La distancia crítica, ‘la bruma insensata’ de Enrique Vila-Matas
Leer a Enrique Vila-Matas es para mí como leer a Cortázar, me siento ese hombre que llega a su hacienda en ‘Continuidad de los parques’, que acaba confundiéndose con la novela que está leyendo, forma parte de la trama y del proceso de lectura y escritura. Uno termina el cuento sin saber qué es la realidad y la ficción, porque ambas cosas forman parte de la vida. El autor barcelonés sitúa muchas veces a sus personajes al límite, al borde del abismo, como a Simon Schneider y, en cierta forma también a su hermano, Rainer, ese escritor ‘pynchoniano’ para el que trabaja, protagonistas de ‘Esta bruma insensata’ (Seix Barral), la última novela de Vila-Matas, publicada en 2019 y sobre la que se ha centrado esta charla.
La entrevista es el arte de la seducción, decía mi maestro y profesor Pedro Sorela. Para ello no es solo importante que la entrevista sea en persona, sino que el periodista ha de ir ganando poco a poco la confianza del entrevistado, incluso si es posible pasar juntos mucho tiempo, crear un clima de complicidad, como la que el propio Sorela logró, por ejemplo, con el gran Leonardo Sciascia después de varios días conversando en Italia sobre su obra. Pero los tiempos no están hoy para muchas seducciones y he mantenido esta charla con Enrique Vila-Matas por correo electrónico, algo que siempre limita mucho.
Dado que en esta Área de Descanso no estamos sujetos al yugo de la actualidad inmediata que aqueja al reseñista profesional, podríamos haber hablado de su obra en general, una de las más singulares y atractivas de la narrativa en español, un viento fresco con el que yo me topé hace ya muchos años, cuando publicó Bartleby y compañía. Recuerdo la portada de ese libro brillante sobre el derecho al No en la literatura, la foto de August Sander, esos tres campesinos vestidos de traje que acuden a una fiesta a principios del siglo XX, y que tanto interés despertó en Walter Benjamin y John Berger. En ese libro que alumbra la literatura por venir aparece, cómo no, Juan Rulfo, y sea quizá porque los he releído a la vez, he encontrado algunas similitudes entre Juan Preciado, una de las voces de Pedro Páramo, y Simon Schneider, el narrador de Esta bruma insensata.
Juan Marsé solía responder en las ruedas de prensa que todo lo que tenía que decir estaba en lo que había escrito. John Ashbery, uno de los autores que tejen Esta bruma insensata, aseguraba que no se puede ser un buen artista y, a la vez, ser capaz de explicar de manera inteligente su trabajo. Cita que recoge el propio Vila-Matas en la novela en boca de Simon Schneider. Esta bruma insensata prosigue el luminoso diálogo que el autor catalán mantiene desde hace años con la Biblioteca Universal de Borges, aunque más exactamente con los escritores que admira, especialmente con aquellos que han colocado un ladrillo al “monstruoso edificio de la letra” (en palabras de Michon), como si fuera dinamita.
No obstante, podemos intentarlo….
Pues mire, estoy de acuerdo con esa frase (de John Ashbery) que ha llamado su atención, porque no hay nada seguramente más patético, por inteligente que sea la forma en que lo hagas, que explicar tu novela cuando ya te has explicado al escribirla.
El narrador de la novela, Simon, es un recopilador de citas literarias, como si se empeñara en llevar a cabo esa intuición de Perec, uno de tantos autores a los que rinde homenaje en su novela (y en tantos lugares de su obra), cuando decía que toda la literatura se encamina al arte de las citas. ¿Existe la originalidad? ¿Qué le parecen los escritores que reniegan de la influencia que han recibido?
Bueno, sí, me hace reír que alguien pueda creerse plenamente original. Porque todo se ha escrito, todo se ha dicho, ¿no? Y sin embargo, esto, que parece evidente, no lo es tanto. Y, si no, mire usted qué dice Macedonio Fernández en Museo de la novela de la Eterna: “Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo habían dicho, repuso quizá desde la vieja, hendida Nada. Y comenzó”.
Como en otras de sus novelas, regresa a la metaficción, a la escritura dentro de la escritura. A Simon, cuya voz de alguna manera acaba confundiéndose con la de su hermano Rainer, no le interesa esa narración que se ve obligada a describir cómo es una mesa camilla, la forma tradicional de la novela, sino más bien quiere manejar los artefactos literarios, la intertextualidad. Aunque como decía Joyce, hablando de citas, toda la escritura es autobiográfica, ahí se ve claramente al propio autor, ¿no?
