¿Qué hacemos estas Navidades?… Huir
Hoy es uno de esos días extrañamente templados y poco soleados de noviembre. Mientras deambulo por casa tras una semana de viajes varios, ordenando lo que puedo, recibo un mensaje en el móvil. Es de mi hermana. La mayor. Dice así: “¿Qué hacemos estas Navidades?”. Las primeras Navidades sin… ¿Huir? ¿Ir a buscarla?
El mensaje ha llegado como lo ha hecho otros años antes y en las mismas fechas, pero el sabor de las cuatro palabras que lo moldean es otro, más áspero, un chasquido. Me siento en el sofá, haciéndome como puedo un hueco entre los dos perros, y sigo con la vista fija en la pantalla del teléfono sin saber qué hacer. Navidad. Ya. Tan pronto… El mundo vive la Navidad desde mucho antes de celebrarla. La Navidad es el antes, sobre todo el antes, y es también el después. El durante pasa como sin querer, pasa como de paso. La Navidad es esa madeja de palabras y expresiones repetidas hasta la saciedad de generación en generación, lenguaje común, un discurso que nos recuerda que a pesar de todo somos parte de algo de lo que cuesta huir y esa huida une, crea complicidad y la complicidad transpira familia.
“Huir”. Eso es lo que le respondo a mi hermana en el mensaje que le envío. Y es lo que queremos este año en el que todo lo que hasta ahora se celebraba –a regañadientes, sí, cada uno tirando de más o menos ganas, sí– se ha convertido en una primera vez. Desde marzo, los días que transcurren sobre la tierra completan nuestro recién estrenado universo de las primeras veces. La muerte de una madre (o de un padre, hermano, pareja, compañero/a, persona –humana o no– muy querida) abre un calendario nuevo, un orden de horas, días, semanas y meses que no existe hasta que la orfandad quiebra la línea de la vida, y la muerte nos marca a hierro la pena en la palma de la mano. Llega el primer cumpleaños sin mamá, la primera vez que viajas y, al volver, su móvil no responde a tu llamada al bajar del avión, porque Angélica dejó de respirar, y en cuanto el aire faltó se convirtió en una “abonada inexistente” cuyo número todavía no ha sido reasignado. Llega el verano y con él cae el primer baño en el río sin su mirada desde la orilla, la primera luz otoñal sin esa frase suya que lapidaba el año con un “huele a otoño, el sol no es el mismo” y que ponía el cierre a la temporada de calor, jardín, sillas junto al trigal, jugo de melón y bocadillos de tomate y aguacate bajo las dos encinas.
“Ya”, contesta mi hermana. “Podríamos ir a buscarla”.
Eso decía mi madre todas las Navidades cuando hablábamos de la abuela en algún momento durante la cena de Nochebuena. “Tendríamos que salir a buscarla”, decía, y miraba por la ventana y a veces le brillaban los ojos y parecía que lo dijera en serio, que realmente supiera cómo encontrarla, que la abuela estuviera solo ausente, en ese lugar al que van las madres a descansar y del que solo los hijos tienen la llave. Buscar. Durante el primer año de orfandad la vida es eso. El 10 de octubre fue el primer 10 de octubre sin ella en el mundo. El 6 de noviembre lo fue también. Y hoy, 15 de noviembre. El primero sin ella es el único año en la vida de un hijo que no cuenta porque se vive en el descuento. Nadie lo ha dicho nunca, pero todos vivimos un año menos de lo que oficialmente vivimos si hemos querido con la vida a alguien que se marchó antes. El duelo es el corazón que hiberna: un año de barbecho, perdido de las miradas ajenas. Mientras la actualidad se come lo que no importa, nosotros contamos los días a la inversa, flotando en una pena que es más pena aún porque, cuando el año termine, no habrá más primeras veces sin, y en secreto tememos que eso nos desdibuje la memoria, que acabe el dolor y empiece el olvido.
Y el olvido no, el olvido nunca.
