Mujeres ‘sin habitación propia’: una vuelta al mundo junto a quienes no tienen ni una cama

Foto: Pixabay.

Seis mujeres periodistas han escrito un libro lleno de periodismo, humanidad y reivindicación: ‘Sin habitación propia’ (libros.com), con prólogo de Pilar del Río, recoge historias personales de “mujeres sin hogar de norte a sur”, desde EE UU a China, Sudáfrica, Egipto, Colombia y España. Relatos estremecedores, tan bien documentados como escritos, que pintan el panorama de decenas de millones de personas que viven al margen del margen, sin ni siquiera una puerta que preserve su intimidad. Hablamos con una de las autoras y coordinadora de este recién publicado libro (además de colaboradora de ‘El Asombrario’), Lula Gómez.

 ¿Por qué un libro que reúna las historias de mujeres sin hogar en el mundo?

Te respondo con una frase de Gloria Fuertes que me encanta y que yo aplico al periodismo. En un momento le preguntaron a la poeta para qué servía la poesía y ella contestó: “Para que veas, hijo, para que veas”. Para eso lo hemos escrito. Es absolutamente necesario que veamos a estas mujeres que viven a 13 metros de nosotros despojadas de todo y con todas las violencias del mundo. Sin habitación propia quiere poner en la agenda política los muchos y complejos problemas que viven las personas sin hogar, y en especial, las mujeres, más ocultas y que pagan un precio especial por ser mujeres.

Es un libro que yo podría resumir como seis grandes reportajes, con muchos datos, estadísticas, información y también con el IH, el Interés Humano, imprescindible, historias que nos ponen cara, nombres y apellidos al drama. Cuéntanos el proceso de este libro, Lula, ¿cómo surge la idea?, ¿cómo se desarrolla? ¿Cómo os coordinasteis, cómo ha sido el ‘crowdfunding’?

Sin habitación propia forma parte de la colección Compromiso, de libros.com. Cada uno de sus libros, siempre crónicas periodísticas sobre un mismo tema que escriben periodistas desde distintos puntos del planeta. Hay varios: uno sobre violencia de género, otro sobre fronteras… Son siempre de denuncia, o lo que es lo mismo, siempre hablan de periodismo.

Me llamaron de la editorial y me pidieron que propusiera un tema. Apunté mujeres sin hogar, les encajó y me pidieron que lo coordinara, me encargase del capítulo de España y que buscara a esas periodistas que pudieran escribir su crónica, su capítulo desde el lugar que viven o conocen. Busqué al grupo, que son excelentes reporteras y aceptaron.

Luego llegó el crowdfunding, que siempre es doloroso… Pero lo logramos. Eso sí, varios medios independientes, como el vuestro, fueron mecenas. También varias directoras de medios de comunicación. Curioso ver cómo estos temas acaban saliendo vía mecenazgo. Da que pensar. En la parte buena, da también toda la libertad del mundo.

¿Quiénes sois las autoras?

Periodistas muy comprometidas con los derechos humanos. Periodistas de raza, casi todas freelance y convencidas de que el periodismo debe servir para molestar, para poner sobre la mesa de los políticos realidades como esta. Sobre la de los políticos y también, por supuesto, sobre la conciencia de cada uno de nosotros. Para ver a una persona sin hogar no hay que irse lejos. Basta mirarles. Una de las mujeres con las que hablé se reía cuando escucha que son mujeres invisibles. “Si me conoce todo el barrio. Duermo en el cajero. ¿Que no me ven?”, decía.

Explícanos un poco de cada uno de los seis capítulos, de China a Estados Unidos, y especialmente del tuyo, España, donde se habla de unas 40.000 personas malviviendo en la calle.

Diría que de la enorme y desconocida China, asombran las cifras. Dolors Rodríguez habla de las migrantes del interior, de las mujeres que dejan sus pueblos en busca de un futuro mejor y acaban malviviendo en sótanos compartiendo lavabos y cocina. La cifra que apunta es de 97 millones de mujeres, dos veces la población de España. Mujeres, cuenta, que pueden llevar dos décadas fuera de sus hogares solas y desarraigadas. Ellas y sus gentes. Porque su realidad es de tal envergadura que existe un término para designar a sus hijos e hijas. Son “los niños dejados atrás”. Ellos, como sus madres, pagan el precio del “desarrollo” y ahí es necesario poner comillas, subrayar y preguntarse de qué desarrollo hablamos.

Por su parte, Laila Abu Shihab, desde Colombia, escribe sobre las mujeres en tránsito a no se sabe dónde, que llegan desde Venezuela, migrantes, de nuevo. También da espacio a las mujeres que vivieron siempre en la guerrilla. Lo interesante es que acercarse a sus historias sirve para desmontar estereotipos y verse en las carnes de una niña que con 11 años se enroló en las FARC harta de la violencia que vivía en casa. Hoy, tras una vida enmontañada y tras entregar las armas, se encuentra en la calle, sin futuro. Jamás ha tenido hogar. Las venezolanas que caminan a Colombia, tampoco.

De las historias sobre Egipto sobrecoge ver que las niñas se disfracen de niño en las calles para estar más seguras, para no ser tocadas. Se cortan el pelo, se cubren el pecho, comen poco… Porque allí, relata Nuria Tesón, las mujeres no son bienvenidas en las calles. Muchas de las que acaban en la calle terminan prostituyéndose. Tampoco lo tienen fácil las viudas o las divorciadas cuando ellos no están.

