Los refugiados cuentan su penosa vida a través de sus propias fotos
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Siempre ligados al barro, a las tiendas de campaña o las concertinas, las personas refugiadas apenas tienen espacio y medios para representarse a sí mismas. La excepción que confirma la regla se encuentra en la exposición ‘La fotografía como herramienta expresiva y de denuncia’, ahora mismo y hasta el 23 de enero en la madrileña Sala EFTI. Ahí encontramos un espacio de reunión de la mirada individual de 17 jóvenes procedentes de Afganistán, Siria, Irak y Kurdistán que acercan a una sociedad cada vez más olvidadiza y sobreinformada la realidad diaria de los campos de refugiados de Nea Kavala (Polykastro, frontera Grecia-Macedonia), Krnaja (Belgrado, Serbia) y Moria (Lesbos, Grecia).
La muestra es el resultado del proyecto From Inside, comandado por el fotoperiodista Diego Menjíbar. De esta forma, a través de talleres de fotografía participativa con colectivos de población en situación de vulnerabilidad, los refugiados pueden expresarse y comunicar el mensaje que ellos quieran. Sin intermediarios, sin externalidades que elijan por ellos. “Muchas veces, las autoridades de los campos negaban la entrada a los informadores, así que entendíamos que, si no nos dejaban pasar, es porque no quería que supiéramos que pasaba ahí dentro”, introduce el responsable del proyecto y la exposición.
Así pues, a través de una cámara digital compacta que facilitaron a cada uno de los participantes del taller, consiguieron retratar su vida, ni más ni menos que la cotidianeidad del hacinamiento, la insalubridad y la falta de alternativas para todas estas personas que viven atrapadas en diferentes campos de concentración de refugiados alrededor del mundo. “Ellos pudieron transmitir y contar cómo es un campo por dentro, y a la vez denunciarlo. Fueron ellos quienes realizaron las instantáneas, las seleccionaron, editaron y comentaron, así que el mensaje que quieren comunicar llega íntegro”, explica Menjíbar.
Aunque es un poco difícil, el responsable del proyecto mantiene al tanto de lo que sucede con su material a todos estos fotógrafos que han conseguido que sus creaciones giren por ciudades europeas. “Nos comunicamos por Instagram y What’s App y siempre les aviso de lo que hacemos. Además, cuando hay una venta, le envío el dinero al autor o autora por transferencia”, agrega el responsable del proyecto. Un dinero que, dependiendo del tamaño de la impresión, va de 100 a 200 euros, y que llega íntegro al artista. Eso les ayuda bastante, añade este fotoperiodista, porque el dinero que normalmente y de forma mensual les proporciona ACNUR es muy escaso.
“La gente siempre me pregunta que dónde he hecho estas fotos, y les tengo que aclarar que no son mías, sino que las han realizado jóvenes desde 2017, cuando comenzamos con el proyecto, que viven atrapados en esos campos”, comenta el comisario de la muestra. En este sentido, el recorrido por las imágenes se aleja de la etiqueta que suele acompañar a una persona refugiada y todos los estigmas que conlleva. A decir verdad, son fotografías más artísticas, “de yo soy esta persona, tengo esta identidad y no me representa una concertina o el barro, a pesar de que esas instantáneas también están y no dejan de ser la realidad que muchos han querido documentar”, completa Menjíbar.
Él mismo afirma que cada vez es más complicado encontrar espacios en los que exponer este tipo de contenido. Esta realidad, lamentablemente, queda fuera del foco y no se le da la cobertura que necesita, a pesar de que es una realidad a la que, como sociedad, deberíamos prestar una especial atención, ya que nos toca de primera mano, parafraseando al responsable del proyecto. “Siempre pongo el caso de Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció muerto en las costas turcas. Aquella foto fue un impacto total para la sociedad europea, se mediatizó mucho lo que ocurría en esas zonas y eso llevó a la sobreinformación. De la sobreinformación pasamos al olvido y, ahora, gracias a los discursos extremistas de la derecha, en muchos casos el olvido ha llevado al odio”.
En realidad, este proyecto alberga muchos aspectos positivos, algunos de ellos imposible de apreciar a simple vista sin hacer un esfuerzo por entender el día a día en un campo de refugiados. “En ellos hay una falta enorme de un sistema educativo, de proyección profesional, de cosas por hacer en el futuro. Este taller sobre fotografía les aportaba eso, una pequeña salida laboral, pero también lograba que se olvidaran durante un mes de todo lo malo que les rodea, del hacinamiento que sufren y la mala calidad de la comida y el difícil acceso a la sanidad”, describe Menjíbar.
Eso es lo que ocurrió en el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, a principios de 2019. Este campo es el primer centro de recepción donde se transportan a las personas que llegan en pateras desde Turquía a Europa y es considerado el peor de Europa debido a su falta de recursos y hacinamiento: en enero de 2021 se encontraban en el campo 8.000 personas, cuando el centro está preparado para albergar a 1.500. Seis alumnos procedentes de Siria, Afganistán e Irak que habían recibido el taller de fotografía consiguieron documentar las condiciones en las que se veían obligados a vivir en Moria a través de cámaras que introdujeron de forma clandestina, dada la negativa de las autoridades del centro a permitir la entrada de informadores. “Este testimonio directo desde dentro del centro funcionó como radiografía social de los refugiados y como denuncia por la vulneración de derechos humanos que ahí suceden”, concluyen desde From Inside.
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