Sueños, locuras, fantasmas y fantasías de una niña insomne
Una extraordinaria fábula autobiográfica sobre la infancia firmada por la argentina Cecilia Szperling. Un abismo en el que todos hemos estado. Una historia intemporal en la que se mezclan verdad y fantasía. ‘La máquina de proyectar sueños’ invita a besar al demonio y a contar a qué sabe ese beso. La pequeña protagonista de Szperling vive en una prisión que late dentro de su respiración de una forma salvaje. No le gusta que nadie manipule lo que la distingue de otros. No quiere que nadie, ni siquiera su madre, manipule la mirada que le otorga su locura.
La visión de los niños narradores hace de la literatura un espectáculo insuperable. Nadie maneja la vida como la maneja un niño entre las páginas de un libro. No hay mejor narrador que aquel o aquella que no le teme a la niña o al niño que fue, quien no le teme a esas sombras biográficas que son como lentas y hambrientas arañas que no desistirán hasta engullir a su valiosa presa. Quizás por eso Cecilia Szperling (Buenos Aires) haya escogido para construir su extraordinaria fábula autobiográfica, La máquina de proyectar sueños, a una niña, a una pequeña gladiadora que se ve vapuleada de igual manera por la imaginación y por la realidad. Una niña sin nombre que consigue alargar desde su planificado anonimato el poder de la infancia de quien lee. La identificación que provoca la discreción de la autora aumenta el deseo del espectador por formar parte de una historia tan bien contada y tan tangible como imaginada:
“En mi jardín nada se cuida ni se corta, árboles, enredaderas, flores y frutos crecen a su antojo”.
El aliento de Szperling sabe a Kafka y a Poe, los pensamientos de su protagonista construyen submundos y ultramundos en los que la imaginación se llena de inteligencia, de raciocinio y de pequeñas láminas emocionales que facilitan la empatía cada vez más creciente del lector. No hay fantasía inútil dentro del firme cuerpo de este cuento exacto. No hay provocación, sino ese eco con que la realidad golpea a los niños hasta llenarlos de heridas invisibles Y es que cuando llega la muerte los juegos de la imaginación son otros:
“Dejó de sufrir, dice Victoria. Pero las hermanas menores quedamos atrapadas en esa visión de cuerpo enterrado y de algún modo sentimos que su sufrimiento está empezando. Tendrá que vivir bajo tierra y rodeado de muertos”.
A los niños se les prepara para lidiar con la imaginación, pero jamás se les prepara para convivir con una realidad distinta de la que proyectan sus juegos. Se les sumerge en una invalidez radical a favor de la tranquilidad de sus progenitores y La máquina de proyectar sueños lo cuenta de manera magistral. Las palabras que salen de la boca de un niño son las cicatrices con las que sueña todo aquel adulto que tiene miedo, que siente dolor, que sufre o se siente perdido, la disolución de las mentiras con que a diario convive:
“Yo estaba pasmada más bien por la aparición de la muerte como concepto general. Frente a la irrupción de esa mujer que la veía esquelética con capa negra y guadaña en nuestra casa de cáliz orquídea. Estaba más bien estupefacta y asombrada por esa agresión, por la violencia de un cuerpo extraño tomándonos como rehenes. Hadas de los témpanos congelando nuestro jardín salvaje”.
En este libro la autora no se olvida de ser niña, pero tampoco se olvida de ser mujer y hace que el deseo de su pequeña protagonista vaya alimentado su propio deseo en una simbiosis que las aleja a ambas de la catástrofe. Ella sabe muy bien que es el deseo quien escribe el epílogo en cada una de las etapas de la vida de un ser humano y despliega ese concepto turbulento y único a lo largo de toda la aventura que acoge esta pequeña joya. También sabe que, a pesar de lo que se dice, la infancia de un niño tiene momentos de desoladora oscuridad, por eso Szperling trabaja denodadamente para hacer que la mirada de su pequeña y heterodoxa protagonista se vea engrandecida por ésta, porque la oscuridad otorga el más hermoso de los súper poderes a un niño, la ensoñación, ya que es bien sabido que si un niño vence a la oscuridad, su memoria será para siempre la más afortunada de las mujeres.
Szperling pone un cuidado extremo al compartir lo que su protagonista visualiza y para ello mantiene un equilibrio exhaustivo entre literatura y realidad. Entre la verdad que necesitan sus jóvenes protagonistas y la imaginación que las convierte en hermosos fantasmas de carne y quehaceres extra luminosos:
“Nos gusta probar hasta dónde jugar sin que el miedo de la situación sea tanto que nos haga parar y dejar todo, rayos, fuego, aire, agua, los elementos enfurecidos nos rodean, porque la música que le gusta a Madre jamás es delicada o leve, en realidad solo lo es en momentos de descanso, lo hace para recuperarse y volver con más fuerza”.
