El personaje ‘asombrario’ del Año: un activista ecosocial de 19 años
Alejandro Quecedo del Val es de Briviesca, una pequeña ciudad de Burgos de apenas 7.000 habitantes. Tiene 19 años y acaba de publicar ‘Gritar lo que está callado’ (De Conatus), una interesante reflexión en 22 capítulos, llena de energía, la energía del descontento de las nuevas generaciones, sobre la crisis ecosocial en que estamos inmersos. El mensaje del libro está claro: sólo una reconexión con la naturaleza y lo humano puede guiarnos hacia una nueva forma de vida. En la portada del libro se le presenta así: “Un joven activista ecosocial da voz a lo que las Cumbres del Clima silencian”. Nosotros lo hemos elegido ‘Personaje Asombrario del Año’, en la primera elección de lo que se convertirá en algo muy nuestro y con el aval de alguno de nuestros colaboradores, en este caso la Fundación Ecolec. Hablamos con él.
(Nota: su nivel de expresión oral es tan elevado –y rápido, una de las personas que he conocido que más deprisa habla– que parecería que esta entrevista está hecha por mail con mucho tiempo por su parte para reflexionar las respuestas, pero no, fue en directo, una tarde de diciembre en el salón de una casa en Madrid, en la trasera del Museo del Prado).
Alejandro presidió la Junta Juvenil de la ONG conservacionista SEO/BirdLife en 2017, ha sido representante de los jóvenes españoles en diversas cumbres climáticas de Naciones Unidas, ha colaborado con la Unesco en la red mundial de jóvenes por la acción climática y en 2019 fue galardonada con la plata en la Olimpiada Nacional de Filosofía. Cursó los dos años de Bachillerato Internacional en Noruega, en uno de los 18 colegios que tiene distribuidos por todo el mundo UWC (siglas en inglés de Colegios del Mundo Unido), centros que ahora se han hecho famosos porque la princesa Leonor está en uno de ellos, en Gales. Alejandro accedió a tan privilegiado centro gracias a una beca; él mismo cuenta la experiencia: “Se trata de una red de colegios internacionales que buscan gente que sean motores de cambio en sus comunidades. Nosotros éramos 200 estudiantes de 120 nacionalidades, o sea una diversidad brutal, también de clases sociales, porque funcionan mucho con becas. Me presenté a la convocatoria, y en mi año seleccionaron a 10 estudiantes con beca de 2.000, escogí Noruega por la naturaleza y por las asignaturas, y porque está en Europa, y mis padres no me dejaban irme más lejos. El colegio está en un fiordo, aislado del mundo; allí sólo hay un centro de la Cruz Roja de rehabilitación. Solo nosotros y ellos en ese fiordo; el pueblo más cercano, a 8 kilómetros, y de 40 habitantes. Una pasada, por lo increíble de la naturaleza. Terminabas las clases, cogías los kayak y te ibas con los amigos a acampar a una isla y hacías escalada en hielo.
Aparte de la naturaleza, ¿qué tiene de especial ese centro? Dices que lo elegiste por el plan de estudios.
Es un colegio con una parte académica importante con asignaturas como Historia y Literatura, Filosofía, Teatro; y con una asignatura troncal, por ejemplo, que todo el mundo tiene que hacer, que es Epistemología, teoría del conocimiento, algo que en otros sitios no encuentras. Pero luego, en lo que yo considero que aprendí más es en el programa informal, fuera de las aulas, no solo por los talleres y conferencias, sino por el contacto humano. Yo, por ejemplo compartí habitación con gente que venía de los suburbios de Johannesburgo, Sudáfrica; otro de mis compañeros era refugiado de la guerra de Afganistán; otro, del que me hice muy amigo, había estado dos años viviendo en una tienda de campaña por el terremoto de Haití. En fin, son testimonios vitales que te enseñan mucho más de lo que puedas aprender en una clase.
Y después de esos dos años, ahora estudios universitarios en Francia, de Humanidades, Políticas y Sociología, en Sciences Po Paris. ¿Qué camino quieres seguir? ¿Qué quieres ser de mayor?
Es una gran pregunta porque yo he cambiado muchísimo. Si me haces esa pregunta hace cuatro meses te habría dicho que Filosofía y Literatura Comparada. Ahora no lo sé. Me gusta muchísimo el arte. Me gustaría trabajar escribiendo, pero también conectado con la naturaleza, que es otra de mis grandes pasiones, y poder aplicarlo en el cambio social, no quedarme en una torre de marfil.
