Para estar sanos: unto de indio, testiculina de conejo, boñigas y lejía

Criadoras de niños con leche de cabra directa del animal en Cuba.

La tentación de acudir a remedios mágicos en tiempos de pandemia no es nueva. Se remonta a las catatumbas de tiempos remotos… pero sus víctimas no han pasado a la historia. Sí lo han hecho las huellas del furor por unas ‘recetas’ que una y otra vez vuelven a resucitar cuando un mal acecha. El periodista y escritor Miguel Ángel Ordóñez las acaba de recoger en su último libro, ‘Culito de rana: remedios mágicos en tiempos de enfermedad’, todo un compendio de tratamientos estrambóticos que nos llevan de la sorpresa al humor, a menudo negro, con una parte de la humanidad contagiada de una pasmosa credulidad.

“Se tomará el cráneo humano raspado, los hígados y corazones de las víboras, la uña de la gran bestia raspada, raíces de peonía, huesos de corazón de ciervo…” y otros muchos componentes de esta guisa para “fortificar la cabeza contra la epilepsia, ictus o derrames cerebrales”.

¿Os animaríais a darle un trago a la preparación? ¿Y qué me decís del unto de indio, que consiste en usar la grasa del cuerpo de un indígena para curar las heridas, al más puro estilo del legendario Sacamantecas? ¿Y cómo veis hervir ranas con vinagre para paliar un dolor de muelas?

Estas son solo unas pinceladas de las muchas barbaridades históricas que recoge Miguel Ángel Ordóñez en su libro, editado por Modus Operandi. Salvando las distancias en cuanto a prácticas caníbales, lo cierto es que remedios de similar eficacia nos retrotraen a tiempos mucho más recientes, durante la mortífera pandemia de Covid19, cuando algunos tratamientos con raíces en el Medievo, y más allá, volvieron a fructificar entre sectores de una población que los recibe ahora en sus móviles de última generación como antes lo hacían de manos de una hechicera.

Precisamente fue durante el confinamiento por el coronavirus cuando, al escuchar al ex presidente norteamericano Donald Trump recomendar inyectarse lejía, al presidente de México las “medallitas” de santos curalotodo o al de Madagascar una pócima con artemisa, cuando Ordóñez decidió investigar las farmacopeas más rocambolescas de la historia humana. “Con la Covid19, la OMS tuvo que salir a desmentir cosas como que la orina de bebé era buen desinfectante, así que quise investigar cómo desde tiempos inmemoriales ha habido supercherías y remedios similares. De hecho, los baños de orina ya se recomendaban en la Edad Media. Y también se usaban las heces de vaca. En India se han vuelto a aconsejar ahora diciendo que embadurnarse con boñigas y beber su orina protege. Por ello me decidí a contar esta historia”, explica.

Un anuncio de jarabe de heroína para curar la tos.

Afortunadamente, hay cosas que han cambiado. Ya nadie va a “la caza de los muertos”, con la truculenta idea que estuvo vigente durante siglos de que una parte del cuerpo dañada se cura comiéndose otra igual –lo que provocó no pocos asesinatos– ni tampoco hay quien se dedica a la recolección de dientes y cráneos, incluidos hasta el siglo XVII en los tratados farmacológicos como medicinas muy apreciadas –todavía a mediados del XIX las piezas dentales se consideraban un estupendo viagra–, pero sí encontramos similitudes en esa necesidad de creer en lo imposible. “De hecho”, señala el autor, “ahora está muy de moda la medicina china, que usa cuernos de animales, como hacían nuestras abuelas, y hay pseudociencias, como la orinoterapia y la cristaloterapia, que creen en el poder de orines y piedras. Ante la desesperación del ser humano, surgen sartas de tonterías de quienes se aprovechan de la desconfianza hacia los médicos y la farmacéuticas para hacer su negocio. Menos mal que ahora hay organismos y ministerios en el Gobierno que ponen coto a estas patrañas y velan contra los abusos”.

A medida que pasamos páginas entre lavativas, sanguijuelas, amuletos, zumos de momia y sangrías, se entiende menos cómo esta humanidad occidental ha sobrevivido a médicos y boticarios desde tiempos de Plinio el Viejo. “Por pura selección natural”, apunta Ordóñez. “Una de mis fuentes de documentación ha sido el tratado de farmacopea de Félix Palacios, que fue manual de cabecera de los boticarios españoles desde el siglo XVII. A comienzos del XX, el antropólogo Rafael Salillas hizo una encuesta por todo el país y comprobó que aún seguían vigentes sus remedios”. Y no sólo a comienzos: “Yo mismo, cuando tuve mi primer hijo, me instaban a plantar el cordón umbilical para que creciera sano”, asegura. Por otro lado, ¿quién no tiene o tuvo una abuela o tía-abuela que llevaba una pulserita de cobre contra la artritis? Y ocurría lo mismo por toda Europa…

Lo que no hay son muchas hierbas: “He dejado fuera de la obra toda la herboristería”, puntualiza, “porque la ciencia ha incorporado a las plantas en los fármacos, es más, sus principios activos son fundamentales. Además, no pretendo denigrar el valor de la medicina naturista, ni defiendo que todo remedio tiene que ser con fármacos; mi libro se centra en las barbaridades con la idea de que los incautos no caigan en soluciones que no sirven, que si acaso tienen algún efecto, es  placebo. Y espero que interese a todos los que tengan curiosidad por la historia”.

