“Para eso están las putas, para proteger la inocencia de las futuras esposas”
En mi vida como lectora creo que jamás me he enfrentado a un libro tan dramático, tan extremo ni tan honesto como este. Tampoco a un libro tan difícil de sostener entre las manos, un libro que he abandonado tantas veces como veces he regresado a él. ‘Puta’, escrito en 2001 por Nelly Arcan (Quebec, 1973-2009), ahora en una nueva edición de Pepitas de Calabaza, es un escalofrío totalitario, la herida de todas las heridas, la herida nodriza. El diario inaprensible de una prostituta de lujo de 20 años, de una mujer que odia a su madre por seguir junto a su padre, de una mujer cuya locura no le pertenece, cuyo cautiverio llega por persona interpuesta. La versión más verosímil sobre la autodestrucción (la autora, de hecho, terminó suicidándose con 36 años). “Para eso están las putas, para que no violen a las chicas camino del colegio, para proteger la inocencia de las futuras esposas”.
Arcan narra como si quisiese acabar con el infierno, como si el diablo fuese una marioneta que se puede acercar al fuego hasta convencerlo para que libere al mundo. Arcan se encara con la vida con la multiplicidad de quien se siente desahuciado, pero no va a abandonar su guarida hasta conseguir que el dolor que exhala su memoria acabe convertido en el sudario de Dios:
“Después del octavo se sobrentiende que puedo irme, irme dónde cree usted, a mi casa, pues no, porque no quiero volver a mi casa, solo quiero morirme lo antes posible”.
Puta es un testamento sin notario que lo valide, la palabra de una mujer que está por encima de las normas y al mismo tiempo prisionera de ellas. De su conciencia, de la mala praxis que cometió viniendo a este mundo para arrancar a su madre de él. Puta es una elegía lenta de palabras malsonantes y verdades íntegras, reivindicativas, contumaces, amoratadas por el peso de la inmoralidad social.
La hija fagocitó a la mujer que habitaba el mundo antes de que el cirujano cortara el cordón umbilical, y desde entonces vive en una metamorfosis constante que paradójicamente la mantiene intacta.
Arcan mordisquea con acierto el tuétano paranoico de Kafka, la glacial oscuridad de Poe, el olor a podrido que revelan los dulces poemas de Dickinson cuando se indaga en sus silencios y en sus sombras.
“No me quedan más preguntas porque ya no sé cómo engañarme”.
“Mi asco por esta madre que odio en todo momento”.
Arcan no quiere acordarse de la salvación, no quiere acordarse de la inocencia. Se ha cansado de ser bendecida con el beneplácito de la normalidad y prefiere verse aplastada por la opresora disciplina del abandono. Sabe que solo sin raíces puede seguir luchando:
“No, no dejaré que nadie me impida desear la muerte porque es lo único que tengo, lo único que quiero, querer de verdad es querer una sola cosa, sin alternativas, sin ese término medio que se parece demasiado a mi madre, una larva que se debate entre el sueño y la esperanza de tomar forma”.
“No sabía que la imaginación tiene el poder de anular lo que está presente”.
Arcan lanza un grito contra la modificación de lo femenino, contra ese vicio que tiene la sociedad de cerrar con saña todas sus salidas de emergencia en el momento que decide estigmatizarlo.
Arcan habilita un valioso discurso sin la injusta intromisión de la culpa.
Puta es la nana que hace conciliar el sueño a Eva, el susurro que la libra de sus largas noches de insomnio:
“Dos o tres ideas bastan para llenar una sola cabeza, para orientar toda una vida».
Es un diario que coloca bombas de racimo bajo la larga sombra de la cosificación de la mujer. Y es además una grieta de la que no se sale nunca.
Arcan planifica sin pudor la mutilación emocional, la carnicería que permite el poder con un colectivo que llena sus estómagos, sus arcas y su infantil virilidad con su lacerante cautiverio. Un colectivo que arranca la locura del mundo mientras se vuelve loco.
Arcan convoca miles de metáforas sin ambición lírica para suturar las heridas propias y ajenas:
“Para eso están las putas, para que no violen a las chicas camino del colegio, para proteger la inocencia de las futuras esposas, pero de lo que la gente dice no hay que hacer mucho caso porque es la estupidez la que habla, es el discurso de los que quieren alimentar sus apetitos de chacal”.
“Los clientes naufragan en esta habitación al fondo de un edificio, desde donde se puede ver la ciudad sujetando la noche con la punta de los dedos”.
Arcan construye su sepulcro con palabras que paradójicamente están escogidas para destruir, para exigirle a Dios la salvación de Eva, para acompañarle mientras escoge su ataúd y pacta sus minutos de oxígeno una vez que ella cierre la tapa.
Como les decía más arriba, Puta es un libro monstruoso en el que Arcan alterna calma y visceralidad para encastrar verdades plurales. Es una espiral perfecta de dolor, el núcleo por el que se pasea la incertidumbre de todas las mujeres del mundo. La versión más verosímil que se ha escrito nunca sobre la autodestrucción.
Arcan es la garganta que universaliza el caos en que están obligadas a vivir las mujeres. Es el espejo social en el que una misma mujer debe jugar a la suplantación ética y moral con una periodicidad destructiva.
Por eso ha de ser de lectura obligatoria, debe ser el cuento que las madres le lean a sus hijas antes de dormir para certificar que no están dispuestas a dejar de ser mujeres porque sus pechos se llenen de leche o porque sus maridos quieran practicar un peterpanismo inagotable llenando de sombras y fluidos corporales un sinfín de camas ajenas.
No dejéis de leer Puta, no dejéis de abrazar su espinosa silueta porque de las heridas que os deje manará la verdadera vida.
No dejéis de leer Puta, de disfrutar del milagro vital en el que nos ha incluido la poderosa traducción de Raquel Vicedo.
Formidable e imprescindible.
‘Puta’. Nelly Arcan. Pepitas de Calabaza, 2021. Traducción de Raquel Vicedo. 169 páginas.
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