¿Y eso dónde ves tú que lo podrías desarrollar?, ¿cómo crees que podrías aportar más, incidir más en los cambios sociales?
Es el gran debate que estoy teniendo. Pero para mí el problema esencial que tiene ahora la sociedad es la impotencia y la inercia que nos mueve día a día. Y sin embargo, es tan difícil sentir, es tan difícil pensar, es tan difícil desarrollar estructuras transformativas para nuestras sociedades y entornos… Es en lo que me gustaría trabajar, generando nuevas emocionalidades, generando espacios de diálogo para iniciar proyectos colectivos. Desde ahí es donde se pueden promover cambios en lo local, y sobre todo cambios de paradigma. Me gustaría mucho trabajar desde esa perspectiva. Desde el arte, desde el pensamiento. Desde las emociones.
¿Cómo surge este libro, ‘Gritar lo que está callado’?
Surge sobre todo de una frustración. Porque en 2019 fui delegado de la juventud española en la Asamblea General de Naciones Unidas, en la primera Cumbre de Cambio Climático y Juventud. Y yo fui allí pensando que realmente iba a ser un hecho histórico e íbamos a poder conseguir algo. Pero vi que era el gran teatro del mundo. Y sí que hubo un intento no de rebelión, pero sí de trabajar en los márgenes. Cuando regresé, sentí una frustración muy grande, porque sentía que habíamos contribuido más al cambio climático yendo allí todos en avión que lo que habíamos conseguido. Que nuestro testimonio, nuestras historias, había sido utilizado. Entonces surgió la determinación de utilizar esa experiencia para generar algo de forma positiva, algo que surgiera de ese esfuerzo…
El libro está diseñado como una serie de artículos.
Sinceramente, no soy científico, ¿con qué autoridad puedo entonces contar yo estas cosas? Lo que quería transmitir son mis testimonios; consideraba que esas experiencias realmente no se escuchaban en ese gran teatro, esa gran escena, ese gran espectáculo de las Cumbres del Clima. Ahora bien, también quería hacerlos significativos y, para comprenderlos bien, pensé que deberían estar rodeados de otra serie de información. Por eso está esa primera parte en la que doy mi visión sobre la crisis ecosocial, y luego esa gran pregunta que siempre ha estado en mi cabeza: ¿por qué no reaccionamos?, ¿por qué, sabiendo todo esto, no damos el paso, aplicamos el conocimiento y actuamos? Ahí es donde se juntan las distintas perspectivas con el activismo. El compendio de todo esto es este acercamiento holístico al momento en que nos encontramos y también mirando al interior, qué podemos hacer nosotros como personas, como individuos, frente a esta crisis ecosocial.
Crisis ecosocial; es el término que te gusta, más que crisis ecológica o crisis climática…
Efectivamente. Me parece un gran reduccionismo calificarlo como cambio climático; el cambio climático es uno de los vectores, que está acelerando otros problemas a los que nos enfrentamos, ecológicos por un lado, como contaminación y pérdida de biodiversidad, pero sobre todo el impacto social, y no solo por el impacto de la crisis ecológica en nuestras sociedades, que ya se está produciendo, sino también por el elemento social. Es cierto que es una crisis natural, pero con unas causas muy poco naturales, son causas antropogénicas que hemos causado con nuestro modelo de producción, con nuestras ansias extractivistas, y tenemos que comprender las causas. Y las desigualdades, como que el 10% de la población más rica ha causado el 50% de las emisiones de C02 y que el 50% más pobre de la población mundial ha causado solo el 10%. Y los que menos han contribuido al problema van a ser los más afectados. Así que crisis ecosocial, por la génesis de la crisis, por los impactos de la crisis y, por último, por cómo podemos solucionarla, algo que tiene que pasar ineludiblemente por nuestras sociedades.
Eres muy crítico con las Cumbres del Clima.
Vamos a ver. Son necesarias esas conferencias de las partes, porque, entre otras cosas, es el único mecanismo que tenemos para llegar a un acuerdo mundial; y, no nos engañemos, necesitamos un acuerdo mundial. El problema primero que yo denuncio son las corrupciones de estas cumbres. Ellas en teoría no tienen nada de malignas, pero hay una corrupción bastante grande en su desarrollo. Por ejemplo, en la última cumbre, la de Glasgow, hemos visto una discriminación bastante deliberada sobre qué narrativas se incluían en la cumbre, y hemos visto que la delegación más numerosa era la de lobbies petroleros, no de científicos, sino de lobbies petroleros. Eso es lo que hay que denunciar: los obstáculos que se ponen para llegar a acuerdos que necesitamos, y que necesitamos ya mismo.
