El Thyssen ‘espía’ la correspondencia de grandes genios de la pintura
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta, por primera vez en España, una selección de cartas y postales escritas por pintores como Delacroix, Manet, Degas, Monet, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Matisse, Juan Gris, Frida Kahlo o Lucian Freud, pertenecientes a la colección de Anne-Marie Springer. Unas misivas que, puestas en diálogo con algunos cuadros de la colección permanente de la pinacoteca, nos muestran un perfil íntimo, desconocido y asombroso de algunos de los genios de la pintura.
“París. 18 de noviembre. 1887.
Mi querida Julie:
Hoy no puedo salir de mi cuarto, por culpa de un fuerte resfriado. Creo que lo pillé anteanoche, que fue particularmente fría. (…) ¡Aún no he superado la sorpresa de tu última carta! ¿Cómo es posible que alguien como tú, a quien le gustan los niños más que a nadie, tú, que me has sido siempre fiel, me escribas que te arrepientes de haber sido buena esposa? Pero no, lo que dices en tu carta no refleja lo que piensas de verdad: sería renegar de todo tu pasado, y no veo en qué he podido merecer una amenaza tan horrible. ¿He sido mal marido? ¿He sido mal padre? No creo que lo pienses. Estoy seguro de mí en todos los casos. ¿Te habría gustado que fuera un sinvergüenza? (…) Te ruego que rompas mis cartas, porque no quiero que por azar o negligencia pueda leerlas algún intruso. Adiós, mujer mía querida.
Tu marido, C. Pissarro”.
Esta es una de las 34 cartas que conforma la exposición ‘Cartas de artistas en la colección de Anne-Marie Springer’ que el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta, por primera vez en España. Se trata de una selección de cartas y postales escritas por pintores como Delacroix, Manet, Degas, Monet, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Matisse, Juan Gris, Frida Kahlo o Lucian Freud, pertenecientes a la colección de Anne-Marie Springer, y que se muestran en la pinacoteca en diálogo con obras de estos y otros artistas de su colección permanente.
Cuenta la coleccionista Anne-Marie Springer que comenzó a atesorar cartas de personajes famosos de la historia por culpa del nacimiento de su hija en 1994. “Esta es una era en la que se ha abandonado el género epistolar y todo son redes sociales, mensajes efímeros escritos en una máquina o notas de voz grabadas para ser enviadas instantáneamente. No quería que mi hija se perdiera algo tan hermoso como las cartas. No quería que nunca supiera lo que había sido la correspondencia como concepto y con todo lo que lleva aparejado. Así que comencé esta colección”. Más de 25 años después, según contó ayer en rueda de prensa, posee una colección de más de 2.000 manuscritos.
No por azar y mucho menos por negligencia, la comisaria de esta exposición, Clara Marcellán, conservadora de Pintura Moderna del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ha ejercido como aquel “intruso” del que prevenía Camille Pissarro a su querida Julie y nos allana el camino realizando una labor de criba y de puesta en común con algunas de las pinturas de la colección del museo. Y su labor de ‘espionaje’ logra revelarnos con cierta sorpresa aspectos de la personalidad de estos artistas que cuando menos podemos calificar de curiosos y que, en muchas ocasiones, sirven para humanizar, y cómo, a estos gigantes de las bellas artes.
Sobre todo porque en gran parte de las misivas que han llegado hasta intactas hasta nosotros, el amor ha sido una de las grandes pasiones que llevó a los artistas a sentarse arrebatadamente en sus escritorios. De hecho, la colección de Anne-Marie Springer comenzó siendo de cartas de amor, aunque más tarde se abrió a otros temas. En esta exposición, el amor es el eje fundamental. Pero el amor entendido también como la pasión por la pintura como una actividad sanadora y todo lo que conlleva el oficio del artista.
Es especialmente conmovedor, por ejemplo, leer los encabezamientos de las cartas de Frida Kahlo a Diego Rivera escritas entre 1945 y 1950: “Diego mío”. “Niño de mis ojos y de mi sangre”… Y también sus despedidas: “Millones de besos de tu niña que te adora como nunca y como siempre y diario”. “No estés triste -pinta y vive-. Yo te adoro con toda mi vida”. “Come bien mi amor y vente temprano. Tu antigua ocultadora dada al catre”. O las arrebatadas líneas de Théodore Gericault a Madame Trouillard en agosto de 1822: “… De nada serviría decirle que la echo de menos, que, acostumbrado como estaba a verla, su ausencia se me hace insoportable, y que, en fin, pongo su regreso entre los más dulces deseos que se pueda formular. Nada de ello, a mi juicio, precisa ser formulado, o solo puede serlo débilmente; sí, la echo de menos, y pienso en usted, y de no atender a su salud ya la habría llamado nuevamente a mi lado, tan dulces me parecen sus caricias”.
Completan este grupo de piezas dedicado a la correspondencia romántica: una carta de Henri Rousseau a su amante Joséphine Nourry, de junio de 1899, acompañada de una postal que el artista dedicó a su hija Julia en 1906; una tarjeta postal que Egon Schiele escribe a Edith Harms desde su destino militar el 22 de junio de 1915, una semana después de contraer matrimonio con ella, con instrucciones para reencontrarse y una apretada caligrafía que evoca la forma de componer del pintor, como en Casas junto al río. La ciudad vieja (1914); una carta de Gala a Paul Éluard, fechada el 27 de noviembre de 1916, en la que le habla de libros, del miedo por su alistamiento en el ejército y de un vestido que se está haciendo, del que incluye un boceto y retales de las telas.
La exposición además traza una breve historia íntima del impresionismo mostrándonos algunas cartas que los pintores del movimiento se intercambiaron entre sí o con sus parejas, amigos o críticos de arte. Y, sobre todo, las vicisitudes que el oficio de artista conlleva. Las líneas muchas veces obsesivas sobre trabajos concretos o encargos especiales. Lo vemos, por ejemplo, en las cartas que Matisse escribe a su mujer Amélie durante sus viajes a Marruecos, en los años 1912 y 1913. Unos folios llenos de imágenes abocetadas con las que el pintor intenta trasladarla a Tánger. Comenta en ellas desde temas domésticos o dolencias a compromisos con su galerista y anécdotas de su vida en Marruecos.
También Juan Gris relata en sus cartas a Josette los pormenores de su trabajo para los ballets de Diághilev, que le llevaron a Mónaco en el invierno de 1923-1924, así como detalles de su vida allí: “(…) cuando no dibujo voy a los ensayos o al teatro. Diághilev es encantador y Lariónov también, pero a lo bruto. Por la noche (…) vamos al baile del Café de Paris a ver bailar el shimmy. La verdad es que es muy bonito.”
La exposición se podrá ver entre el 30 de mayo y el 25 de septiembre de 2022 en la sala de la primera planta. Otras cartas se han diseminado por las salas 19, 29, 31, 37, 39 y 42 de la colección permanente para que mantengan un diálogo con algunas de las obras pictóricas de sus remitentes y de sus contemporáneos. Una exquisita manera no solo de bucear en la vida de alguno de los mejores pintores de la historia, sino también en la magnífica colección del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
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