de deporte y alimentación que contrastan con ese modelo desbocado anterior. Aunque, al final, acaban eliminando a la competencia y siendo el único hombre. El concepto de la propiedad tiene una cierta importancia en todo esto.
Pero esto se puede apreciar en muchos otros ámbitos, como el de los padres de familia. Un ejemplo podría ser The Rock, un padre de familia ejemplar que se define según la nueva masculinidad. Al final son modelos que van cambiando pequeñas variables, pero en los que lo esencial no cambia. Muestran que la masculinidad es un estado de guerra en permanente lucha con otros hombres y la posesión del cuerpo de las mujeres.
La tesis que propones es una reorientación hacia lo ‘queer’, una ruptura con el género. ¿Cómo llevar esto a la práctica?
En un primer ejercicio necesario, sería plantearse cómo se construyen nuestros gustos emocionales y lo bello en relación con lo otro. Con poca exploración que hagamos de la evolución de los cánones de la moda, de la belleza, en todo momento hay modelos aspiracionales. Consecuentemente, buena parte de aquellas cosas que no nos gustan están determinadas por un contexto. Aquí entra un poco aquello que va más allá de lo físico y que tiene que ver más con lo trascendental, con los símbolos. Por ello, lo primero que habría que hacer es cuestionarnos cómo se construye nuestro gusto.
¿Rompiendo con la heterosexualidad?
Hay un ejemplo muy significativo para entender un poco la escala de grises en la que a veces nos movemos, que es el caso de Marlene Dietrich. Ella es particularmente relevante en las deconstrucciones de género, ya que adquirió durante su vida toda una serie de características estéticas masculinas. Aquí surge la cuestión de si existe un grado cero de la heterosexualidad o es un concepto fluido. De hecho, la moda está evolucionando hacia una relación cada vez mayor de los códigos de género. Siguiendo con tu pregunta, creo que la historia nos precipita a una disolución de la heterosexualidad.
Otro de los temas que tratas en el libro es cómo la masculinidad coloniza el cuerpo femenino. Sin embargo, al mismo tiempo lanzas una caña a la prostitución. ¿Cómo se entienden estos dos modelos?
Creo que la colonización no tiene que ver tanto con la conquista o los territorios, sino con el cuerpo de la mujer como mecanismo de reproducción. Eso ha sido una pauta común a lo largo de la historia. La propia institución tradicional del matrimonio consiste en un cuerpo del otro. Establece el cuerpo en una pertenencia. Nuestras relaciones, sobre todo las físicas, están relacionadas con un concepto de colonia.
Paralelamente, respecto al trabajo sexual, hay que plantearse muchas cuestiones. Cuando hablamos de trabajo sexual, muchas veces hablamos de terceros y creo que lo mejor sería tratarlos con los primeros involucrados. De ahí que en el libro hable con una trabajadora sexual que ha trabajado en varios movimientos por el reconocimiento de los derechos de estos trabajadores. Por otro lado, cuando surgen debates alrededor de estos trabajos, creo que hay que tener una panorámica mayor. Buena parte del trabajo sexual, y cuando hablo de prostitución hablo también de pornografía, es consecuencia directa de la manera de relacionarnos. Como dices, de las relaciones de poder entre el hombre y la mujer. Creo que para tener un debate abierto, hay que escuchar a los personajes involucrados y dar un paso atrás: entender que esta parte de la economía es parte de un modelo social muy concreto.
Con unas dinámicas de género diferentes, ¿crees entonces que no existiría?
Probablemente.
En el libro también hablas de las relaciones poliamorosas. ¿No son una treta para que ese macho que quiere colonizar cuerpos tenga vía libre?
Desde mi punto de vista, una de las necesidades para acabar con esa masculinidad de siempre es renunciar a la colonización del cuerpo de la mujer. A consecuencia de esto, lo que plantean algunas teóricas y teóricos, es una libertad en doble sentido. Una consecuencia inevitable es el replanteamiento de relaciones entre hombres y mujeres de una manera positiva. Movimientos como el #MeToo o el caso de la manada evidencian que históricamente ha habido toda una serie de poder viciada o inmoral que legitimaba esta relación masculina.
A partir de aquí, hay que presentar un planteamiento: y este no tiene por qué renunciar a las relaciones afectivas, al deseo… En este sentido, hay algunas ensayistas y periodistas, como Ana Requena, que van un poco en esa dirección. Creo que las relaciones con otro sujeto no tienen por qué implicar esa colonización del cuerpo. Debemos todos hacer un trabajo para ver qué tipo de relaciones siguen dinámicas colonizadoras y cuáles una libertad en ambos sentidos.
Este libro llega en un momento en el que parece que se está rompiendo en el feminismo el silencio de los hombres para repensarse.
Hay una teórica que muestro en el libro que dice que los hombres identificados como sujetos cishetero hegemónicos que quieran tratar estos temas no lo van a tener sencillo, porque van a encontrar la resistencia de otros hombres y la de las propias activistas feministas. Es legítimo y comprensible. Desde la mayor parte de perspectivas que ofrece el feminismo, el sujeto macho es comprendido como una amenaza ante la que mostrar una actitud escéptica. Aun así, en cuanto sujetos masculinos que somos y que se trata de un tema que está en todas las dimensiones de nuestra realidad, podemos tomar tres posiciones: enrocarnos en nuestro rol, mostrarnos de lado y hacer que no va con nosotros o, por último, intentar continuar la conversación desde nuestra óptica con una voluntad transformadora. Al final, una de las hipótesis que planteo en el libro es la urgencia de acabar con la masculinidad como concepto cultural para llegar a hombres y mujeres. No es una posición fácil, aunque creo que más complicado lo tienen las mujeres, pero creo que es el único camino ético posible.
Todo lo que propones es teoría y vemos que estamos viviendo cambios, ¿crees que estamos preparados?
Me gusta pensar en esta pregunta con una cita de Dickens en su libro Historia de dos ciudades, cuando dice: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era el momento de la luz y de la oscuridad”. Creo que en este momento nuestra sociedad se parece mucho a esta descripción. En los últimos años se han abierto muchas conversaciones que podrían estar más o menos veladas, toda una serie de reivindicaciones legítimas, todos unos planteamientos para el bienestar común; pero al mismo tiempo que se han abierto estas ventanas de luz, ha habido un contragolpe muy fuerte y una ofensiva contra esta voluntad de cambio. Es un momento complicado, en el que hay muchas cosas en juego y una voluntad de cambio que sigue su curso, pero también una voluntad de retroceso. Por ello, debemos elegir en qué sitios queremos estar y trabajar por ello.
Comentarios
Por Maribel, el 10 enero 2021
A más feminismo menos género y menos masculinindades tóxicas y violentas, no menos masculinidad ni menos hombres. Y mucho menos más masculinidad hegemóbica, que es opresora de las mujeres( y también de los hombres y de lo cual no tiene la culpa el feminismo). Es al revés. En plan queer, está confundiendo feminismo con feminidad , y eso es misógino y antifeminista.
Por Andrés Calle Noreña, el 10 enero 2021
Muy interesante.
Quedan preguntas. Más allá de sexualidad y de género. Vamos a vivir más años. Hay sobre población. ¿Van a priviligiarse relaciones no reproductivas?
Qué pasa con la sexualidad y las enfermedades mentales. Los problemas que surgen con los deterioros cognitivos. La precarización de los empleos.
A veces se habla de estos temas y es como si supusiera que se trata de sujetos de clase media, jóvenes, estables, sanos y que tomaran decisiones muy libremente. Otra cosa es pensar en ser hombre, mujer, en sociedades inequitativas, o con migrantes, refugiados.