No tienes ninguna confianza en el ‘capitalismo verde’…
No, me parece que primero es un oxímoron sobre cómo perpetuar el sistema. Lo veo como un término globo para contener todas las ideas sobre cómo continuar nuestros modelos productivos y que, de alguna forma mágica, se pare el cambio climático. Todo eso se pone bajo el paraguas de capitalismo verde. Francamente, me parece que estamos en un punto en el que solo podemos hablar de forma coherente sobre cómo mitigar la crisis ecosocial si abogamos por un decrecimiento; es absolutamente necesario. Y no significa empeorar nuestra calidad de vida sino mejorarla, valorando otras cosas, que no solamente son productos. Entonces…
¿Qué otras cosas?
El sentimiento, por ejemplo. Vivimos en una sociedad que es sentimentalmente extensiva. Constantemente estamos bajo estímulos que ni siquiera somos capaces de articular ni de asumir. Muchas veces, no somos ni siquiera capaces de mantener un minuto de silencio. Instintivamente sacamos nuestro móvil y vamos a Instagram, un estímulo, una imagen cada siete segundos. Nuestra propia condición de Humanidad se está viendo bastante restringida, nuestra capacidad de atención se ve reducida a siete segundos; nuestra capacidad imaginativa, de abstracción, está desapareciendo en las nuevas generaciones, las nativas digitales. La capacidad de sentarnos sencillamente con un libro, de imaginar, el pensamiento creativo… Todo eso está desapareciendo. Y creo que la necesidad de reconectar con la naturaleza para mí es el primer paso; la crisis ecosocial no comienza con la Revolución Industrial sino cuando comenzamos a destruir sistemáticamente la naturaleza y no somos ya capaces de sentirla. Cuando nos desarraigamos de ella y dejamos de comprender el problema que estamos causando. Tenemos el conocimiento suficiente; lo que realmente nos falta es la conciencia. Y si tenemos todos esos datos, y eso no empuja a la gente a salir a protestar a las calles o a cambiar su vida es porque la gente no tiene ese sentimiento. Y me parece que reconectar con la naturaleza es mucho más que simplemente tener una conciencia ecológica; supone también un paradigma desde el que podemos autoconstruirnos a nosotros mismos; deberíamos ser conscientes del ruido externo en el que vive nuestra sociedad y valorar nuestra individualidad y construir nuestros sentimientos de forma intensiva, que articulen auténticos cambios y no mantengan esta inercia de la que somos prisioneros en el día a día.
A ver, el análisis está claro y parece lo más fácil. Pero, claro, ¿quién le pone el cascabel al gato?, ¿quién es el mandatario que se decide a hablar de decrecimiento? ¿No crees que es complicado? Porque los jóvenes quizá lo veis más fácil, que para eso sois jóvenes, pero para quien está tomando las decisiones… ¿Quién es el primero que tira la piedra?
Aquí yo creo que nos encontramos con otro de los grandes problemas, y es la dimensión de la crisis política que te lleva a preguntarte por qué nuestros gobernantes son incapaces de realmente adoptar un plan contundente de transición ecológica. Claro que hay aspectos muy complejos, pero estamos en un momento de inflexión y no podemos admitir que un gobierno no sea capaz de proteger a sus ciudadanos, y digo proteger porque realmente nuestras vidas están en riesgo, y estamos sólo en los comienzos, los gobiernos saben perfectamente lo que va a pasar, España corre un riesgo enorme de desertificación, todo eso son pérdidas económicas, lugares que se volverán inhabitables, migraciones masivas, terrenos que dejarán de ser fértiles, las consecuencias son bastante más duras que lo que pueda suponer una contundente transición ecológica…; entonces, y creo que esto es importante: ¿por qué nuestros gobiernos no son capaces de defendernos?
Pero, Alejandro, si ven que la ultraderecha se está expandiendo como se está expandiendo, con enorme fuerza, proponiendo todo lo contrario a lo que dicta la coherencia frente a esta crisis ecosocial, ahí tienes a Hungría, Polonia, Bolsonaro, Trump, Madrid, donde por ejemplo se vota a quien se resiste a reducir el tráfico, ¿cómo entonces un partido se atreve a proponer esa contundente transición ecológica?
