Daniel Melingo, el tango como búsqueda de identidad del ‘perdedor’
Hablar del argentino Daniel Melingo (Parque Patricios, Buenos Aires, 1957) es hablar con parte de la historia viva de la música rock argentina, porque formó parte de Los Abuelos de la Nada (con Andrés Calamaro), de Los Twist y de la banda de Charly García; pero también forma parte de la música de raíces, del tango y otros géneros, que explotó en su trayectoria en solitario. Melingo es un músico de largo recorrido, con una carrera de más de 40 años. Charlamos con él y nos cuenta sobre su vida con una voz ronca de vividor, antes de su concierto madrileño, mañana jueves, en el Berlín Café. Su vinculación con Madrid es estrecha; vivió en esta ciudad de 1989 a 1993, donde trabajó con la banda Lions in Love y uno de sus discos tiene una portada inmortalizada por el fotógrafo Alberto García-Alix.
Además, el próximo 8 de abril, Melingo publica el recopilatorio y disco doble S’il vous plaît, que incluye un repaso de su carrera en solitario desde su disco Tangos Bajos (1998) hasta su disco Anda (2016). La recopilación no sigue un orden cronológico, sino que lo separa en cuatro caras por ritmos: en la A tangos, en la B valses y milongas, en la C canciones y foxtrots, y en la D ritmos folclóricos con rítmica más ternaria, 6 por 8, más afro. Lo edita el sello francés Musique Sauvage. Francia siempre pendiente de otras músicas, otros géneros.
Con 20 años viajó por Brasil, cual hippie buscando aventuras y en Río de Janeiro le pasó una casete demo con sus canciones al músico Egberto Gismonti. Seis meses después, en el nordeste brasileño, en San Luis de Marañón, conoció al grupo Agua, “un grupo de músicos de muchas nacionalidades; les pareció curioso que tocara el clarinete, era lo único que llevaba en el equipaje”. “Y fui parte de esa banda que acompañó a Milton Nascimento. Estamos hablando del álbum Minas Gerais; la canción en la que acompañaba al grupo era Caldera, grabada en ese álbum, a finales de los 70. A partir de ahí es mi regreso, y es cuando conozco a Miguel Abuelo y forma Los Abuelos de la Nada, el embrión inicial que era Miguel Abuelo Trío junto a Cachorro López. Luego se incorpora Andrés (Calamaro), Pappo, el bajo Gustavo Bazterrica y formamos el sexteto de comienzos de los 80”.
¿Qué recuerdos tienes de esa época?
La gente se acuerda de esas bandas. Los Abuelos ahora estamos cumpliendo 40 años. Volver sería difícil porque hay varias bajas. Miguel sobre todo, el pilar, que era el factótum, ni más ni menos, porque gracias a él fue una combinación de compositores multi-instrumentistas. Nos formamos gracias a él. Nos llevaba 10 años. Mamamos todo eso. Dejó una escuela que puede ser continuada. Pero a veces hay que asumir los finales. Aunque son difíciles de asumir, porque de alguna manera se continúan, los finales son difusos. Los finales continúan en la sangre, en nuestra descendencia.
Estuve ahora con Charly (García) en su 70 cumpleaños. Es un maestro muy querido. Parte de mi formación se la debo a él, en todos los sentidos, no solo en la musical. Y la genialidad como compositor es absoluta, es un artista venerado. Es muy grande para nosotros (los argentinos). Charly tenía la personalidad de su época. Cada artista representa a su época. Y la época está formada por muchos factores. No sólo de la música, que es un resultado de todo lo que pasa, y de cómo es cada uno.
¿Qué decir del tango?
El tango aparece como algo universal. Nuestra cultura está armada así. Por eso hay una red de contacto a través de los puertos. El tango hace que se entienda lo que no se entiende hablando. Hay compositores de tango que nunca han estado en Buenos Aires. Se ha creado un mito, un gran espíritu que el tango lo contiene, porque son más de 100 años de historia. Algo bravo. Voy a Helsinki, a Finlandia, y el himno nacional es un tango, y toco para la presidenta. Voy a Turquía, a Grecia… En todos los puertos, en Hamburgo, en Amberes, es una red, es parte de la comunicación de puerto a puerto. Porque en nuestra cultura el tango viene de los barcos y entra por el puerto de Buenos Aires. Ahí se le dio forma. Como en tantos otros puertos, con la música africana, que se fue conformando a lo largo de los puertos del continente. Además, es un estilo muy popular, muy homologado. El personaje es el linyera, el perdedor, el loser. Lo visibilizo, no sólo yo, sino estas culturas de resistencia; me refiero al fado, al flamenco, al tango, al reggae, al blues… al perdedor. Y de eso se trata fundamentalmente mi manifiesto.
