Xoel López mezcla cuadros con rayas en su nuevo disco, y le sale bien
Xoel López se muestra cada vez más personal e inclasificable, a la par que se le ve más a gusto y juguetón. Ha publicado recientemente ‘Si mi rayo te alcanzara’, cuarto trabajo en estudio a su nombre, tras aquella intensa aventura que fue Deluxe, y en él se muestra talentoso, desbordante y pletórico, como una suerte de cantautor indie con sólidas raíces latinas y sin ningún tipo de complejo, usando ritmos que, en su caso, lejos de contraponerse, forman un conglomerado compacto y coherente. Hablamos con el gallego afincado en Madrid para desgranar su presente más inmediato.
Desarrollar una carrera musical en tiempos pandémicos es algo casi heroico.
Sí, justo ahora, sí. Más allá de las canciones, toca adaptarse a las circunstancias. Yo decidí empezar haciendo una serie telemática, grabaciones caseras, que empecé en el confinamiento más duro. Luego, en la desescalada, se fue cerrando ese episodio porque empezamos a hacer directos. Hicimos hasta 23 conciertos en la Nueva Normalidad, tuvimos que hacer una adaptación, de ser siete pasamos a ser cuatro, ensayamos con esa formación y fuimos tocando en directo los singles que iba sacando. Todo un poco sobre la marcha, y así hasta ahora, teníamos algunos bolos en noviembre que se cancelaron y ya no tenemos nada hasta febrero [Anunciados conciertos en Madrid y Barcelona, y en marzo, en Zaragoza].
El confinamiento, para la creatividad, ¿vino bien?, ya no existía la disculpa de no tener tiempo…
Realmente a mí me pilló en un momento muy raro, estaba grabando el disco y me vino fatal, estaba en pleno proceso y fue un corte de rollo total, me fui a casa muy frustrado, un coitus interruptus. Como acababa de componer, no tenía ganas de hacerlo, y no aproveché el tiempo en ese sentido. Me metí a hacer la serie telemática, vídeos caseros de canciones que yo entendía que tenían una segunda vuelta. Estuve tan liado con eso que no tuve tiempo para más. Además, tengo un crío de 5 años y eso te come las 24 horas.
23 conciertos, para la que está cayendo, son bastantes.
Casi una cifra récord, me consta que hay algunos que tocaron más, pero es una cifra potente. Hubo que adaptarse, cada concierto era de su padre y su madre: uno muy grande con las sillas muy separadas y otro pequeñito en un jardín… En cada comunidad autónoma había unas normas: en unas podías decirle a la gente que se levantase, en otras no, en unas la gente tenía que estar con mascarilla, en otras no. Fue todo un poco bizarro. Lo que prima, suma y cuenta es la capacidad de adaptación; con mi banda estoy contento y orgulloso, lo sacamos adelante.
La mayor tristeza supongo fue no poder ir todos, el paro en el sector ha sido brutal.
Totalmente, nosotros fuimos cuatro músicos y cuatro técnicos, salvamos lo máximo posible. Se trataba de salvar el barco, y ya se vería en el futuro cómo continuar con la historia.
Ese futuro ya está aquí…
Ahora mismo estamos de manos atadas, todo sobre la marcha, no puedes hacer un proyecto, no puedes hacer planes, porque no sabes qué va a pasar, no sabes qué herramientas tienes para el futuro. Yo ahora me preparo para el formato cuarteto, ensayaremos así, pero, si de repente, dicen que abren todo y puedo llevarme a toda la banda, me pillará de sorpresa, ojalá. Y si restringen más, pues no tocaremos o no sé. De todas formas, la sensación, si te digo la verdad, es positiva, creo que ya hemos pasado la peor y que queda apechugar unos meses que van a ser jodidos, sobre todo para los que no tocaron, pero a ver cómo salimos, entiendo que en primavera-verano será otra nueva normalidad, más parecida a la vieja normalidad.
Centrándonos en ‘Si mi rayo te alcanzara’ , la nota promocional anuncia tiempos de libertad estilística, afirma que estás liberado de ataduras creativas e interpretativas. Pero… ¿cuándo has estado atado tú a nivel artístico?
Sí, bueno, lo matizo, lo que sigo es en esa búsqueda y sigo encontrando hallazgos en el proceso, es algo que viene de atrás y se va estirando, cada vez es mayor esa libertad, incluso para volver a sitios o repetirme, me siento cada vez más libre. Mi libertad en este disco fue a nivel estructural; desde el comienzo hice un ejercicio de base, de tener más margen, más espacio mental, más perspectiva, de moverme con mayor libertad sobre mi propia obra. Lo da el hecho de conocerme mejor, de cantar con más soltura, y se nota: hay desparpajo. Tigre de Bengala tiene un cachondeo que no había reflejado todavía, algo que viene de los escenarios, últimamente estoy yo muy bailongo en los escenarios. Para el disco incluso grabé con el micro en la mano, tirándome al suelo y la hostia.
Se dice que tus tres primeros discos como Xoel —‘Atlántico’ (2012), ‘Paramales’ (2015) y ‘Sueños y pan’ (2017)— forman una trilogía espontánea y que este disco abre un nuevo ciclo.
