Primer informe de 50 expertos sobre clima, naturaleza y justicia social

La deforestación es uno de los problemas que más afecta al clima. Foto: Pixabay.

Ha hecho falta mucho tiempo para que, finalmente, los científicos climáticos y los dedicados a la biodiversidad se hayan puesto a trabajar juntos. Y la conclusión, por intuida, no deja de ser clave para el futuro de la humanidad: ni lo uno ni lo otro pueden ir a mejor por separado, y tampoco lo harán sin tener en cuenta el factor social. Es más, si lo hacen, los daños pueden ser nefastos. Esos tres ejes: lo climático, lo social y la naturaleza se dan la mano en el primer informe conjunto que acaba de publicarse, elaborado por 50 expertos del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) y del IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos), dos organismos auspiciados por la ONU.

“Hemos tratado de articular un documento en el que cambio climático y biodiversidad están unidos, pero es importante destacar que la parte social toma relevancia como nunca antes lo hizo, porque no puede haber soluciones independientes. Si una solución para frenar el cambio climático afecta a la biodiversidad, no valdrá”, explica Unai Pascual, investigador del Centro Vasco del Cambio Climático y uno de estos 50 científicos internacionales.

El informe IPBES-IPCC, que se fraguó en un taller celebrado a finales del pasado año, nos alerta del riesgo que supone olvidarnos de la naturaleza. Más que una evaluación, señala Unai, “es una síntesis de conocimientos, la primera semilla para que políticos, investigadores y sociedad en general dispongan de una herramienta a la hora de tomar decisiones. Son dos manifestaciones de una sola crisis ambiental que viene provocada por el mismo lado y no es una más grave que otra”

El documento recuerda que a estas alturas del siglo XXI, el 77% de la Tierra (excluyendo la Antártida) y el 87% de los océanos ya han sido modificados por

actividades humanas, impactos que han hecho perder el 83% de la biodiversidad de la biomasa de mamíferos y la mitad de la de plantas. Hoy, ganado y humanos somos ya el 96% de toda la biomasa mamífera en la Tierra, “con más especies en peligro de extinción que nunca antes desde que existimos los sapiens”.

En el evento on line en el que se presentó el informe, el climatólogo alemán Hans-Otto Pörtner, copresidente del Comité Científico que ha elaborado el trabajo, recordaba: “El cambio climático causado por el hombre merma la capacidad de la naturaleza para ayudar a mitigar ese mismo cambio climático. Cuanto más cálido sea el mundo, tendremos menos comida, agua potable y otras contribuciones clave de la naturaleza a nuestras vidas”.

Todos los presentes comentaron la importancia de las acciones que, por fin, se están acelerando para frenar las emisiones contaminantes que alteran el clima planetario, pero recordaban que el foco debe ponerse en “un profundo cambio colectivo de valores individuales y compartidos relacionados con la naturaleza, como es alejarse de la concepción del progreso económico basado únicamente en el crecimiento del PIB”, para lograr calidad de vida sin sobrepasar los límites biofísicos y sociales. “En definitiva, sin biodiversidad, y la estamos perdiendo a pasos agigantados, la solución no es cambiar un coche diésel por otro eléctrico, ni reforestar con especies exóticas para generar biocombustible, ni cubrir campos de paneles solares, ni construir grandes obras de bioingeniería que cambian las costas. Se llaman soluciones verdes, pero no lo son; lo que necesitamos son soluciones basadas en la naturaleza para reducir las emisiones de CO2, que además son las más baratas para mitigar impactos”, argumenta Pascual.

Entre las conclusiones que mencionan, ninguna sorprendente, pero sí muy claras: Hay que dejar ya de degradar ecosistemas y además restaurar los más ricos en carbono (una fórmula de bajo coste para mitigar el cambio climático que, además, genera empleo); aumentar la agricultura sostenible basada en diversificar cultivos y especies forestales; eliminar los subsidios a actividades dañinas a la biodiversidad (deforestación, monocultivos, fertilización excesiva, sobrepesca, medidas de mitigación climática inapropiadas); cambiar un consumo individual con exceso de derroche y ser menos carnívoro; y, además, aumentar las zonas protegidas de Tierra y océanos hasta un 30% (incluso mencionan un 50%) desde el 15% y 7,5% actuales, respectivamente. Incluyendo incluso los corredores migratorios.

Pascual incide en la vertiente social de cada uno de estos puntos: “Es importante el debate sobre los indígenas y comunidades locales, porque son las poblaciones más vulnerables, con menos recursos y más marginadas en la toma de decisiones. Por ello, hablamos de equidad y justicia al mencionar la protección de la biodiversidad. La ciencia nos dice que protegerla beneficiará a toda la humanidad, pero la cuestión es cómo, dónde y quién lo decide. Hay muchos lugares posibles para ese 30% a proteger, pero sin olvidar la interacción humana, zonificando para ver dónde hay los menores impactos sociales posibles. Y si los hay, preguntarse: ¿cómo se compensan?, ¿cómo se negocia? Proteger es bueno o no según la buena gobernanza, sin olvidar que hay áreas protegidas en un papel que luego no lo están en realidad”.

Es más, apuntan la necesidad de conservar lo que llaman “paisajes multifuncionales”, que incluyen paisajes terrestres, de agua dulce y oceánicos, en lugar de fijarse en algunos elementos de la naturaleza de forma independiente, como son hábitats críticos o intactos o la preservación de especies icónicas.

Respecto a medidas que se están poniendo en marcha para mitigar o adaptarse al cambio climático, recuerdan que están dañando a la naturaleza. Entre ellas, la mencionada expansión de monocultivos para biocombustibles, plantar árboles donde antes no había bosques (y encima hacerlo con especies exóticas), aumentar los cultivos de regadío (algo en lo que España es un excelente ejemplo), no tener en cuenta el riesgo que suponen las energías renovables por el aumento de la minería o del uso de la tierra, promover nuevas grandes presas y diques… “Todo ello puede tener grandes impactos, interfiriendo en las rutas de especies migratorias y fragmentando hábitats”, señalaba Almut Arneth, bióloga alemana que también es coautor del informe. El desarrollo de baterías alternativas y productos de larga duración, sistemas de reciclaje para recursos minerales o una minería más sostenible que la que tenemos hoy son algunas de las medidas que se plantean para reducir CO2 con nuevas energías, algo imprescindible, pero con el menor daño ambiental posible.

Como recordaba Ana María Hernández Salgar, presidenta de IPBES, “la tierra y el océano ya están haciendo mucho, absorbiendo casi el 50% de las emisiones humanas, pero la naturaleza no puede hacer todo”. Y el presidente del IPCC, el surcoreano Hoesung Lee, añadía que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad “se combinan para amenazar a la sociedad, a menudo ampliándose y acelerándose mutuamente”.

También dejan claro que, pese al recorte de las emisiones contaminantes, habrá que adaptarse a un cambio climático residual. Arrecifes de coral, sabanas, bosques tropicales, ecosistemas de alta latitud, algunas costas y, especialmente, el área del Mediterráneo, no sólo están entre las zonas más vulnerables del mundo sino que ya requieren, aseguran, intervenciones sólidas que no funcionarán si no nos quedamos muy por debajo de 2 °C más de media global y se limitan otras presiones como el cambio de uso de la tierra, la sobreexplotación o la contaminación.

También en este punto destacan que para que estos enfoques triunfen es fundamental la participación interactiva y equitativa de las comunidades y residentes locales que resultarán afectadas… En definitiva, sin naturaleza no hay solución al cambio climático, pero sin ponerle freno no habrá naturaleza tal como la conocemos. Así queda certificado.

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