¿Cuáles han sido tus influencias musicales?
Vienen de lejos. Crecí con mi abuela materna cantando, cocinando, lavando la ropa y cantando ópera; ella había cantado en Italia, en La Scala de Milán. Y mi otra abuela, del Parque de los Patricios, silbaba y cantaba tango. Entonces crecí con esa influencia en mi infancia, me formateó, y luego mis primos en la adolescencia con los Rolling Stones y los Beatles. Esa fue mi ensalada.
Tu carrera en solitario comenzó a mediados de los 90…
Sí, esa vuelta al tango fue una búsqueda de identidad. El tango y la milonga es una búsqueda de las raíces. A nuestra identidad, donde comienza nuestro mito. El tango viene de los barcos, de la inmigración… Es una lucha de resistencia. Después fue adoptado mundialmente. Es un proceso. Que lleva su tiempo. Por eso, a veces el camino es más largo, pero es más auténtico. Hay un real book, digamos como en el jazz. Es un gran corpus de canciones de 120 años, porque los primeros tangos-canciones son de 1917, 1920, que los sacaba Gardel. Antes era un terreno instrumental, improvisado con Ángel Villorrio, El Soplo, El Porteñito…
¿Consideras que has encontrado tu sitio?
Sí, me lo he buscado. Llevo 40 y pocos años. Creo que he buscado este lugar. Mi perfil alto lo tengo encima del escenario. Intento que fuera del escenario no me siga el personaje. Que no mire y de pronto el personaje esté acostado en la cama al lado de tu mujer o tu pareja. Mirando en perspectiva mi carrera, si bien me ha costado más trabajo, he llegado a un lugar con poca visibilidad pero, de alguna manera, producida por mí.
¿Cómo es el trabajo del artista?
El trabajo del artista nunca es tranquilo, porque estamos a expensas de nuestra fe. Es un trabajo espiritual. Así que no tenemos asidero. Uno se va haciendo desconfiado. Todos queremos codearnos con buenos músicos. El asunto es ganar el respeto de esos buenos músicos que queremos que se acerquen a nosotros. ¿Y cómo lo conseguimos? Siendo auténticos. Trascendiendo los disfraces. Y eso lo hacemos con la obra cruda, con la autenticidad, que es tan difícil y que también tiene que ver con la libertad.
Tengo entendido que tu siguiente paso es la ópera.
Sí, llevo tres años con ella. Me he metido en un desafío. Tenemos pensado estrenarla en septiembre. Con la música de mis dos discos Oasis. Ahora va a salir el segundo volumen de Oasis, que encierra toda la música. La obra originalmente eran 55 escenas, fueron adaptadas a 23. Con adaptación y dirección de Pichón Baldinu, especialista en teatro aéreo, director de las compañías La Organización Negra y De La Guarda. Trabajó con el Cirque du Soleil. Junto con Rodolfo Palacios, que es el coguionista. Mis tres músicos, junto con un grupo de dos actores y dos bailarines, porque es una ópera de cámara audiovisual. El contenido audiovisual está hecho por el grupo Chow Juan y por la directora de arte Gabi Castro.
Va a ser la continuación del Linyera, que es este vagabundo que es mi alter ego, que protagonizo en esta obra. El linyera sueña con una melodía y una mujer de espaldas a la que toca, con un instrumento de sonoridad oriental. Entonces va detrás, a la búsqueda de dónde proviene. Y va encontrando un montón de revelaciones y de personajes a lo largo de su camino. Hago una cierta fusión, hibridación, no solo musical, con historia personal. El disparador de todo esto fue un sueño que me pasó a mí en 1985. De ahí desarrollé esta historia en la que el linyera tiene un sueño que le lleva a realizar un viaje épico hacia su muerte. Si bien está montado sobre la música, hay una historia, un cuento. Y como buena ópera, es una masacre y mueren todos.
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