No hago escritura dentro de la escritura, sólo lo parece. En realidad busco tan sólo que el lector se plantee cómo percibo la realidad: como un conjunto de materia y de acontecimientos que se van sucediendo y que conforman un relato comprensible. Y al mismo tiempo, busco también lo contrario: la realidad como algo esencialmente bárbaro y mudo que nos indica que en el mundo ya no existe la simplicidad inherente al orden narrativo, ese simple orden que consiste en poder decir a veces: “Cuando hubo pasado aquello, pasó esto, y luego pasó lo otro, etc”. Manejo, por tanto, dos conceptos de la realidad totalmente opuestos; los dos con un punto de vista muy autobiográfico.
La ironía y el humor son elementos clave de ‘Esa bruma insensata’. Por ejemplo en relación a la novela de no ficción, a la autoficción, tan en boga pero que viene de lejos. Marguerite Duras, una de sus referencias literarias, la exploró con brillantez y maestría, ¿no?
Cuando Duras era para mí, sobre todo, la señora que me reclamaba el alquiler de su cuarto trastero, me habría quedado de piedra si alguien me hubiera anunciado que ella acabaría siendo, como es desde hace un tiempo, una de mis referencias literarias más importantes.
Esa casa en la que vive Simon y que se balancea frente al acantilado representa de alguna manera su vida en ruinas, ese momento en el que lleva instalado desde hace tiempo como escritor frustrado. ¿Simboliza también, de alguna manera, el abismo que se siente hacia la escritura?
Me atrae situar a mis personajes, al comienzo de las historias, en situaciones límite y ver cómo se las arreglan después para mejorar, aunque mejoren sólo un poco normalmente. En el caso de Esta bruma insensata comencé a escribir el libro partiendo de la imagen del personaje solitario, sin nadie en el mundo, viviendo en una casa en ruinas y frente al abismo que aparece como narrador en el bello y triste cuento La erosión de Colm Tóibín (traducción de Enrique Juncosa para la revista Normal): “La casa sólo se balanceaba en las noches en las que la marea era muy alta. Y era como si se moviera bruscamente, sobre un mar embravecido en una noche ventosa, en lugar de estar al borde, tal y como está, de un precipicio de arcilla blanca”.
La casa descrita por Tóibín parecía estar en Irlanda y la idea o sensación de abismo era clave y estaba por todo, incluso en el libro que me proponía empezar pero del que no sabía nada, no sabía qué pondría en él, sólo que no haría concesiones a los lectores y que la casa sobre el acantilado la situaría en Cataluña, en el Cap de Creus, al norte de Cadaqués, territorio que conocía un poco… Se trataba de un reto: tratar de ver qué era yo capaz de hacer partiendo de un hombre que vive en una casa que se tambalea en un abismo, estilo la casa de Charlot en La quimera del oro. El reto era ver cómo me las arreglaba para salir adelante y de paso enterarme de qué era de lo que quería escribir. Pronto empecé a meterme en una historia que me pareció que pertenecía a un remoto pasado…
De hecho, veo la novela como un viaje de Simon, como una huida sin retorno, aunque en principio todo el mundo que se escapa de Cadaqués acabe volviendo. Ese viaje que emprende a Barcelona para encontrarse con su hermano le cambia para siempre (de hecho la novela está narrada desde el futuro). Creo que al final logra desligarse de todas las ataduras emocionales que tenía: hacia su padre (Padre), por ejemplo, pero también en relación a Rainer, una sombra que se diluye.
Logra desligarse de una idea estereotipada del dramatismo, eso es lo que intuyo que logré para mi héroe escribiendo la novela.
Me ha fascinado el aire de “thriller metafísico/literario” que se respira en la novela. La vida de Simon pende de una frase que no encuentra, como la casa en la que habita, y de su relación con su hermano. Aparte de la reflexión en torno a la literatura, la novela bucea también en la identidad familiar, en quiénes somos y cómo nos forjamos como individuos. Me ha encantado el personaje de la tía Victoria, un talento no reconocido.
La grandeza de tía Victoria, centro secreto de la familia, convierte a los dos hermanos, a mis dos personajes, en unos pobres desgraciados (desde el punto de vista cultural también). Creo que fue una forma de reírme de ellos dos después de haberles creado. Me divertí mucho maltratándoles impunemente hacia el final del libro.
