Patricia Esteban Erlés, en defensa de los ‘monstruos’
Conversamos con la escritora aragonesa Patricia Esteban Erlés, una de las voces actuales más interesantes de la literatura fantástica en España. En ‘Ni aquí ni en ningún otro lugar’ (Páginas de Espuma), su último libro, la autora reescribe muchos de los cuentos infantiles de nuestra infancia, o los adapta. Narrados con magia, en la mejor tradición de la literatura oral, al leer estos relatos uno tiene la agradable sensación de volver a ser un niño y que le cuenten un cuento, al modo de grandes del género, como Angela Carter, uno de sus referentes. Es la primera de cuatro entrevistas que Javier Morales, nuestro experto en recomendaciones literarias a través de ‘Área de descanso’, realiza este verano a escritoras que últimamente le han removido algo, o mucho, por dentro.
Por esa capacidad que tienes para encandilar, para susurrar al oído del lector, yo te veo más como una narradora que como una escritora, por seguir la diferencia que planteaba Walter Benjamin. A ti te importan las historias de los otros para, a través de ellos, contar tu propia historia, ¿es así?
Así es. Escuchar historias, leer historias de otros es una fuente inagotable de inspiración para mí, a veces por el mero placer de sumergirte en ese mundo que construye con sus palabras quien narra en voz alta o escribe. Otras porque el relato funciona como disparador creativo, te sugiere una bifurcación del camino, un final distinto… Me gusta mucho el juego tácito que se establece entre quienes narran por primera vez un relato y las versiones posteriores que podemos ir sumando otros autores y autoras, en un filandón infinito. Es un diálogo que siempre permanece abierto, al que puedes contribuir desde la baldosa que ocupas, desde el tiempo y el lugar en los que te corresponde vivir.
Creo que ningún cuento tradicional es inocente y eso me gusta y me incita a la reescritura. En cada época han servido para imbuir una serie de valores, de tabúes, de imposiciones, a partir de una trama y unos personajes a los que me permito secuestrar para re-contar, abriendo puertas, invirtiendo esquemas, adecuándolos a nuestra realidad contemporánea. Los cuentos fueron para mí un pórtico a la literatura, el primer acercamiento a un reino en el que te puedes refugiar siempre que quieras. Me cautivaron, y siguen haciéndolo, por la belleza plástica y la imaginación desbordante con que abordan aspectos que atañen al ser humano, por la capa mágica en la que saben envolver todo lo que nos importa, temas como el amor y la muerte, por ejemplo. He descubierto que a través de ellos puedes plantear las injusticias, la problemática del mundo en que vives, tus incertidumbres, tus temores más íntimos.
Algunos de los cuentos de ‘Ni aquí ni en ningún otro lugar’ ocurren en tiempos lejanos, pero en otros te acercas a momentos más actuales. Es una manera de decir que los humanos seguiremos siéndolo en la medida en que necesitemos cuentos para vivir, ¿no?
Exacto, en la medida en que necesitemos cuentos para vivir y generemos, casi como personajes que se cuelan en la ficción, argumentos que se queden viviendo en otros, que no desaparezcan de su memoria. En el caso de Ni aquí ni en ningún otro lugar, junto con la reescritura de cuentos tradicionales que mencionaba antes, ese apropiamiento de relatos como La bella durmiente o Hansel y Gretel, he tanteado la vía de la actualización, en el sentido de que he utilizado historias reales y las he convertido en relatos en los que se adivina la sombra de un arquetipo. Por ejemplo, El ogro parte del argumento de un documental acerca de un sanguinario carcelero ucraniano del campo de concentración de Treblinka, Ivan Demjanjuk, que disfrutaba ensañándose con los prisioneros que iban a ser asesinados y los torturaba de forma absolutamente sádica minutos antes de que entraran en la cámara de gas.
Me interesó cómo ese hombre gigantesco, de aspecto parecido a sus víctimas, pero tan alejado de ellos emocionalmente como un ogro de cuento, podía remitirnos a cualquiera de los relatos en los que esa criatura antropomorfa parece condenada a tratar desde una maldad ilimitada a los indefensos. Otro de los cuentos, Neverland, proviene ni más ni menos que de una noticia de periódico en la que leí, hace años, que una madre estadounidense asesinó a sus dos hijos ahogándolos en un lago para emprender una nueva vida, una nueva relación amorosa. Esa figura de la mala madre también aparece en numerosos cuentos populares, aunque con el tiempo resulta tan cruel que se empieza a buscar una vía alternativa y entonces se utiliza la variante de la madrastra, es decir, de la mujer no unida por lazos de sangre a los niños que padecen su sadismo.
