“Creer es la fuerza del débil. No merecen respeto las creencias, sí la honestidad”
La poeta y pensadora Chantal Maillard (Bruselas, 1951) acaba de publicar ‘Las venas del dragón. Confucianismo, taoísmo y budismo’ (Galaxia Gutenberg), donde defiende la necesidad de transformar nuestra forma de pensar para facilitar un cambio de rumbo, de parámetros. “Me parece que últimamente muchos vamos, en ese aspecto, por buen camino. No son pocas las voces de filósofos y científicos que apuntan a esa dirección”, señala la autora de títulos como ‘La baba del caracol’ (Vaso Roto) y ‘La compasión difícil’ (Galaxia Gutenberg) en esta nueva ‘entrevista emocional’.
“No estamos en un medio, sino que pertenecemos al medio, que no es un medio, por cierto, sino un complejo sistema del que formamos parte y en el que no hay organismos separados sino relaciones, intercambios y mutua dependencia”, aclara.
Por otra parte, Maillard asegura que la política no la hacen los partidos, “la hacen los individuos” y añade que la democracia es una “responsabilidad política de todos”. Al mismo tiempo cree en la necesidad de una educación política a todos los niveles. “Saber enderezar el rumbo es por tanto una tarea que nos incumbe a todos, tanto a los que elegimos como a quienes son elegidos”.
Propones elaborar una ‘ecosofía’ y una ‘ethopolítica’ para transformar nuestras sociedades actuales. ¿La política y la ética no pueden pensarse hoy sin tener en cuenta nuestro hábitat, nuestro entorno?, ¿no pueden definirse sin contar con el medio?
Si queremos transformar nuestras sociedades, lo primero es empezar a pensar de otro modo, y esto pasa por cambiar nuestra forma de expresarnos. Si decimos que hemos de “contar con el medio”, seguimos entendiendo que no pertenecemos al medio, sino que estamos en un “entorno”, algo que nos rodea y es diferente de nosotros. Esto sigue formando parte del antropocentrismo del que deseamos librarnos. No estamos en un medio, sino que pertenecemos al medio, que no es un medio, por cierto, sino un complejo sistema del que formamos parte y en el que no hay organismos separados sino relaciones, intercambios y mutua dependencia. La ecosofía empieza con esa comprensión. La ethopolítica será la regulación del comportamiento de nuestras sociedades que tenga en cuenta todo esto.
“Aquel que conoce la manera de gobernarse a sí mismo conoce el arte de gobernar a los hombres”, decía Confucio. Y añades en el capítulo que dedicas al Confucianismo en ‘Las venas del dragón’ lo siguiente: “Ningún sistema, sea el que sea, funciona para bien si quienes lo encabezan no son capaces, en primer lugar, de gobernarse a sí mismos”. Vemos que nuestros gobernantes de hoy, precisamente, no se gobiernan a sí mismos y, además, no dan ejemplo. ¿Es posible enderezar hoy el rumbo, el timón de nuestros Gobiernos?
No perdamos de vista que, en una democracia, la responsabilidad política es de todos. Saber enderezar el rumbo es, por tanto, una tarea que nos incumbe a todos, tanto a los que elegimos como a quienes son elegidos. China no era una democracia; por eso, el ideal de Confucio era formar a quienes pudiesen enseñar al gobernante a saber gobernarse a sí mismo. En un sistema democrático resulta más complicado, ya que no se trata de una sola persona, sino de toda la sociedad. ¿Cómo pretender que un sistema basado en el ejercicio político de una mayoría dé buenos frutos, si esa mayoría no está entrenada en el ejercicio del bien común?
¿Nos escuchan los poderosos, les importamos algo, somos para ellos ciudadanos o ya solamente súbditos?, ¿están a nuestro servicio o al servicio de los intereses económicos capitalistas?
Tengamos presente que la política no la hacen los partidos, la hacen los individuos. Y si los individuos no han aprendido a pensar y actuar con ecuanimidad y no por propio beneficio, las decisiones nunca serán las adecuadas. De ahí la necesidad de una educación política a todos los niveles.
El budismo y el taoísmo son vías de conocimiento de lo humano y de la naturaleza, métodos para alcanzar otros estados de conciencia, observar y aquietar la mente, alcanzar una lúcida ignorancia y encontrar una armonía con el entorno. ¿Hemos comprendido en Occidente estas corrientes de pensamiento o las hemos malinterpretado?
