‘El padre’: un magistral Anthony Hopkins nos acerca el alzheimer
‘The Father’, con un Anthony Hopkins en estado de gracia, es una de las películas del año. Hopkins cosecha nominaciones (a los Globos de Oro, a los Oscar…) y el filme ha ganado el Goya a la Mejor Película Europea. ‘The Father’ se pone literalmente en la piel de un anciano con demencia al tiempo que narra cómo la enfermedad le afecta a su hija como cuidadora. La vida está llena de padres y madres con alzheimer y de hijos que se ven sobrepasados por la hecatombe que supone esta dolencia. Muchos de estos últimos podrán verse reflejados en esta película y entender bien cómo se siente una persona con alzheimer. Nuestra colaboradora Ana Llovet, autora del libro ‘¡Quiero resucitar! Palabras y ‘despalabras’ del alzheimer’ (editado hace unos meses por San Pablo y en el que narra las vivencias junto a su padre, que padeció esta enfermedad), ha visto ‘The Father’ y estas son sus reflexiones sobre la película.
Lo más impactante de ver The Father (El padre), dirigida por el francés Florian Zeller, es que, si has vivido muy de cerca la demencia senil o el alzheimer de un ser querido, reconoces una por una cada situación que se narra en la película. Contemplas tu propia historia: “Sí”, reconoces a cada paso, “aquí, igual a cuando papá dejó de conocerme. ‘¿Por qué me llamas papá?’, me dijo”.
Así, escena tras escena.
“Yo también le canté una vez nanas para que se durmiera”, recuerdo. “Después recé con él Jesusito de mi vida, exhausto él en su angustia, exhausta y llorando yo tras un día agotador de cuidados”.
“Papá también intentó hacerse el gracioso con una visita, se bebió un par de vinos y luego acabó enfadado sin razón alguna y dando un portazo…”.
Sigues viendo la película y te preguntas si llegará el temido recuerdo, el más temido. Y claro, llega, porque a todos los enfermos de alzheimer les pasa lo mismo: la primera vez que le escuché llamar a su madre desgarradoramente por el pasillo, de noche, como un niño perdido: “¡Mamá”!
Las memorias se agolpan y te golpean según avanza el filme: cuando una tarde, agarrando con precipitación el abrigo, y en zapatillas, pretendía salir a la calle. “Quiero irme a mi casa, que me está esperando mi madre”, decía. El día que me di cuenta de que ya no sabía vestirse solo, hecho un lío con las mangas del jersey; cuando en mitad de una noche escuché ruidos raros en su dormitorio y le sorprendí intentando meterse en el armario como el que quiere pasar a otra estancia; igual que el armario de la pantalla. Cuando desconfiaba de todos: “Hay una señora mala”. Cuando esa desconfianza se tornó en una pesadilla y deliraba contra un vecino (”¡El ruso, el ruso!”); y lo que es peor, cuando en medio de aquella situación empezó a delirar contra todos nosotros, sus hijos y contra su mujer, nuestra madre…
El Día del Padre de 2013 me propuse escribir sobre mi experiencia junto a él, enfermo de alzheimer. Nuestro progenitor llevaba ya cuatro años inmerso en un laberinto de confusión, delirios y miedo y en esa fecha, precisamente, tras una comida familiar, es cuando me di cuenta de que también estaba empezando a perder la facultad de hablar con cierta coherencia. Una pérdida más en la interminable lista de adioses que supone esta enfermedad: adiós a acordarte de los tuyos, adiós a saber en qué día vives, dónde vives, adiós a valerte por ti mismo, adiós a hablar, adiós a tu propia identidad.
Como periodista y filóloga, el lenguaje siempre ha sido mi instrumento. Pero hay que añadir la capacidad de escucha, a veces poco valorada. Hay que agudizar los oídos muy bien y callar para poder contar una historia después, plasmar expresiones de otros, modos de hablar, palabras.
Eso es lo que decidí hacer con mi padre, escucharle con todo mi ser. Porque ese 19 de marzo de 2013 me di cuenta de una manera rotunda de que, aunque él ya no podía expresarse con claridad, en todo momento intentaba comunicarse con nosotros. Que en sus desvaríos, lo que yo inmediatamente bauticé como “las despalabras del alzheimer”, nos transmitía cómo se sentía y nos daba pistas de por dónde iba transitando en su enfermedad. Que él conservaba su voz y tras esta asomaba su alma.
Quería darle la palabra a alguien que la estaba perdiendo. Quería darle la dignidad que merecía. Me parecía que ellos, nuestros ancianos dementes, necesitan que les escuchemos con respeto, que no les infantilicemos. Que les mostremos al mundo como lo que son, personas que habrán perdido la capacidad de recordar tu nombre o quién eres, pero conservan intacta la capacidad de sentir.