Bueno, lo dijo mi manager y es algo a lo que me agarré, porque me pareció interesante. Yo también lo sentí como ciclo que terminaba, eso tiene que ver con mi asentamiento en la ciudad, en Madrid. Fue la trilogía de los viajes, el último disco fue el descanso del viajero y ahora ya se refleja otra cosa: ya tengo una banda en directo, estable, sólida, que no tiene que ver con lo que tenía antes. Me siento en otro punto, me dices ahora de viajar y te digo que ni loco, no hay dinero en el mundo.
‘Si mi rayo te alcanzara’… ¿Es un deseo o una amenaza?
Es un deseo, una especie de propuesta de convite a un baile, una forma de decir humildemente: si tú quisieras, me gustaría compartir contigo este momento, este energía, este rayo que no cesa, que diría Miguel Hernández, esta cosa que no puedo evitar, que es hacer canciones y vivir la vida intensamente y mostrarlo en mi música. Es también una especie de agradecimiento, yo soñaba con esto de pequeño, empecé muy jovencito y estoy en ese futuro que soñé: vivir de la música, con libertad artística, con la suerte de poder hacer lo que más me gusta… De verdad, eso es la leche.
En tus discos anteriores te encargabas de toda la composición y asumías buena parte de las labores de producción; para este, ha cambiado esa manera de funcionar.
Tenía algo que me impulsaba a un cambio a nivel personal; por cuestión de ciclos, me tocaba ir hacia algo más intenso, más coral, más liberador. Empecé a pensar en no tener que estar yo tan presente en cada paso. Por eso llamé a David Quinzán a que viniera a mi casa, para hacer de complemento a mis canciones, tengo confianza en él y le admiro musicalmente. Le enseñé lo que estaba haciendo, le fuimos dando forma, cambiando algunas cosas o haciendo sobre la marcha. Quería que él me diese una perspectiva de mis propias ideas, hacer un poco de espejo. Fue un proceso muy bonito, donde pusimos mucho empeño, aunque hubiese días en que no saliese nada. Se nos han quedado incluso diez canciones en el tintero.
El caso es que cuando tuvimos las canciones, aparece ya Campi [Carles Campón, que ha producido a Drexler, Vetusta Morla o Natalia Lafourcade], que me lo propuso mi manager, al que yo conocía y sabía que él conocía mi obra, era una buena personalidad para hacerse cargo. Le dije que no quería saber nada de la producción, yo le daba las canciones y que él hiciese lo que le pidiese el cuerpo y luego ya matizaríamos. Y así fue, le mandé Alma de oro, solo con guitarra y voz, con la voz de Ede, que es la colaboración femenina que se escucha, y le dije: “La guitarra es de referencia, pero no la quiero, la quitas”. Y me envió un viaje, lo escuché y me dije: “Madre mía, no es lo que hubiera hecho yo, pero me flipa”. Ahí empezó un ejercicio de reflexión, me dije: No metas mano, porque sale el productor que uno lleva dentro. Y así fue como siguió todo. Lo que he hecho en este disco es delegar, algo que me había costado en mi carrera. Incluso con el tema del diseño y demás. Creo que es porque llevo unos años en Madrid y tengo ya un grupo de trabajo en el que confío plenamente.
De aquel viaje iniciático por Sudamérica, aun quedan posos en el disco.
Sí, todo muy mezclado, pero hay cosas. Lo latino lo trabajé más quizás en Atlántico, pero aquí, cuando está, marca mucho: Tigre de Bengala es una especie de calipso / merengue, una cosa rara; Dancehall está entre lo latino y África, y de pronto parecen los coros de Juan Luis Guerra. Es una cosa muy bizarra, se junta todo. Está Morrisey cantando con los 4.40 y aparece Serrat y todo vale. Como mezclar cuadros con rayas… y venga.
¿Se repetirá una experiencia como tu libro ‘Bailarás cometas bajo el mar’?
Bailarás cometas bajo el mar fue una propuesta de Belén Bermejo, que por desgracia murió el año pasado, que era de las pocas probabilidades que había de que yo sacase un segundo libro de versos; la verdad es que no me lo planteo. Lo mío es hacer discos, lo otro me pareció muy bonito, lo sentí en el momento y obviamente sigo escribiendo, pero últimamente estoy muy volcado en las canciones y no encuentro el espacio para estar en otra línea. Lo cual no quiere decir que dentro de cinco o diez años no me dé por ahí.
Lo que parece que está funcionando también muy bien es el libro’ Conversaciones con Xoel López’, de Manolo Tarancón.
Lo de Manolo fue muy bonito, porque es un gran tipo, es músico, melómano, fue muy fácil hablar con él. Yo soy más impaciente, él es muy tranquilo, y nos complementamos bien. Fueron varios días, muchas horas, hay veces que realmente acababa agotado, era como hacer cinco terapias seguidas de psicoanálisis. Primero te tienes que enfrentar a todos tus yoes, a tu pasado, darle cabeza a todo lo que sale de dentro, fue algo que me obligó a conocerme mejor y a poner palabras a cosas que salen en forma de metáforas y melodías, fue un esfuerzo importante. Luego está que a veces digo cosas que no sé si son del todo ciertas, trato de entenderme y lo hago poco a poco y sobre la marcha… y digo muchas tonterías. Lo cierto es que no voy a leerlo del tirón hasta dentro de un tiempo, he leído pasajes, me leo desde fuera y parece que no soy yo por momentos, necesito que haya una distancia suficiente
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Por Xoel López: “Con mi música trato de calentar el alma”, el 18 noviembre 2023
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