Estas Navidades serán las primeras para muchas familias en nuestro país y en muchos otros del globo. La pandemia ha dejado un torrente de familias heridas durante todo el año, inmersas ahora en ese laberinto de primeras veces que va clavando agujas en una piel que todavía no ha hecho callo. Somos muchos los sin padre, sin madre, sin hermano, sin pareja. Somos Los Sin y en la huella de la historia quizá así se nos recuerde. Muchos ni siquiera han podido aún doler la ausencia de aquellos que se fueron, porque no pudieron verlos irse, ni despedirse. Muchos no han empezado a vivir el descuento, porque tampoco hubo recuento cuanto tocó hacerlo. Otros no respiran bien. Esperan en vano que el aire traiga más oxígeno, más aliento, una tregua aunque sea, y que alguien les diga que no es solo ausencia, sino que es ausencia porque hubo muerte aunque no pudiera haber adiós.
Al otro lado del teléfono mi hermana espera un respuesta. Necesita saber que no está sola en esto y que comparte conmigo el miedo a que en esta Nochebuena que se anuncia la silla vacía de mamá se convierta en un hueco demasiado hondo y termine siendo un pozo al que todos queramos tirarnos para ir a buscarla. Y no sé qué decirle. Yo, a quien nunca le importó la Navidad, el que refunfuñaba cuando aparecían las primeras luces colgantes asfixiando el paisaje urbano, el que no quería estar… de repente siento por un lado que no puedo celebrar nada todavía con lo que nos queda y, por otro, temo que si falto a mi cita con la costumbre, quizá traicione lo que construimos juntos.
Eso quiero decirle. Eso y, aunque sé que es locura, que a lo mejor si voy, si vamos, el tiempo se descolgará y, por ser Navidad, nos regalará lo que no se regala y en algún momento de la cena, quizá cuando repartamos los regalos, mamá entrará al salón desde la terraza y, todavía deslumbrada por el reflejo de las velas, nos mirará como si fuera su primera vez y sonreirá porque nos tiene a todos los que somos, que somos suyos, suyos aunque no esté.
Comentarios
Por angel coronado, el 15 noviembre 2021
“y el olvido no, el olvido nunca” Nunca serán suficientes las veces que se repita esta frase luminosa. Pero algo que todavía no ha cuajado en frase me dice que acaso el olvido pueda ser luminoso también, piadosamente luminoso, luminoso en su discreta penumbra. De paso en paso. No puedes ni darle las gracias. Cuando ya te tiene, ya eres otro.
Por kamil R., el 15 noviembre 2021
Bonito y triste artículo. Animo al que se escribe si es una experiencia personal.
Por Montserrat, el 15 noviembre 2021
Mé Gustaría leer más artículos de Alejandro Palomas
Por Alba, el 15 noviembre 2021
Un abrazo en ese proceso de duelo. Su texto me ha llegado muy dentro. Sin mas palabras me deja que un sincero gracias.
Por Félicia, el 15 noviembre 2021
«orfandad quiebra la línea de la vida» : gracias, Alejandro, por tus palabras vivas.
Por Elisabet, el 17 noviembre 2021
Así me encuentro, nos encontramos, mi hermana y yo. Huérfanas con 42 y 46 años respectivamente, vacías. Profundamente tristes. Estas Navidades seremos las sin. Y vamos a huir, como lo llevamos haciendo desde el 22 de Julio que mi MADRE dejó de respirar. GRACIAS GRACIAS Alejandro.
Por MARIBEL, el 17 noviembre 2021
Mis navidades cambiaron cuando murió mi madre, hace 21 años ya. Nunca volvieron a ser las mismas, porque Ella amaba las navidades y su ausencia se hizo presente. Mi niño tenia pocos meses y las navidades se empezaron a centrar en él. Las últimas navidades con mi padre fueron las del 2017, momento en que las orfandad me dio de frente en la cara y me rompió el corazón. No tengo hermanos, por lo que mi familia de origen acabó con el.ultimo suspiro de mi padre. Los recuerdo cada día, pero las fechas navideñas duele más su ausencia. Así que me agarro a lo que tengo mi marido y mi hijo y las vivimos a nuestra manera. Fuera de casa. Un abrazo 😘
Por David, el 30 noviembre 2021
Yo también perdí a mi Madre el pasado 30 de diciembre, ha expresado a la perfección los sentimientos que yo y mis hermanas tenemos, gracias, me gustaría seguir leyendo a este señor que escribe como siente, pura realidad.