Leer no nos salva de la maldad, pero nos consuela: recomendaciones
En nuestra ‘Área de Descanso’ de hoy abrimos libros sobre la maldad y sobre la cotidianidad. Desde clásicos como Coetzee y Hannah Arendt, a Marcelo Luján, que en los cuentos reunidos en ‘La claridad’ se aleja de los grandes crímenes que alimentan la novela policiaca para explorar nuestra oscuridad cotidiana, la que puede surgir en cualquier momento, a veces con desenlaces devastadores. O la versión infantil que nos trae Miriam C. Leirós en ‘Los secretos de los cuentos clásicos’, un libro donde le da voz, humor e ironía a los que pasaron en nuestra niñez por ser los grandes malos de la película.
Desde el origen de los tiempos, el mal y sus contornos han sido un imán para muchos escritores. Pienso, como Coetzee, que es más difícil construir un personaje bueno (en su sentido más profundo, platónico, ligado a la sabiduría) que malo, pero, aun así, bucear en la maldad nos puede iluminar de algún modo para atisbar su contrario, la bondad.
Coetzee retrató como nadie el apartheid sudafricano en novelas que ya son clásicos como Esperando a los bárbaros o Desgracia, por citar algunas. Esperando a los bárbaros, de hecho, es una historia alegórica que puede leerse en clave sudafricana pero, como ocurre con las grandes obras, podemos reconocer en ella a todas aquellas sociedades que excluyen o discriminan a una parte de la población por razones sociales, raciales, culturales o económicas, que sigue siendo la superestructura que explica muchas cosas.
Por ejemplo, desde hace décadas los palestinos viven en un apartheid, masacrados cada cierto tiempo por el ejército israelí sin que la comunidad internacional apenas mueva un dedo. Supongo que los psicólogos sociales tendrán alguna teoría al respecto, pero a mí me cuesta entender cómo un Estado en el que vive un pueblo que ha sufrido las mayores atrocidades que podemos imaginar se comporte así. Y recalco lo de Estado, porque lo que haga su presidente –tal vez para seguir en el poder y evitar su baja popularidad por las acusaciones de corrupción– no representa a los judíos del mundo.
Criticar a su presidente no es ser antisemita, aunque él lo utilice luego como escudo. Les pasa a todos los corruptos, populistas y dictadores. Me recuerda mucho a cuando Pujol, hace años con lo de Banca Catalana, decía que procesarle a él era como procesar a Cataluña. “Cataluña soy yo”. Cuando se le pudo llevar a juicio por la mafia que tenía montada allí, ya era demasiado tarde. Sus herederos, desde el principado de Waterloo, siguen manejando los hilos de la política catalana, y el príncipe Puigdemont no se sonroja al defender a Marruecos, un régimen autoritario y absolutista, cuando trafica con la esperanza y la vida de las miles de personas que han llegado a Ceuta en busca de un futuro mejor.
Frente a la maldad colectiva, que tan bien analizó Hannah Arendt, nos encontramos en la literatura con la maldad individual, con esa oscuridad que nos habita y nos ronda. Marcelo Luján rastrea esa zona de penumbra de los humanos en los cuentos reunidos en La claridad (Páginas de Espuma). Luján se aleja de los grandes crímenes que alimentan la novela policiaca para explorar nuestra oscuridad cotidiana, la que puede surgir en cualquier momento, a veces con desenlaces totalmente devastadores. Con un gran manejo de las herramientas del género noir y un excelente pulso narrativo, Luján logra mantenernos en tensión en cada uno de los relatos, en los que el lector sale y entra como si viajara en un tren del terror, aunque sabemos que hay una luz al final del túnel.
No siempre los malos son los que ha señalado la literatura. Es lo que propone Miriam C. Leirós en la divertida revisión que hace de los cuentos tradicionales en Los secretos de los cuentos clásicos , con ilustraciones de Paloma Corral, publicado por MadLibro. Maestra, colaboradora de El Asombrario y una de las voces destacadas de Teachers for future , Leirós invierte con ironía y humor el papel de algunos de los personajes clásicos para abordar la crisis ecológica y denunciar la situación en la que hemos dejado el planeta a nuestros hijos. “Todo el mundo ha creído a lo largo de la historia que yo soy la mala del cuento. Nadie ha querido desvelar que en realidad Blancanieves era una niña malcriada, una pija, vaya, que se dedicaba a ir a pasear el bosque merendando comida basura”.