Reportaje de los bebedores de sangre en Madrid publicado en la revista ‘Estampa’.

Desde luego, medicinas como las cagarrutas de cabra contra la ictericia, la sangre humana para fortalecer a los tísicos o la leche tomada directamente del pecho de una mujer –¡si no, no funcionaba!– para curar la tuberculosis, son alternativas que esperemos que no resuciten nunca, ni tampoco el poco atrayente “jugo de testículos” de animales, aunque fuera mezclado con vino, para potenciar la fuerza sexual.

Qué decir tiene la moda que hubo en el XIX de recetar heroína para hacer desaparecer la tos, como señalaban los anuncios del jarabe de Bayer, o la cocaína, que durante décadas fue un reconstituyente muy recomendado para niños y adultos. Hoy, sin embargo, lleva tiempo debatiéndose en el Congreso una propuesta para lograr que la marihuana, con control farmacológico, se use para controlar el dolor, pese a que la ciencia certifica ya su utilidad.

Más allá de los fármacos, los asuntos sexuales han dado siempre mucho juego, y aún lo dan. Que se lo digan a los rinocerontes y pangolines, que sufren una auténtica debacle por el empeño de muchos asiáticos en atribuirles propiedades afrodisiacas que no tienen. A destacar ese manual de boticarios de 1856 que recomendaba poner a los niños “unos calzoncillos de natación con una bolsita de alcanfor en el perineo” para evitar masturbaciones. Y personajes como el médico francés Tissot, que nos recupera Ordóñez, quien pensaba que todos los males venían del onanismo, desde la tuberculosis a un dolor de oídos; o el médico estadounidense John Harvey Kellogg, que desarrolló los copos de avena y maíz, porque estaba convencido de que eran antiafrodisiacos.

Para cuando se trataba de estimular y no de lo contrario, estaba la testiculina, tan de moda a finales del XIX: “Eran inyecciones de jugo testicular que puso de moda el francés Brown-Sequard. Él mismo se inyectaba testiculina de perros o conejos de Indias con agua y decía que le llenaban de vigor y le rejuvenecían. Se puso de moda entre los ricachones y hasta el Kaiser Guillermo II la probó, aunque luego le dio por los trasplantes de testículos”, recuerda el autor.

Miguel Ángel Ordóñez, autor del libro ‘Remedios mágicos en tiempos de enfermedad’.

Ya lo decía Pérez Galdós: “Como pasa siempre en épocas en que el sentimiento popular está muy excitado, las supersticiones y las consejas hacen grandes estragos en los entendimientos ineducados de los pobres aldeanos”. El escritor, hace un siglo y pico, ponía de ejemplo de esas supersticiones un peregrinaje a la Virgen de Puig en Levante relacionado con la epidemia de cólera.

Tras ver al alcalde de Madrid, José Luis Almeida, en agosto del pasado año pidiendo a la Virgen de La Paloma que acabara con la pandemia de la Covid19 cabe preguntarse: ¿Algún día dejaremos atrás el ‘sana, sana… culito de rana’?

Para saber más, y pasar un buen rato, echad un vistazo a este tratado de remedios mágicos. No tiene desperdicio.

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Comentarios

  • Rufino Estrada

    Por Rufino Estrada, el 19 mayo 2022

    Pues el tal Ordoñez y la articulista deberían de saber, (en caso de no saber o recordar se puede consultar facilmente), que la lejía es el hipocloríto de Sodio de fórmula química NaClO y que que la Hidroxicloroquina es una molécula (HCQ) que se utiliza para el tratamiento del paludismo desde hace mucho tiempo; y es con este fármaco con el que Trump, -y no solamente él-, fue tratado, exitosamente por cierto. Hay otros tratamientos que también resultaron exitosos con otros fármacos: la ivermectina, el ozono o el dióxido de cloro, por ejemplo, que tampoco son «lejía».
    Puestos a contar gracietas te» voy a contar yo una para el próximo artículo: tengo 70 años y a la gente de mi generción los médicos nos arrancaron las anginas con el argumento de que eran la causa de muchos problemas de salud, y que esto ya lo sabían en Alemania, donde a todos los niños les quitaban las anginas y la apendice nada mas nacer para evitar futuras complicaciones sanitarias. La verdadera razón no te la digo para darte un poco de trabajo de investigación. Salud.

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 20 mayo 2022

    “Para saber más, y pasar un buen rato, echad un vistazo a este tratado de remedios mágicos. No tiene desperdicio.”
    Vale. Para saber más. Pero se me ocurre actualizar la cuestión, que la historia nace justo hace un segundo. Vale también para echarse, entre pecho y espalda, un mal trago. Recuerdo el aceite de ricino de mi juventud. Y el aceite de hígado de bacalao. Y la operación de amigdalitis en tu propia casa. Sangrienta. Maniatado con una sábana blanca salpicada en rojo y unos alicates de acero inoxidable manchados de sangre…
    Recuerdo ahora, ya entrada en sombra la tarde, la noticia del día recién nacido el sol. El Bribón atraca en Galicia. El gobierno pone caritas diciendo que bien podría dar alguna explicación. ¿Desde cuándo la quilla de un barco habla?
    Mascarón de proa, idiota. En efecto. No tiene desperdicio

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