Prestando atención verdadera a sus palabras y despalabras, a sus silencios, solo así, podemos hacernos cargo de la angustiosa y a veces terrorífica confusión en la que viven. Lo expreso en un párrafo de mi libro ¡Quiero resucitar! Palabras y ‘despalabras’ del alzheimer: “Él ya está en otro lado de la existencia al que ha llegado a través de los agujeros negros que ha ido horadando en su cerebro el alzheimer. En cuyos campos gravitatorios se pierde todo rastro de su ser; un entramado de túneles que le conectan con un mundo paralelo cuya lógica y códigos desconocemos. Desde ese lugar, desde ese horizonte de sucesos del agujero negro en que ha caído, le es imposible regresar, y en él vivirá hasta que parta rumbo a su última morada”.
The Father cuenta todo esto de una manera magistral con un Anthony Hopkins en estado de gracia. La película se pone en la piel del enfermo, también llamado Anthony, hasta el punto de que hay un momento en que el espectador siente lo que siente el protagonista y se encuentra hecho un lío. No sabe dónde se halla la narración, si la hija, Anne, tiene o no pareja, si es verdad que se quiere ir a vivir a París o no… ¿Por qué casi siempre ella va vestida con esa blusa azul? Y claro, es que lo que desde tu butaca parecen varios días, en realidad es solo uno. ¿O no? ¿Es real la cuidadora rubia que tanto se parece a la hija menor, ya fallecida, o solo existe en la cabeza de Anthony? ¿Por qué siento algo parecido al miedo con la presencia en pantalla del marido de la hija? ¿En qué casa comienza la película, en la de la hija, en la del padre? ¿Es buena persona la enfermera del final o no lo es?
También se pone magistralmente en la piel de Anne, interpretada sin estridencias por Olivia Colman. Sentimos sus desvelos, sufrimos las discusiones con su marido, sobrepasado con la situación; vivimos sus sacrificios como única familiar cercana al enfermo, algo que adivinamos que le acaba costando su matrimonio. Entrevemos su relación con su padre, que adivinamos difícil antes del alzheimer, siempre a la sombra de la hermana ausente. Entendemos su dilema, el mismo en el que nos encontramos en algún momento todas las familias a las que nos toca algo así: cuidadores o no, residencia o no. ¿Dónde marcar el límite para no perder la propia vida al cuidar a tu enfermo? ¿Cómo ingresar a tu propio padre en un centro y dejarlo ahí, solo? ¿Él haría eso contigo o te cuidaría hasta el infinito y más allá?
Reconozco que me ha costado mucho ir a ver The Father, cinco meses después de su estreno. Supongo que igual que le ocurre a muchas personas cuyos padres o madres sufrieron alzheimer si alguien les propone abrir las páginas de mi libro. “Puff, que pereza, bastante lo sufrí ya en su día, no quiero recordar esos años”.
Cuando pasas por una situación así deseas olvidarla. También te sientes vulnerable. “Es que me voy a poner a llorar, no quiero remover el dolor”.
Sin embargo… Hay un consuelo real en ver que otros han pasado por lo mismo que tú, en que no estás solo, sola ante la adversidad. Resulta inspirador conocer cómo se han enfrentado a ello. Es lo que tantas tradiciones espirituales -e instructores de mindfulness– llaman la “humanidad compartida”, o algo así como “en realidad estamos todos en el mismo barco”. También ayuda a elaborar con uno mismo lo vivido, a diseccionar el dolor y a crear algo a partir de él.
En mi caso escribí el libro y a lo largo de su creación fui dándome cuenta de lo mucho que me había acercado a mi padre a raíz de su enfermedad, de cuántas distancias y recelos en mi relación con él había vencido. Aprendí el significado de la palabra compasión y maduré hasta puntos insospechados.
En The Father parece que la hija rehace su vida. Quizás la enfermedad de su padre le hizo darse cuenta de que su marido no era un buen tipo, que no era empático y no la apoyaba, que no estaba con ella en las duras y en las maduras. La película solo deja entrever esa posibilidad, pero quiero pensar que de algo le valieron a Anne los desvelos por su padre. En mi caso mi novio, después marido, sí estuvo ahí conmigo, aguantando el chaparrón.
Y de él, de Anthony, nos queda una última imagen, la del niño en la que se convierten todos los enfermos de alzheimer. El niño, a veces asustado, que busca consuelo en su madre entre pucheros. En su mamá.
Mamá: el comienzo de todo, el fin de todo.
Comentarios
Por Antonio, el 11 marzo 2021
Que buen homenaje a l@s cuidadores y enfermos de Alzheimer, para poder entender la enfermedad y poder afrontarla lo mejor posible, un saludo