Estamos convirtiendo la Tierra en un inmenso cenicero para billones de colillas
Te las tropiezas a puñados cuando caminas por una playa salvaje, entre los guijarros a la orilla de un río, en las calles de las grandes ciudades o por el sendero de un hayedo pirenaico. Son las colillas. Diversos estudios detectan los graves impactos ambientales de la contaminación por los restos de los cigarrillos: más de 175.000 toneladas de desechos no biodegradables cada año que invaden ciudades y naturaleza.
Están por todas las partes. Pequeños y persistentes restos de lo que se hizo humo y ceniza, que quedan ahí, durante un periodo que se calcula de entre siete y 12 años, en los sedimentos terrestres o navegando por ríos y mares entre peces y ballenas. Algunos estudios de la asociación norteamericana Ocean Conservancy calculan que suponen ya el 13% de los residuos del mundo, convertido así en un inmenso cenicero. Y un trabajo de la OMS (Organización Mundial de la Salud) calcula en nada menos que 175.200 toneladas los desechos anuales de filtros no biodegradables en el mundo.
Y a ese basurero universal que es la naturaleza van a parar cada año cuatro de los seis billones de cigarrillos que fumamos los seres humanos cada año. Los otros dos billones acaban en vertederos y una insignificancia puede que sean reciclados, pero por cada colilla que desechamos sin pensar un segundo en ella, se pueden contaminar 10 litros de agua salada o hasta 50 litros de agua dulce, según donde la lleve el viento y la lluvia, como han determinado estudios científicos.
Recientemente, el Proyecto Libera, de SEO/BirdLife y Ecoembes, ha vuelto a situarlas como el segundo residuo más común en la naturaleza en España durante el pasado año, sólo por detrás de los plásticos, en el deshonroso primer lugar.
Datos de este informe de Libera, presentado a finales de enero y que ha contado con la colaboración de más de 12.000 voluntarios que han recogido 13,4 toneladas de basuraleza en entornos naturales durante 2020, indican que las colillas representan el 12% de todos los objetos encontrados en ecosistemas de interior y el 16% en las playas, donde son el objeto más encontrado, por más que muchos fumadores traten de enterrarlas en la arena.
¿Y qué decir de las ciudades? El geógrafo Roberto Valiente, de la Universidad de Alcalá de Henares, ha realizado con su equipo un mapeo, en este caso de Madrid, para identificar los lugares de más concentración del virus cilíndrico. Datos municipales indican que cada día se esparcen por las calles más de 500.000 colillas, una cifra que multiplica por 31 las 16.000 de Londres, con casi el triple de población. Dice una ordenanza en esa ciudad que se puede multar hasta con 750 euros tirar una colilla al suelo; y en Getafe, por ejemplo, se contemplan multas de hasta 1.500 €, pero ¿realmente llegan a producirse esas sanciones? Más bien, hemos de verlo como declaración de intenciones o pura ficción. Ayer mismo, unos policías municipales hablaban con un vecino mientras éste tiraba su cigarrillo y lo aplastaba en la acera ante la mirada indiferente de los agentes.
Hay colillas en el 73% de los espacios públicos
El resultado: según los datos publicados por Valiente, en el 73% de los espacios públicos hay colillas y el 82% de la población de la capital está expuesta a su contaminación, siendo más alta la concentración en los barrios de más densidad de población y en zonas turísticas. “Desde que no se fuma dentro de los locales de ocio o en el trabajo, su presencia en las calles ha aumentado, sobre todo en las entradas de bares, de edificios y en terrazas. La mejor solución sería no dejar fumar en las calles, pero este mapa también puede ayudar a las autoridades a poner carteles de concienciación en los lugares donde hay más residuos de este tipo y así hacer campañas de lo que suponen, no sólo para la salud humana, sino para el medioambiente”, señala el investigador.
Ahora bien, vistas las parábolas voladoras que se hacen con las colillas y el desparpajo con el que se pierden de vista por las ventanillas de los coches, a riesgo de impactar en un ciclista, ¿somos conscientes de esos impactos ambientales? En realidad, la composición de un filtro de cigarrillo tiene la respuesta: cadmio, arsénico, nicotina, tolueno, metanol, ácido acético, amoniaco, ácido esteárico y alquitrán, envuelto en acetato de celulosa, un derivado del petróleo de lenta propagación. Cuando estas sustancias, que algunas investigaciones elevan hasta los 70 elementos distintos, entran en contacto con el agua todo ello se libera en el medioambiente.
