Un corredor de hogares humanos para ayudar a millones de insectos
La naturaleza no entiende de meses, y menos de la distribución del tiempo según nuestro calendario gregoriano. Esta útil herramienta que marca la ruta de los humanos ha llenado marzo de fechas señaladas: el día de la mujer, el del padre, el de la poesía, el de los bosques, el de las aguas vivas de los ríos, el de la felicidad, el de la visibilidad transgénero, el del cambio de hora, el primer día del confinamiento ante la ‘covid-19’ y, por supuesto, el oficial inicio de la primavera. Más allá del cambio climático y por mucho que el almendro florezca cada vez más temprano, noche y día duran lo mismo en este mes y eso, por el momento, es innegable. La noticia que abraza de este mes presta atención a lo minúsculo, a “las pequeñas cosas que gobiernan el mundo”.
Las culturas más ligadas a los ciclos de la naturaleza recuerdan que hubo una forma de ordenar el mundo ligada al sístole y diástole de este planeta. En Irán, por ejemplo, ese lugar de planeta en el que aún se mantiene viva la cultura persa, han celebrado el año nuevo, Nouruz. En los días del equinoccio de primavera honran el renacimiento, un proceso en el que los seres humanos también participan. Lejos de su país de origen, en medio de un modelo de pensamiento que apenas repara en el profundo significado de los procesos de la vida, expulsadas de su tierra por querer un destino más justo y equitativo para su pueblo, miles de personas exiliadas fortalecen los vínculos con el saber de sus ancestros/as, deshaciendo cualquier distancia espacio-temporal.
Al calor de esta memoria ancestral, que logra mantenerse viva también en las tradiciones de otros pueblos originarios, es posible imaginar una dimensión del mundo cuyos protagonistas no necesariamente somos los seres humanos. La noticia que abraza este mes presta atención a lo minúsculo. El estallido de las flores trae a nuestras vidas el aleteo de minúsculos seres vivos. Insignificantes en su tamaño pero relevantes para la vida, los insectos polinizan las plantas, proporcionan alimento para otras formas de vida y ayudan a reciclar naturalmente los desechos. Su presencia garantiza la biodiversidad de este planeta. No extraña que el biólogo de Harvard, E.O. Wilson, se refiriera a ellos como «las pequeñas cosas que gobiernan el mundo”.
En esta diminuta dimensión espacio-temporal se ha celebrado una particular efeméride: se cumple un año en el que los seres humanos multiplicaron su apoyo a los insectos locales en Canadá y les facilitaron un hábitat apto para su labor polinizadora. La iniciativa se llama Proyecto Butterflyway. Se trata de un corredor de personas solidarias creado por la Fundación David Suzuki en 2017. Arrancó con un puñado de personas voluntarias (Butterflyway Rangers) en cinco ciudades; en 2019 la cifra ascendió a 9, pero fue durante la pandemia que el número se multiplicó por diez. Si en 2020 eran 100 las ciudades que apoyaban esta iniciativa, actualmente son más de 400. Más de 1.000 de personas están ayudando a abejas y mariposas a encontrar comida y refugio en los jardines de sus casas, ventanas y patios. Convierten el césped de sus jardines en hábitat, cultivan plantas nativas, reducen el uso de productos químicos nocivos, limitan la iluminación exterior… y participan en cursos de formación online con el fin de seguir aprendiendo, conectando y preparándose para ser parte de la regeneración del planeta. Además comparten información. Por ejemplo, si quieres saber cómo puedes crear un jardín para mariposas en tu entorno asómate aquí.
Este emocionante corredor de apoyo a la expresión más ínfima de la vida se enmarca en la cultura de la gratitud a la que hace referencia la catedrática norteamericana de biología, ecóloga y miembro destacada de la nación Potawatomi, Robin Wall Kimmerer. Este mes, a raíz de la reciente publicación de su último ensayo Una trenza de hierba sagrada (Editorial Capitán Swing) , Robin recuerda que cuando la vida humana estaba «íntimamente ligada» a la Tierra, era «fácil reconocerla como un regalo, y cuando estamos agradecidos por recibir un regalo comenzamos a pensar qué podemos dar nosotros a cambio”. Convencida de que «necesitamos modificar nuestra forma de pensar para variar la de actuar”, señala que la gratitud puede ser el motor de ese cambio en tanto que “serviría para tomar del planeta sólo aquello que necesitamos, además de encontrar siempre la manera de restaurarlo”.
Su propuesta está vinculada con el concepto del Bien vivir, eje filosófico del pensamiento y actuación individual y colectiva de los pueblos originarios del continente americano al que ella pertenece. El Bien vivir implica una relación indisoluble e interdependiente entre el universo, la naturaleza y la humanidad, lo que configura una base ética y moral favorable a la vida en su máxima expresión y donde se manifiestan y se hacen necesarios la armonía, el respeto y el equilibrio.
La alianza de los humanos con las mariposas del Proyecto Butterflyway hace evidente que cuando el reconocimiento de la co-dependencia con todo lo vivo está ligada a la experiencia de la propia fragilidad y la emoción de la gratitud, los seres humanos recordamos quienes fuimos y llevamos nuestra capacidad polarizadora a tres niveles. En primer lugar alineamos nuestros actos con la vida de forma evidente. En segundo lugar, cambiamos nuestra forma de contar el mundo. Por el sólo hecho de existir, este proyecto incorpora a los insectos en los relatos cotidianos de millares de personas, revirtiendo la tendencia de nuestra cultura a dejar de nombrar la naturaleza en canciones, libros, guiones de películas… Existe un tercer nivel: Al hacernos eco de estos corredores de humanos dispuestos a cobijar insectos, no sólo reconocemos la importancia de lo pequeño sino que ampliamos nuestra imagen del mundo y nos damos un renovado sitio en él.
Este corredor humano coincide con una parte del recorrido que cada año realizan millones de mariposas monarca. Siguiendo las pautas de su particular brújula solar y su reloj interno, estos insectos recorren 3.000 kilómetros que separan México de Canadá en busca de climas más propicios. Hace 20 años eran más de 1.000 millones; en 2014, apenas eran 35 millones. La población de mariposas se había reducido un 90%. Ante tal evidencia los líderes comunitarios de México, EE UU y Canadá (países enlazados por el vuelo de estas mariposas) comenzaron a tomar medidas para recuperarlas del abismo. La alianza de los alcaldes butterfly friendly ha permitido que hoy más de 300 comunidades se hayan comprometido a crear un hábitat para estas mariposas. De este modo, ahora miles de seres humanos (con sus tiestos, sus jardines, sus parques…) comprenden que forman parte de un recorrido compartido y eso cambia su forma de entenderse a sí mismos.
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