Insisto: no hay diferencia entre lo humano y la naturaleza. Es hora de abolir las viejas dicotomías y empezar a pensar en otros términos. Lo que hay es un complejo tejido simbiótico o, como nos lo dieron a entender las fuentes chinas más antiguas, una energía en perpetua mutación. Si fuésemos capaces de contener, por un momento, la necesidad de crear el propio personaje, la agitación se calmaría y nos daríamos cuenta de que el cuerpo percibe lo que llamamos “entorno” como un sistema de resonancia. Todo vibra, tan sólo hace falta dejar la mente en suspenso para intuirlo. Para evitar el riesgo de malinterpretar, no hay mejor manera que poner entre paréntesis todo lo aprendido y, como indicaba Zhuangzi, ponerse a la escucha.
En ‘¿Es posible un mundo sin violencia?’ aseguras que la historia de la humanidad y, concretamente, la historia de la sociedad occidental es la historia del ansia. ¿Cómo se cura el ansia, la avidez, el deseo de querer más, de necesitar más todo el tiempo?
El ansia es el hambre que, en el animal humano, adquiere proporciones suplementarias debido a la reiteración innecesaria de las imágenes mentales. El hambre del cuerpo mantiene la continuidad del ecosistema, pero una vez satisfecha, el hambre se aplaca y el animal descansa. Pero el animal humano no descansa, sino que permanece continuamente insatisfecho. Mantener a los individuos insatisfechos es lo que permite que siga funcionando no ya el sistema natural sino el sistema de mercado. Aquietarse, pues. Observar la mente. Dejar pasar las imágenes sin hacerles caso. El proceso se ralentizará y la agitación se calmará y con ella, el deseo de más.
Nos sentimos únicos. Tenemos un irrefrenable orgullo como especie, que se agiganta cada día. Le hemos dado la espalda a la naturaleza y hemos olvidado que nada es independiente y que destruyendo a otras especies estamos poniendo en peligro la nuestra. ¿Es demasiado tarde para menguar nuestra soberbia?
Me parece que últimamente muchos vamos, en ese aspecto, por buen camino. No son pocas las voces de filósofos y científicos que apuntan en esa dirección y contemplan la necesidad de transformar nuestra forma de pensar para facilitar el cambio de rumbo. A veces las transformaciones de la conciencia colectiva no se aprecian o son lentas, pero permean.
“La araña es la mente, su presa somos nosotros. Es decir, aquello que creemos ser. Ese yo que engorda en el proceso. Porque para alimentarlo basta con que creamos lo que nos cuenta. Adherimos a una idea y esa idea hace el yo”, escribes en el prólogo de ‘La arena entre los dedos’, tus diarios. ¿Somos dueños de lo que pensamos?
La mente, como una araña, no deja de salivar. Esa es su naturaleza. Y no sería un problema si no le hiciésemos tanto caso. Lo malo es que nos identificamos con cada uno de sus actos. Decimos “yo siento” cuando, en realidad, el yo es el resultado de ese proceso y el siento, uno de los actos de pensamiento que lo van formando. ¿Quién podría ser dueño del proceso si yo es el nombre que le damos al proceso?
¿Hay que sospechar de cualquier creencia, de cualquier convencimiento, de cualquier certeza que tengamos?, ¿hay que dudar de las opiniones que defiende la mayoría?
En lo que respecta a los comienzos, la honestidad consiste en no delegar en otros las cuestiones que más le inquietan y asumir la ignorancia. Creer es la fuerza del débil. No merecen respeto las creencias, sí la honestidad. En cuanto a la opinión, recordemos la distinción que establecía Platón entre la doxa y la episteme (la opinión y el conocimiento). Las opiniones no son racionales, son emocionales: quien, sin saber, afirma se auto-afirma. ¡El diablo me salve de las mayorías! (…y de los “debates de opinión”).
¿Nos indignamos cada vez menos, nos importa poco toda esa violencia, toda esa representación de la violencia a la que asistimos cada día?
En la mayor parte de los casos nos indignamos por lo que nos atañe personalmente o lo que pone en riesgo lo que consideramos nuestro. La tarea, ahí, consiste en ampliar los marcos de pertenencia. O hacerlos estallar.
¿Hemos perdido la capacidad de ver la belleza, las cosas bellas, hemos perdido la capacidad de celebrar la belleza, de contemplarla, de encontrarla y consolarnos en ella?
Permíteme entender lo bello como una de las estrategias de la naturaleza para perpetuarse. Algo así como el dispositivo (uno de ellos) cuya función es evitar que una especie (en este caso la nuestra) decida darse de baja interrumpiendo su proceso generativo. El íntimo acuerdo (armonía, le dicen) por el que el suicida demora su decisión.
Comentarios
Por Juan Carlos Mantilla, el 11 diciembre 2021
Me gusta su mente y el compartir su pensar con otros.
JC Mantilla.