Quizás sea un ingenuo, y seguramente lo soy, pero creo que a pesar de lo que pueda parecer el mal extremo (todos podemos serlo de alguna manera, con esos matices grises de nuestra vida), es minoritario en el mundo, aunque hace mucho ruido y se lleva por delante todo lo demás. Lo cierto es que la mayoría de nosotros hace lo que puede con su existencia, intentamos sobrevivir y ser un poco felices dentro de nuestras posibilidades.
La vida cotidiana de Pedro Ugarte y Kjell Askildsen
De esa cotidianidad es de lo que hablan los cuentos de Antes del paraíso (Páginas de Espuma), de Pedro Ugarte. Las ocho historias de este nuevo libro de relatos, tan sólido como el anterior (Nuestra historia), nos enfrentan a la realidad más cercana y común, a la lucha por el día a día. Sus personajes son “pequeños héroes” en los que cualquiera de nosotros podría reconocerse. El amor de pareja o el paterno-filial, los avatares de las familias y las grietas por donde pueden resquebrajarse, la envidia, los sentimientos encontrados hacia nuestros vecinos, los sueños por tener una vida mejor, son algunos de los temas que atraviesan las historias de Ugarte, un fino narrador de cuentos que maneja el género a la perfección. El escritor vasco tiene un gran manejo de la elipsis, del diálogo y del tempo narrativo, con detalles como destellos que iluminan a sus personajes y les dan forma.
Por lo que sé por las redes sociales, creo que Pedro Ugarte comparte conmigo la admiración por el escritor noruego Kjell Askildsen. La editorial Nórdica, con gran acierto, viene publicando sus colecciones de cuentos. El último que he leído es El precio de la amistad, con un luminoso epílogo de Julián Rodríguez, que yo había devorado hace años en la edición anterior de Lengua de Trapo. La prosa del propio Rodríguez, tristemente fallecido hace dos años, tenía mucho de esa inquietante expresividad poética del noruego.
No es que el estilo de Askildsen renuncie a la grasa literaria, que vaya al hueso. Yo diría que va directo a la espina dorsal. Ya nos enseñó Nabokov que es ahí, desde la espina dorsal, desde donde hay que leer los buenos libros. “Creo que una buena fórmula para comprobar la calidad de una novela es, en el fondo, una combinación de precisión poética y de intuición científica. Para gozar de esa magia, el lector inteligente lee el libro genial no tanto con el corazón, no tanto con el cerebro, sino más bien con la espina dorsal”, aseguraba el gran escritor ruso.
Quien busque en Askildsen un cuento fórmula no lo encontrará, pues sus relatos carecen del esquema tradicional del relato (planteamiento / nudo / desenlace / conflicto abierto, final abierto / cerrado, etc…). El conflicto se diluye en lo narrativo, en historias en las que parece que no ocurre nada, pero que ocurre todo, nuestra vida sin ir más lejos. Porque el autor noruego, al que Rodríguez llama con gracia “un existencialista en la era del fast food”, nos habla del pulso descarnado en el que viven (o tal vez vivían) las sociedades opulentas del norte de Europa, esa burguesía que se aburre y en la que el tedio cubre con su manto gris el día a día. Autor que hoy y ayer pasa por ser políticamente incorrecto, Askildsen introduce su bisturí en las relaciones personales, en la familia, en la vida extraviada, en la atonía de nuestras vidas, en lo mal que nuestras sociedades afrontan el paso del tiempo y la vejez. Aunque Rodríguez no lo menciona en este prólogo, Askildsen siempre me ha recordado a otros dos autores fundamentales del siglo XX, Marguerite Duras y el George Simenon de sus novelas cortas, literarias, como Monsieur Hire.
Leer no nos redime de la maldad, pero nos consuela.
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