La mexicana Eileen Truax, desde Estados Unidos, nos cuenta que allí las más pobres han normalizado pagar por vivir en un armario o alquilar un sillón en la esquina de un cuarto. Y una cifra para noquear: en Los Ángeles, la meca de Hollywood, el paraíso de la desigualdad, se contabilizan hasta 66.000 homeless. Y ojo, que ese cómputo es uno de los que ningún país quiere o sabe hacer.

De lo mucho que narra Carla Fibla sobre África, destacaría las historias de las mujeres que huyen de la guerra y llegan a otros países sin nada, como las que hoy sí vemos de Ucrania y no de otros tantos países en conflicto. Porque los conflictos existen, aunque no sean prime time. Creo que contarlo como lo hace Carla es una forma de dejar claro la necesidad de cambios administrativos que debemos asumir para hacer una política menos hipócrita y que atienda a cualquier refugiado. Resulta muy cínico que a unos niños les llamemos MENAS, si vienen de África; y otros tengan otra consideración.

Y ya por último, de mi capítulo, de España, creo que hay que destacar la trata laboral de la que hablo, la del servicio doméstico que trabaja en la ilegalidad, una esclavitud que estamos consintiendo en pleno siglo XXI.  También creo que es acertado hablar de solución, de prevención. Y en cuanto al número, ojo, ese de 40.000 es un cálculo que hago yo a partir de las muy desactualizadas cifras. Es un número al alza, según las conversaciones con expertos, pero repito, cuidado, está lejos de ser oficial.

El libro se ha ‘cocido’ durante la pandemia, y asistimos al terrible impacto de la ‘Covid-19’ en los más desfavorecidos…

Absolutamente. Y dentro de esos desfavorecidos, ellas…

También nos percatamos de dos factores que inciden muy afiladamente en las mujeres sin hogar: por un lado, la inmigración ilegal que desposee de derechos a esos seres humanos y quedan al arbitrio de las autoridades y, por otro, los abusos, la violencia de género, los maltratos machistas que llevan a algunas mujeres a preferir vivir en la calle que en un infierno de casa.

Sí, las migrantes están en todo el libro. Ellas pagan un precio muy especial y están absolutamente desamparadas. Ellas y sus familias. Respecto a la segunda afirmación, la matizaría, ya que las mujeres intentan evitar de todos modos la calle. Antes prefieren malvivir y compartir una cama caliente, en un piso patera, aceptar malos tratos, prostituirse… La calle es su última salida. Lo que ocurre es que vivir en un armario o vivir prostituida en la cama de un hombre no significa tener una casa. Para nosotras, esas son también mujeres sin hogar.

Otro punto que me ha llamado la atención es la resistencia de muchas de estas personas, de una punta a otra del planeta, incluida España, a alojarse en los albergues que ponen a su disposición ONGs, Ayuntamientos…, ¿por qué?

Es una pregunta que da para un capítulo. La mayoría de esos centros, cuando no hablamos de espacio indignos como sería habilitar los bajos del metro durante las campañas de invierno, no están pensados para responder a las necesidades de estas personas. Quienes viven en ellos se quejan de pocos cuidados, poca atención, rigidez en los horarios, incomprensión. Su realidad es muy compleja y si realmente se quiere abordar, hay que hacerlo sin estereotipos, con muchos recursos y, sobre todo, evitar la cronificación, evitar que una persona haga de esos lugares o de la calle su modo de vida.

Leyendo ‘Sin habitación propia’ cunde a menudo el desánimo porque te hace sentir las enormes injusticias y desigualdades sociales en el mundo, y vemos que estamos muy lejos de alcanzar un mínimo Estado de bienestar para todos… Pero también surge la esperanza, porque habéis tenido el cuidado de equilibrar y abrir las páginas a gente, asociaciones, proyectos que trabajan con los ‘sinhogar’, gente que intenta paliar de alguna manera su extrema pobreza y su dolor.

Sí, afortunadamente, hay cierta luz en el libro. La de ellas, las supervivientes, y la de muchas ONGs, profesionales e instituciones que trabajan con ellas con dignidad e intentando resolver los muchos problemas que viven: violencia de género, económica, adicciones, aporofobia, silencio administrativo, racismo…

Sé que todo el libro está recorrido por historias personales que impresionan, pero te pediría que nos destacaras alguna de ellas.

Pues quizá preferiría llamar la atención sobre las historias que quedan en puntos suspensivos, sobre las historias de las mujeres sin rastro. En mi capítulo, por ejemplo, cito a una mujer que vivía en un solar a unos metros de mi casa. Ya no está. Tampoco los plásticos sobre los que se escondía. Si pienso en ella me viene a la cabeza el título de aquella película de Agustín Díaz Yanes, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Ella se negaba a los albergues, se escondía de la policía… Apenas socializaba… ¿Estará viva? ¿Alguien la habrá atendido? ¿Con ella qué historia estamos dejando de contar?

Qué importante es tener una puerta que cerrar, una habitación propia en la que desarrollar nuestra intimidad, nuestra seguridad, nuestro pequeño mundo, ¿no?

Sí, qué necesaria resulta todavía esa reivindicación para las mujeres, qué reciente… Una habitación, y una puerta para poder decir: “no”, “aquí, no”.

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Comentarios

  • Julio

    Por Julio, el 08 mayo 2022

    IMPACTANTE MUCHAS GRACIAS POR ABRIRME LOS OJOS Y ENSEÑARNOS UNA REALIDAD QUE NOS QUIEREN OCULTAR.

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