Impacto en la fauna y la vegetación
El informe de Libera menciona, por ejemplo, que las lombrices y otros animales que desempeñan funciones importantes para el suelo pueden resultar envenenadas por el cadmio, haciendo el suelo más impermeable e infértil. Otra investigación de la Universidad de Anglia Ruskin (Reino Unido) revela que las colillas reducen significativamente el crecimiento de las plantas; en concreto, en un experimento comprobaron que limitan la germinación y la longitud de los brotes del trébol en un 27% y un 28% respectivamente, mientras que la biomasa de la raíz se reduce el 57%. Se sabe que el césped con colillas también crece un 13% menos. Respecto a las aves, en la Universidad de México comprobaron que los gorriones incorporan colillas en sus nidos, lo que era bueno porque reducía la presencia de parásitos, dado que la nicotina y los hidrocarburos funcionan como insecticidas, pero después descubrieron que también dañaban a los pollos. Y de desgarradora fue calificada por la británica Real Sociedad para la Protección de Aves la imagen captada por la fotógrafa Karen Mason en Florida en la que se ve a un pájaro rayador alimentando a su cría con un filtro de cigarrillo.
En SEO/BirdLife, Miguel Muñoz, coordinador del proyecto Libera, recuerda que a la asfixia que les produce su ingesta, se suma la sensación de saciedad sin haber ingerido alimento alguno, como ocurre con cualquier otro plástico. “Y aún falta mucha investigación, porque sabemos más del impacto de la basura en los mares que en ecosistemas de interior. Y a lo que tiramos en la naturaleza directamente, se suma lo que se va por las alcantarillas, pese a los filtros en las estaciones EDAR, y que al final llega a los ríos como sustancias químicas. Y son billones de colillas”.
La cuestión de buscar una solución al problema hasta ahora no está siendo fácil si no se prohíbe fumar en exteriores. Tanto el geógrafo Roberto Valiente como el biólogo Miguel Muñoz consideran fundamental hacer campañas de educación y divulgación para dejar claro que no son inocuas. “Hoy los fumadores las tiran y las pisan porque ha calado que pueden generar un incendio, pero igual que comienza a ser raro ver que alguien tire al suelo adrede una lata de bebida, se debe trabajar para que deje de hacerse con las colillas”, argumenta Muñoz.
Soluciones: del reciclaje a la degradación con hongos
También se apuestan por otras soluciones, si bien aún ninguna está triunfando. Desde algunas iniciativas se apuesta por las colillas biodegradables. En este sentido, Muñoz insiste en que tan peligroso es el acetato de celulosa que podría sustituirse como los tóxicos que aún así contendrían, “porque Sanidad obliga a que se filtre con unos requisitos el tabaco” y, según la industria tabaquera, no es posible cumplirlos con filtros 100% biodegradables, aunque ya existen en el mercado.
Por otro lado, el reciclaje de colillas, de momento, resulta costoso y laborioso para que tenga éxito. En 2017, la Universidad de Extremadura puso en marcha un proyecto que logró convertir el material poroso de las colillas en material
absorbente del ruido, que podría ser de gran utilidad para estudios de sonido. En la Universidad RMIT de Australia han pensado en utilizarlas para hacer ladrillos de arcilla tras probar que así se consigue que sean más ligeros y aislantes. Y en la TEC de Monterrey (México) han recuperado el plástico que contienen para fabricar objetos como posavasos o ceniceros. Más original es la diseñadora chilena Alexandra Guerrero, creadora de moda hecha con lana de oveja y un 10% de fibras procedente de colillas.
Hay investigadores de la Universidad de Maine (EE UU) que también están trabajando en cómo eliminarlas usando hongos que las degraden, lo que se llama micorremediación. Sus resultados muestran que gracias a unas especies de hongos sería posible que las colillas se biodegradaran en un periodo de tres a nueve meses, reduciendo así de manera significativa su tiempo en el medioambiente.
“Tenemos que seguir insistiendo en educar, con campañas en la sociedad y los centros educativos, en la industria del tabaco y en los estancos. A corto plazo, medidas como prohibir fumar en lugares como playas, pero a la larga sólo la sensibilización evitará que sigamos encontrando colillas por todos los lados”, concluye Miguel Muñoz. En definitiva: apaga y guárdala para que tampoco afecten a los pulmones de la Tierra.
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