Ramiro Calle: “La paz interior hay que ganarla”

El maestro de yoga y meditación Ramiro Calle. Foto: José Ignacio Vidal.

En estos tiempos convulsos de incertidumbre y desasosiego, el maestro de yoga y meditación Ramiro Calle (Madrid, 1943) cree que es necesario un cambio de mente, una transformación interna real. “Para conocernos se necesita humildad, aceptación y vernos como somos”, señala el pionero del yoga en España, que dirige desde 1971 su propio centro en la capital de España: Shadak. A sus más de cien libros que ha escrito en las últimas décadas, añade ahora uno más: ‘Lo que aprendí de mi gato Émile’ (Mandala). “Era mi hijo, mi mentor, mi mejor compañero. Me abrió el chakra del corazón”, dice el autor de ‘Autobiografía espiritual’ o ‘Cien técnicas de meditación’ (ambos en Kairós). 

El ego no nos deja ver quiénes somos. El ego nos dirige y nos ciega. ¿Cómo podemos escapar de él?

Discernimiento claro, reflexión consciente sobre la impermanencia y la muerte, observación aséptica de las reacciones egocéntricas, práctica asidua de la meditación y desarrollo de la comprensión clara.

Un día te das cuenta que esa vida que llevamos de urgencias, de acumulación, de ofuscación, de ira y cólera hacia uno mismo y hacia los otros es una auténtica farsa. ¿Ser conscientes, prestar atención, es el primer paso para emprender una vida espiritual?

Desenmascararse ante uno por doloroso que resulte, reconocerse y la aceptación consciente, la intención seria de transformarse y mejorarse, poner en marcha todas las enseñanzas y métodos que nos han legado para ello, la inquebrantable motivación de mejorar y humanizarse, o sea, evolucionar conscientemente.

El hinduismo –escribes en tu novela ‘El faquir’– divide la vida del ser humano en cuatro etapas: la etapa de la adolescencia y juventud, dedicada al estudio; la del hogar y trabajo; la preparación a la renuncia definitiva; y la renuncia propiamente dicha. Hoy no pasamos de la segunda etapa…

Hoy no pasamos conscientemente por ninguna. Lo esencial es desarrollar la comprensión clara para saber qué tomar y qué dejar, y vivirlo con consciencia, sabiduría y amor.

La vida es como andar por un alambre, necesitas siempre encontrar el equilibrio para no caer al vacío…

Por eso para mi trilogía El Faquir elegí la figura de un maestro alambrista, porque los principios que se aplican al caminar por el alambre hay que llevarlos a la vida: atención, intrepidez pero cautela, autodominio, consciencia del presente, y demás.

El camino más directo hacia nuestro ser, hacia eso que verdaderamente somos, es la meditación. ¿Conocernos a nosotros mismos es lo más difícil que hay?

Queremos conocerlo todo menos conocer al conocedor. Y el conocimiento es muy limitado. Hay que ir a otros lados, regiones y dimensiones de la mente, como señalo en mi obra El Milagro del Yoga. Urge un cambio de mente, una transformación interna real. Para conocernos se necesita humildad, aceptación y vernos como somos. La autoindagación es una buena técnica.

¿Sin esfuerzo, sin disciplina, sin práctica y entrenamiento meditativo no encontraremos la paz interior, no dejaremos de sufrir?

La paz interior hay que ganarla. Hay que cambiar de actitud y saltar un poco fuera de la sombra del apego y el odio y, sobre todo, de la ofuscación. El sufrimiento psíquico nos lo generamos muchas veces nosotros mismos, por la ignorancia básica de la mente, que todo lo distorsiona.

Nos aferramos, nos resistimos, no dejamos que la vida nos sorprenda. Hacer no haciendo (Wu Wei) parece un buen camino para dejarse llevar…

Hacer sin hacer, sin obsesión, sin apego, sin demasiada vehemencia, sin perderse a uno mismo, con generosidad y altruismo, mejorando, tomando y dejando psicológicamente, activando los métodos para conocerse y transformarse, con motivación y persistencia.

Una bacteria, tras un viaje a Sri Lanka en 2010, estuvo a punto de matarte. ¿Qué es la muerte?

Un cambio de estado. El final de caminar por el alambre de la vida. Tal vez volver al hogar del que salimos; quizá abandonar la película para ver la realidad. Aquí todo son palabras y lo que cuentan son las experiencias.

Cuando volviste del hospital a casa te encontraste una sorpresa: tu gato Émile, del que acabas de publicar un libro. ¿Qué te ha enseñado en estos años de convivencia?

¡Oh, me ha enseñando tantísimas y tan valiosas cosas! He publicado un libro titulado Lo que aprendí de mi gato Émile. Era mi hijo, mi mentor, mi mejor compañero. Me abrió el chakra del corazón. Le amé desde el primer instante que le vi, como si fuera un encuentro kármico o cósmico. Este libro es puro sentimiento, lloré al escribirlo y mucha gente llora al leerlo. Como dijo Buda, «dieciséis veces más importante que la luz de la mente es la luz del corazón”. Tenía razón el excelente escritor José Pazó cuando escribió que Émile era mi alma y yo era el alma de Émile.

Has viajado decenas de veces a la India. ¿Qué es lo más importante que has aprendido en ese país de contrastes?

He viajado en 99 ocasiones a la India. Me convertí en un cazador de personas santas. La India es viaje hacia afuera y hacia dentro, y te hace gozar y sufrir, pero, sobre todo, verte desde otro ángulo y humildarte. 

Allí conociste al sadhu Babaji Sibananda, que te dejó una profunda huella. Babaji decía: “El amor, el respeto a los demás, ayudarse los unos a los otros y buscar la paz es la verdadera forma de vida”. La única ley es el amor…

Era un gran ser. Exhalaba bondad, inocencia, buen humor, ecuanimidad. Nos queríamos mucho. Él me recordaba a menudo: «Lo más importante de la vida es el amor más la paz interior».

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 01 junio 2022

    “Tal vez volver al hogar del que salimos”
    Poco es, pero si bueno, tanto como lo que más.
    Echo de menos mayor frecuencia de la siempre escasa duda, y de más las eternas certezas. Dejemos a las certezas estar. No importa si del grano de arena o del Himalaya se trate. Uno y otra saben estar, pero la duda…, nunca dejarla escapar, nunca dejarla escapar. Al punto de hacerlo, un grano de arena, el Himalaya ocupa su lugar.
    “Tal vez volver al hogar del que salimos” El hijo pródigo, para serlo, nunca regresará, pero tal vez lo haga, tal vez lo haga. Poco es, pero si bueno, tanto como lo que más.

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