El Real estrena una nueva producción de ‘Norma’ entre la realidad y la ficción
La soprano canaria Yolanda Auyanet interpreta a una magnífica Norma en la nueva producción del Teatro Real con puesta en escena de Justin Way y dirección musical de Marco Armiliato. Estuvimos en el preestreno gratuito para jóvenes menores de 35 años que tuvo lugar el pasado domingo.
El Teatro Real realizó el domingo 28 de febrero un preestreno gratuito para jóvenes (menores de 35 años) de su nueva producción de Norma. Una nueva versión de la más famosa de las óperas de Vincenzo Bellini y, desde luego, una de las más representadas del repertorio belcantista. La propuesta del director de escena Justin Way convenció a una muchachada que abarrotó el Real hasta el 66% de aforo que permite la crisis sanitaria; la dirección musical de Marco Armiliato directamente les arrebató el corazón. El teatro se vino abajo cuando el italiano salió a saludar.
Abordar una nueva producción de un clásico tan reconocible y querido como Norma siempre es un reto peligroso. Hay mucho donde comparar y para los directores de escena suele ser un quebradero de cabeza lograr una chispa de originalidad sin que la historia que narra la obra se resienta. En esta ocasión ha sido Justin Way, director de producción del propio Teatro Real, el encargado de cumplir con el desafío.
Su propuesta plantea un paralelismo entre el argumento de la ópera y la realidad histórica del momento de su estreno en Milán en 1831, ofreciendo al espectador la dualidad prima donna/Norma, austriacos/romanos, coro/patriotas italianos… En una narración de la que es doblemente observador. Según explicó en rueda de prensa, “la acción se sitúa en el interior de un viejo teatro italiano con toda la compañía ensayando Norma. En el exterior, el siglo XIX, que ha comenzado marcado por el Congreso de Viena tras la derrota de Napoleón, mantiene el norte de Italia bajo la dominación austriaca, cuyo gobierno reaccionario provoca el nacimiento de los primeros movimientos nacionalistas. Entre ambos mundos, los dos intérpretes principales de la función mantienen una relación secreta sometida a tensiones personales y sociales, inmersa en un conflicto que no saben gestionar”.
Una propuesta que escenográficamente es de gran belleza, pero que dramáticamente resulta bastante desconcertante. ¿Estamos tan solo ante una puesta en escena estricta de teatro dentro del teatro? ¿Es el personaje de Poillone parte de la compañía o un militar austriaco enamorado de la prima donna? Finalmente, el problema de la producción de Way reside en que a cada paso que da, en cada cambio de plano, somete al espectador a la inquietante y trabajosa necesidad de dilucidar qué parte de lo que ve es real y qué parte ficción.
Termina la obertura, se abre el telón y nos encontramos con un bellísimo teatrito en el que se representa la obra escenificada a base de telones pintados. Es impresionante cómo el escenógrafo Charles Edwards y el responsable de la iluminación Nicolas Fishctel logran que los cantantes y el coro parezcan en muchas ocasiones figuritas o recortables sobre ese escenario ficticio. Por el patio de butacas cruzan Pollione y Flavio como si fueran dos personajes ajenos al montaje que se desarrolla sobre las tablas. Tanto, que terminan sentados en un palco a la derecha del escenario. ¿Asistimos a un conflicto entre una compañía de cómicos italianos y un militar censor austríaco? Podría parecer que sí. Sin embargo, cuando la propuesta de Way cambia de plano para situarse sobre el escenario imaginario y no desde el patio de butacas en un bellísimo cambio escenográfico a la vista, pareciera que el vértice masculino del triángulo amoroso de la obra hubiera traspasado la línea entre la realidad y la ficción como si de un fenómeno paranormal se tratase.
Esta confusión puede desconcentrar al público de lo que realmente importa: el drama de Norma, una fascinante y complejísima mujer presa de un gigantesco conflicto, enfrentada a su pueblo, a su amor y a sí mima. Una mujer atrapada por sus contradicciones y por ese motor universal de las tragedias que es la ceguera de amor. Una mujer abocada al sacrificio y la inmolación.
Sin embargo, la extraordinaria belleza de la partitura de Bellini y de las palabras de Felice Romani todo lo pueden. Cuando la música nos hace olvidar esa especie de acto de fe al que nos somete el director de escena y ponemos el foco sobre el drama de Norma, todo funciona. A ello ayuda y mucho un trío de cantantes protagonista que funciona a la perfección y una dirección musical que los lleva en volandas.
Yolanda Auyanet interpreta a una Norma que va de menos a más y a más y a más. Es cierto que la soprano protagonista se enfrenta al problema de atacar Casta Diva, el aria más reconocible y uno de los momentos cumbre de la obra, casi en el momento en el que sale a escena. El momento quedó un poco frío el pasado domingo, pero nada importó según avanzaba la representación. Auyanet creció y creció en escena de una forma colosal. El dúo con Adalgisa, fantásticamente interpretada por la mezzosoprano Clementine Margaine, en la segunda escena del primer acto fue uno de los momentos más bellos de la velada. Ambas cantantes lograron encender la emoción en el patio de butacas. El baritenor estadounidense Michael Spyres fue un estupendo Pollione que cantó con más brillo en las partes media y baja que en la alta.
No hay palabras suficientes para explicar el asombro al que nos somete el Coro del Teatro Real, sobre todo en estos tiempos de emergencia sanitaria en los que el canto en grupo es directamente una práctica de riesgo. La entrega de estos hombres y mujeres y su responsabilidad tanto dentro como fuera de las tablas es digna de ser mencionada. Tanto en el primero como en el segundo acto estuvieron fantásticos. Fueron capaces de lograr una mágica mezcla de contundencia y emoción que remó muy a favor de la velada y la producción.
Puedes consultar aquí las fechas de las funciones y disponibilidad de entradas.
No hay comentarios