25 historias para sanar este mundo tan violento y malherido
En este mes en el que una nueva guerra ha envuelto a la ciudadanía en un ‘orden’ del mundo regido por la lógica bélica (esa que divide al mundo en amigos y enemigos) se han abierto 25 puertas a la ternura como herramienta de cambio. En estos 38 días en los que se nos está adiestrando para contemplar la barbarie y convivir con la conmoción y la tristeza, ha aparecido un relato distinto, protagonizado por cientos de personas organizadas desde el cuidado, narrado lejos de heroicidades y salvaciones. Hoy os quiero hablar de ‘Historias mestizas que sanan el mundo’, un espacio virtual creado por Medicus Mundi Mediterrània.
Están implicadas en la co-creación de iniciativas transformadoras, hechas a la medida de sus manos y capacidades. Sus voces ponen en valor aspectos que regeneran la salud de este planeta y de quienes la habitamos, como el activismo, el autocuidado, la auto-organización… Se expresan con la sencillez de quien habla del compromiso como algo cotidiano. No cuentan historias alegres; sin embargo, llenan de esperanza e invitan a constatar que es posible restaurar la justicia ecológica y social a su paso por el mundo.
He tenido la suerte de conocerlas una a una, por eso quiero contar sus historias, a su lado y conmovida. Nuestro punto de encuentro se llama VEUS: Historias mestizas que sanan el mundo, un espacio virtual para mostrar que la salud del mundo va más allá de garantizar el acceso a la asistencia sanitaria, la ausencia de enfermedad o los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS).
Si no es esto, entonces, ¿de qué estamos hablando? De la salud como resultado de un compromiso colaborativo encarnado por quienes se rebelan ante las situaciones injustas de manera no-violenta. En ese tejido de acciones saludables los relatos que nos contamos tienen un papel fundamental: o nos dan potencia o nos la restan, de manera individual y colectiva. Genera salud escuchar historias de personas que viven en circunstancias muy complicadas, pero se levantan todas las mañanas sabiendo que quieren cambiarlas, no sólo por su propio bienestar, sino por el de quienes viven algo parecido en cualquier rincón del mundo.
Quizás por eso me sienta más saludable que nunca. Durante meses he escuchado atentamente lo que me contaban personas desde Mozambique, Burkina Faso, Argentina, Colombia, India… y los testimonios de aquellas con quienes comparto cultura y territorio. Narrar es una forma de tomar conciencia, de modo que acompañarlas en este camino de autoconocimiento y reconocimiento ha supuesto un aprendizaje capaz de atravesar malestares globales.
Ahora que el futuro de los campamentos saharauis está en peligro, me conmueve recordar la historia de Sidi. Si supieras que, en medio del desierto, bajo un sol implacable y lejos de cualquier fuente de energía, un puñado de personas olvidadas han logrado crear un laboratorio en el que, entre otros medicamentos, producen lágrimas protectoras, ¿te lo creerías? Sidi forma parte de ese grupo. Su historia está llena de pequeños detalles que hacen mundo o milagro: el crepitar del pequeño fuego en el que preparan el té, cómo suena el canto del bubisher en el escuálido jardín que cuida con preciso mimo, las nubes de polvo que se cuelan por la ventana del autobús con el que regresa a su wilaya (poblado). Su historia me ha enseñado que la resiliencia suele tener una poética propia, es decir, una acción creadora en la que resuena la armonía del mundo.
Estas personas no han sido las únicos maestras. ¿Cómo te sentirías si supieras que existen dos mujeres que llevan ocho años acudiendo a India con una única voluntad: que las mujeres de aquel país reconozcan su poder y “aprendan a quererse”? Lo que más me conmovió al escuchar a Marian y Mariví es que ellas también han aprendido a quererse en ese camino, confirmando que ninguna voluntad transformadora es válida si no es capaz de transformar a quien la lleva a cabo. Su forma de hacerlo consiste en compartir su conocimiento sobre lactancia, el parto respetado, los cuidados durante la gestación… a través de iniciativas educativas, de sensibilización y creativas que repiten año tras año apoyadas en ese adorable sentido del amor y del humor con el que consiguen transformar el mito de Sísifo.
La sororidad es un punto de partida transformador si sus protagonistas ponen su alianza al servicio de un bien común, esa es otra de las enseñanzas que he aprendido en este camino. Tetrit rompió sus años de aislamiento por un encuentro casual en un parque con Carolina. Entonces, su aislamiento era tan grande y su trabajo tan exigente, que estaba a punto de olvidar que es una mujer con plenos derechos. En aquella primera conversación descubrió la existencia de un lugar en el que se reunían otras mujeres dedicadas a labores vinculadas con el cuidado. Su capacidad de auto-organización era tal que se estaban preparando para ser ciber-activistas. El lema que han llegado a crear estas mujeres (“sin salud no hay cuidados”) me acompaña desde que conocí su historia: Una jornada laboral en la que no haya un espacio para el autocuidado y el respeto a tus vínculos boicotea nuestra participación en un mundo más saludable.
Sus historias me han acercado a los dos extremos de la vida: el nacimiento y la muerte. Camila desde Mozambique, me contó cómo una sala de parto puede convertirse en un espacio violento. Nacer y parir son actos radicales que se sostienen en la vulnerabilidad de sus protagonistas. Esa vulnerabilidad se puede transformar en un compromiso de vida, como es el caso de Camila, que desde que perdió a su hijo está implicada en cambiar las leyes, la conciencia, la formación de los profesionales… En el otro extremo, Glynis y Marian me enseñaron lo saludable que es tomar un café con la muerte, lejos de la violencia, el daño y el miedo al que nos acostumbran las noticias cotidianas. La amabilidad, la compasión y la escucha atenta facilita que las personas podamos hablar de cómo nos sentimos ante la muerte ajena, la propia, el duelo, el acompañamiento a un ser querido en la enfermedad… y eso no sólo es liberador, sino saludable.
Estas son algunas de las 25 historias a las que me he acercado en estos meses en los que el dolor parece ser el único elemento capaz de atravesar las fronteras. El hecho de que sus voces estén integradas en una acción compartida y organizada (ya sea en el seno de una ONG, una fundación, movimiento ciudadano o colectivo no organizado jurídicamente) hace que sus historias no se centren en actos individuales, sino en los vínculos que generan. Este entramado define, de forma orgánica, qué es eso de la salud global y cómo somos capaces los seres humanos de regenerar la vida. Merece la pena recordar que existen estos caminos transformadores y que ya están en marcha en un momento en el que el relato que más compartimos es precisamente el contrario: NO EXIT. Para mí, estas 25 historias han sido y son 25 pequeños y potentes despertadores.
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