La poderosísima protagonista de Spzerling posee una sanísima erudición que incorpora al lector a la historia de una manera sencilla y, al mismo tiempo, subyugante, que lo transforma en un personaje más hasta cambiarlo de edad. La protagonista de La máquina de proyectar sueños metamorfosea la realidad con gran arrojo; todo son oportunidades para ella, aunque eso la haga entrar con violencia una y otra vez en esa manía que lleva a los niños a sentirse invisibles.
Ella detesta el destierro al que su madre la somete si no es para evidenciar su poder sobre ella. Adora acompañarla al laboratorio en que trabaja, cree que allí aprenderá todo lo que necesita para salir del ostracismo, para aniquilar a su insolente hermana mayor y para deshacerse de la pesada sombra de su hermana pequeña. Spzerling hace de ella una alquimista emocional y la convierte en la brillante directora de una elegía inversa.
Hay mucho dolor en este libro, pero es un dolor desprovisto de lugares comunes, adscrito a este respecto a la extravagancia más eficaz con la que yo me haya topado, un libro cuyo título ya expone la radicalidad de su contenido:
“Digamos que Dios no existe pero la Ciencia con su blancura, con su falta de clavos, su ausencia de infierno y de cielo, está cerca de la verdad”.
“El chico de la cama de al lado tiene gasas y cintas adhesivas en el pubis. ¿Qué le habrá pasado? No soy yo de esa clase de niñas que pregunta sobre lo que ve, sobre lo que le llama la atención. Al revés. Cuanto más extraño, cuanto más llama mi atención, menos palabras. Guardo mis visiones en cajas secretas que no deben ser compartidas con nadie”.
“Me encierro. ¿Por qué mis padres me traen de vacaciones a un lugar así… donde mueren niños?”.
La pequeña protagonista de Szperling vive en una prisión que late dentro de su respiración de esa forma salvaje en que late la carne destrozada bajo una gasa empapada en antibiótico. No le gusta que nadie manipule lo que la distingue de otros. No quiere que nadie, ni siquiera su madre, manipule la mirada que le otorga su locura. Impresionante es a este respecto el capítulo Electroshocks e imponente es la versatilidad dialéctica de la pequeña narradora.
Numerosísimo es también el espectro de miradas que posee. Miradas incontenibles que evolucionan como evoluciona el camino de la pólvora hacia el desastre que ocasionará. La historia que cuenta la escritora argentina no compone un círculo cerrado, sino uno concéntrico que asedia sin descanso. Como decía más arriba, fantástica es la manera en que aborda la locura adolescente. Sin ese dramatismo que invade siempre a los personajes que habitan en ella. Es admirable cómo hace evolucionar a su protagonista pese a todo, cómo atesora su revolución lenta y silenciosa, pero también enérgica y desprejuiciada. La protagonista de Spzerling es el gusano que sabe que jamás será mariposa y que no sufre por ello. Es el gusano que come oscuridad para cavar el túnel capaz de devolverle la libertad.
La máquina de proyectar sueños es un abismo en el que todos hemos estado. Una historia intemporal en la que la verdad y la fantasía van extendiéndose como lo hacen las elegantes extremidades de un gato que acaba de despertarse. Su protagonista deslumbra y nos revuelve la memoria y nos entrega muchos movimientos que pensábamos perdidos o fuera de lugar. Un flashback onírico que golpea nuestra alma con la perseverancia maternal con que golpea la profundidad la escotilla de un submarino sin supervivientes. La lista en la que el diablo pronuncia de manera aleatoria nuestro nombre. Es un espejismo que explota su condición de espejismo y sobre cuya huella emprendemos el camino hacia una madurez reivindicada por la imaginación.
La máquina de proyectar sueños te convierte en una mujer bala que no le teme a su oficio, que no teme impactar contra el tuétano de cada una de las verdades que quedan encubiertas en esa cápsula del tiempo que es la infancia y que, tras la lectura de estas páginas, no temeremos enumerar. La máquina de proyectar sueños invita a besar al demonio y a contar a qué sabe ese beso. Es un libro de una belleza no tipificada, no manida, exenta de ambiciones políticamente correctas. Es un diario de manos calientes que no teme acariciar las partes ocultas de nuestra mirada.
Imprescindible.
‘La máquina de proyectar sueños’. Cecilia Szperling. Paripé Books. 160 páginas.
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