Vamos con el problema de la narrativa. ¿Qué narrativa hemos dado a la crisis ecosocial? Para mí, siempre hemos tenido una narrativa bastante catastrofista, o bien excesivamente edulcorada. Pero es que la crisis ecosocial es una gran oportunidad. Necesitamos cambiar nuestro modelo productivo, el sistema en que vivimos. Hacerlo implica unas transiciones. Para mí no es solo evitar la catástrofe. Yo siempre hablo de un cambio a dos velocidades: por un lado, la de choque para evitar esas catástrofes más inmediatas; pero también necesitamos unas soluciones transformativas, porque necesitamos transformar el sistema, y eso nos da pie a una transición justa, para generar sociedades más igualitarias y reducir todos esos elementos de tensión social. Hemos sido muy malos comunicándolo, obviando la oportunidad y lo fascinante del cambio. Se nos da la oportunidad de escribir la historia, no solo de ser actores de ella, sino de escribirla. Y es ahí donde debemos influenciar, y tenemos que hablar de esas transiciones como un paradigma para construir las sociedades que queremos. Crear formas de vida que sean mucho más benignas con la propia vida; que permitan un desarrollo personal mucho más amplio que el de ahora mismo. Y ese es el discurso que debemos llevar a cabo.
¿Qué responsabilidad tienen en todo esto los medios de comunicación?
No me gusta generalizar; hay medios que desempeñan su labor muy bien, y otros que no tanto. Pero yo subrayaría que hay una desconexión preocupante con lo local. Para hablar del cambio climático, ¿cómo se contó? No explicando que el Sur de España se está desertificando, sino que el oso polar se está ahogando en el Ártico. ¿Qué le dice a una persona de nuestro país el oso polar del Ártico? Cuando le llegó la noticia, le pareció interesante, pero nada más. Creo que es uno de los problemas que hemos tenido: no hemos dejado sentir el problema como algo propio, algo local, como algo que sintamos. En busca de grandes historias, la gente se ha acostumbrado y o bien hemos aceptado la catástrofe o que el oso polar se va a ahogar y a nosotros no nos importa porque queda muy lejos. Es esencial que los medios de comunicación pongan más énfasis en la parte local, y, además, no han cubierto la totalidad de la crisis, sino que se han quedado en los discursos más histriónicos, pero sin generar las preguntas reales: ¿cómo hemos llegado a esto?, ¿por qué no estamos reaccionando?, ¿cómo podemos reaccionar?
Entre el alarmismo, el catastrofismo, y la narrativa edulcorada… Entiendo que deberíamos alertar de una manera propositiva; no solo alarmar sino generar propuestas en positivo.
El catastrofismo causa primero impotencia, luego inmovilismo y, tercero, puede causar incluso violencia. Y además el catastrofismo es una narrativa que tampoco propicia ningún beneficio. Estamos ante una situación catastrófica, yo de eso no tengo ninguna duda, basta con mirar los datos, la cantidad de muertos y desplazados que ya ha habido, y lo que vamos a ver, eso solo lo podemos definir como una catástrofe. Ahora bien, el catastrofismo no puede ser tampoco ninguna excusa para la inmovilidad. Gramsci tiene esta cita, que a mí siempre me gusta recordar, de ‘tenemos que luchar, de eso no puede caber ninguna duda’. Primero, por nuestra vida. Segundo, por tener un futuro, no solo por tener un futuro, sino por tener un futuro mejor. Y tercero, porque es un imperativo ético. Pero en esa lucha tenemos que aliar el pesimismo de la razón con el optimismo del corazón, y tenemos que luchar por esos ideales, y no solo para huir de una catástrofe.
En tu libro hablas mucho de cómo los gobernantes son muy dados a cargarle el ‘mochuelo’ de la responsabilidad a los ciudadanos, y tú abogas por una corresponsabilidad de todos. Se dice mucho eso de que un pequeño gesto repetido millones de veces se convierte en una gran acción. Pero no solo eso, ¿no? Hace falta un empuje desde arriba…
Por desgracia es así. La acción individual tiene un impacto, y, seamos francos, cada gesto cuenta, cada milésima de grado que evitemos es salvar personas, salvar especies, salvar entornos, pero mitigar la crisis ecosocial no puede pasar únicamente por los individuos. Primero, porque tampoco es responsabilidad única de los individuos; nos encontramos entre los que más contaminan a las grandes corporaciones, a los individuos más ricos, y también porque las regulaciones se lo permiten, y tenemos que empezar por cambios radicales desde consensos globales. Ahora bien, la acción individual tienen su significancia, no voy a decir lo contrario, porque un impacto, por pequeño que sea, es un impacto y porque éticamente es necesario. Aunque vivamos en un modelo de vida que, aunque de forma invisibilizada, está asesinando personas, destrozando sistemáticamente nuestro medioambiente, ser cómplices de ello también nos convierte automáticamente en parte del sistema. Así que dar un paso atrás primero tiene ese valor moral, y segundo tiene también ese valor de autoconstruirnos, porque en el momento en que tratas de salirte lo máximo posible del sistema también dejas de estar sometido a todos esos estímulos del sistema, y también te permite mirarlo todo desde otra perspectiva, desde fuera, y buscar nuevos modelos de vida desde los que nuestros sentimientos, nuestra forma de ser esté empoderada. Creo que debemos potenciar esos valores.