Por Rainer siente una especie de rechazo absoluto (lo considera un mendrugo), pero a la vez de fascinación por haber logrado el reconocimiento de la crítica, aunque vea ese reconocimiento como una deuda hacia él no compensada.
Es que Simon considera que ha sido él con su talento, aunque él no figure en ninguna parte, el verdadero generador de los éxitos de su triunfador hermano, un gran inepto para la literatura.
En este sentido, subyace un “choque” entre la literatura que se hace en Europa (Simon) y la norteamericana (Rainer).
Es posible, pero no he buscado hablar de eso. Cuando uno está muerto (y yo creo que el narrador del libro, Simon, lo cuenta todo desde la otra vida), poco importan las diferencias entre la industria americana del libro y la europea, y ni siquiera las escandalosas dificultades que suele tener un escritor como yo para acceder a los lectores de lengua inglesa, aunque no me voy a quejar demasiado, puesto que me han traducido 11 libros, lo que está dicho pronto.
Uno de los temas de la novela, una constante en su obra por otro lado, es el del arte de desaparecer de algunos escritores, como Salinger o Pynchon. Rainer trata de emular a Pynchon pero, como dice el pintor Vergés, una especie de contrapunto, los hombres “se esconden para jugar a los encuentros infantiles”. “El que se oculta, lo sabemos quienes pintamos, termina por no salir en el cuadro, por no salir ni en su foto de la primera comunión”.
La desaparición es uno de los ejes de mi narrativa, creo. Pero la palabra desaparición admite significados muy distintos, lo que hace que no acabe de saber en torno a qué tipo de desaparición oscilan mis libros, eso me sitúa como a Simon en una casa que suele balancearse en las noches en las que la marea es muy alta.
Hay una frase de César Aira que me gusta mucho y que leí en una entrevista: “No es lo mismo la literatura que el mundo literario”.
Juan Marsé, lo mismo; distinguía siempre entre literatura y vida literaria.
Después de su primera novela, que puede haber alcanzado cierto éxito, lo que mueve a algunos escritores es la idea de la escritura y lo que trae aparejado (presentaciones, ‘bolos’, etc) no tanto la literatura. Rainer parece querer escapar de esa idea, pero al mismo tiempo vive preso de su propia imagen como escritor.
Al haber querido ser invisible, acaba siendo más visto que nadie.
¿Cree que ha encontrado ya el ladrillo con el que dinamitar “el monstruoso edificio de la letra”, en palabras de Michon?
De momento –pura inercia- aún le sigo tirando los tejos.
Como ocurría con Marsé, tampoco la crítica catalana parece considerar a Rainer como un escritor catalán.
Sí, tengo la impresión de que todo el mundo lo sabe ver, menos en Cataluña.
Aunque no frecuente la palestra de la política, la novela transcurre en los días de finales de octubre de 2017, “con el país de Cataluña al borde del colapso”. Recientemente se han celebrado las elecciones. ¿Cree que Cataluña sigue viviendo esa ficción de la que habla Simon tras el referéndum, cuando no se sabía si se había declarado o no una república?
De todo lo que se ha dicho sobre el libro destaco siempre lo que escribió Carlos Fonseca (autor de Museo animal en Anagrama) cuando habló de mi discrepancia política con el presente. Dijo que ante la ola de libros que confunden lo político con lo coyuntural, mi obra recuerda aquello que Nietzsche gritaba antes de caer rendido en Turín: que para ser realmente contemporáneo hay que ser intempestivo, ligeramente inactual. Para Fonseca (en una idea que comparto porque fue precisamente la deliberada posición que decidí tomar en cuanto comencé a escribir Esta bruma insensata), es desde ese lugar desplazado que nos provee el lenguaje, desde el cual se abre –a modo de paralaje– la distancia crítica que nos permite esbozar una discrepancia política frente al presente. Quería narrar mi historia desde ese lugar en el que puede decirse que las cosas ocurridas sucedieron en el pasado y ya no tienen la importancia que se les daba en los medios. “Cuando ya no importe”, que decía Onetti.
Comentarios
Por Marceliano Sanchez, el 21 febrero 2021
Estoy embarcado en la lectura de Esa bruma insensata, nada fácil pero seductora, que atrae y produce vértigo.