Tu libro está lleno de citas, desde Marx, Ibsen, Gramsci y Adorno a Sartre, Delibes, Bauman… ¿Tus héroes, tus referentes, quiénes son?
¿Mis héroes? ¿A qué nivel, ecológico, filosófico, literario?
A nivel Alejandro.
A nivel Alejandro… Pues… (Y por primera vez en la entrevista Alejandro no dispara palabras en una rapidísima cadencia; se detiene, piensa, duda).
Gente que represente para ti el cambio. Referentes frente a la soledad, la incertidumbre, la falta de caminos.
Pues, francamente, voy a salirme un poco por la tangente: toda esa gente que está citada ahí son referentes para mí, me han ayudado a desarrollar mi vida cognitiva y mi pensamiento. Pero si tengo que pensar en referentes, en qué me da esperanza en esta lucha ecosocial, creo que son todas esas personas anónimas que han recopilado toda la ciencia que está detrás de los informes IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y que pasan muchas horas de su vida en el campo para saber cómo evolucionan las especies, toda esa gente que planta árboles de manera anónima, toda esa gente que tiene cariño por su entorno, que lucha por mantener la cultura que se está perdiendo, las tradiciones, el valor etnográfico. Y si tengo esperanza, es en ellos, porque es un problema estructural que requiere soluciones estructurales y no individuales; creo que gracias a todos esos héroes anónimos hay posibilidad de movilizarnos como sociedad y como comunidad.
Me imagino que no soy el primero en decirte que no escribes ni hablas como una persona de 19 años.
(Risas). Pues eres el primero que me lo dice. A fin de cuentas, siempre me analizan desde la parte de juventud; que eres muy joven y por qué hablas de todo esto. Y no sé si es bueno o malo.
Citar a Marx y a Ibsen no es lo habitual en un chico de 19 años. ¿Desde pequeño eras así de aplicado?
Tampoco tanto, eh. La lectura sí, siempre he devorado libros.
¿Cómo es tu familia?
Yo le estaré eternamente agradecido, sobre todo a mi madre, que desde pequeño insistía mucho en que leyéramos. Y nos traía cargamentos a mi hermana y a mí de libros desde la biblioteca. Pero ellos nunca han tenido mucha relación con el medioambiente. Mi padre es funcionario de Prisiones; mi madre trabajaba en una fábrica textil antes de la crisis de 2008. Es decir, nunca han tenido una sensibilidad especial por el medioambiente. Pero siempre han estado muy abiertos y nos han apoyado en todos nuestros proyectos. En cuanto a las citas, es también un intento de legitimar toda la argumentación, soy yo quien junta todas esas piezas, pero no es algo propio solo, no es una perspectiva individual, sino un análisis colectivo, puesto desde mi voz.
¿Cómo ves que está impactando la pandemia en la crisis ecosocial?
La pandemia es una gran decepción. Primero de todo, por la ventana de Overton, que cuando llega un problema más tangible que la crisis ecosocial todo el mundo deja de hablar de ella; y se sustituyó por esos mensajes absurdamente infantiles, como que habían vuelto los animales a las calles o los delfines al puerto de Venecia. Fake news en la mayoría de los casos, porque los animales estaban ahí, simplemente que no los veíamos, lo cual refleja bien la invisibilización de la naturaleza. Y segundo porque todos nosotros, cuando empezamos a ver los planes de recuperación, vimos que el criterio de sostenibilidad brillaba por su ausencia; es algo que me cuesta interpretar, ¿por qué no reaccionamos a tiempo? Al hablar del poder, deberíamos saber que no es solo político, sino económico; esto deja muy claro que necesitamos desesperadamente una movilización de la sociedad civil mucho más fuerte y que nosotros seamos los que empecemos a mover la maquinaria de la historia. La pandemia nos ha hecho retroceder en la carrera de concienciación y ha mostrado la insolidaridad entre los gobiernos y hecho aflorar una situación de debilidad; desde luego, no ha sido el punto de inflexión en la lucha urgente por llegar a los objetivos de la Transición Ecosocial.
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