El maltrato, la infancia, la reconfiguración de algunos temas clásicos, están presentes en el libro. Uno de los que más me han gustado y que me parece absolutamente redondo es ‘El monstruo’, un alegato en defensa del diferente, del que es distinto. Qué es ser un monstruo, vienes a preguntarte. Me recordó a uno de los cuentos de Buzzati, ‘La muerte del dragón’. La primera vez que leí este cuento lloré y también lloré cuando leí ‘El monstruo’. Creo que en este y en otros cuentos se propone una manera distinta de mirar a los otros animales, a los no humanos. Los tratamos como a monstruos, cuando quizás los monstruos somos nosotros, ¿no?
Muchas gracias; me encanta saber que has llorado con ese pobre monstruo. Me intriga mucho la facilidad con la que el ser humano se fabrica monstruos en cada periodo de su historia. Al fin y al cabo, si acorralamos a un colectivo, si señalamos con el dedo a unos cuantos, los convertimos en destinatarios de nuestra ira, nuestros miedos, al tiempo que garantizamos nuestra propia seguridad, esa que da el sentirse normal, pensar que cumplimos con las características que nos mantienen a salvo de la quema. Me preocupa esa necesidad que tenemos de sentenciar a otros, de enjaularlos, de abusar de sus libertades o señalar sus peculiaridades como taras. El extranjero, el que profesa una fe o unas ideas políticas distintas, los homosexuales, los pobres, las mujeres, los animales, los seres humanos que nacen con una enfermedad o una deformidad y acabaron convertidos en fenómenos de feria…
Nuestra parada de los monstruos parece infinita. En el caso concreto de los animales que has mencionado, me horroriza la falta de empatía, cómo el ser humano se erige en dueño del mundo y deja de ver a las otras especies como criaturas vivas, sintientes, utilizando su poder para rebajarlas a la categoría de cosas, de artículos mercantiles sobre los que puede actuar con toda la crueldad y sin ningún escrúpulo, porque, so pena de distopía, los animales nunca podrán rebelarse. Ciertamente, es más monstruoso quien permite y participa en ese horror que las víctimas que lo padecen.
Suelen ubicarte dentro de la literatura fantástica y gótica. Ahora parece imponerse en el mercado la narrativa de la autoficción, un género difícil de delimitar, pero que en último término abunda en el yo. ¿Crees que a la narrativa actual le falta un poco de inventiva, de imaginación?
Creo que escribiendo o reescribiendo cuentos tradicionales podemos hablar de la realidad del mismo modo que un autor o autora que se dedique a la autoficción puede usar a menudo la inventiva, la imaginación, para reconstruir fragmentos de su propia vida. Al fin y al cabo, ese es uno de los superpoderes de la literatura: nos permite reconstruir, remodelar, matizar aquellos episodios personales que no nos convencen del todo, absolvernos de algún pecado, hiperbolizar una pequeña hazaña. Pienso que el recuerdo es un falso amigo, un espectador supuestamente fiel de los hechos que olvida o añade detalles a conveniencia. No es peyorativa esta observación. Personalmente, me encantan muchos libros en los que los autores son personajes al mismo tiempo, porque intuyo que hay mucho más de ficción que de auto, que se establece un duelo apasionante entre el sujeto real y el literario y que unas veces gana el yo que escribe, pero otras el yo escrito. Y querría apuntar que en este sentido algunos libros nos hablan de experiencias personales que parecen más bien cuentos de terror. Pienso, por ejemplo, en Tienes que mirar, de Anna Starobinets, que narra su espantoso viaje por el laberinto del sistema sanitario ruso, cuando necesitó practicarse un aborto tras conocer la noticia de que su hijo nonato padecía una enfermedad incurable. El horror que vivió esta autora, la falta de humanidad de los médicos con los que trata, tienen tintes pesadillescos, pero forman parte de un mundo en el que vivimos y suceden estas cosas.
Más de una vez has citado ‘Juego de tronos’ como una narrativa que te interesa muchísimo. La literatura fantástica es muy fértil en otros lugares pero, en España, salvo grandes excepciones (como Cristina Fernández Cubas, David Roas o tú misma), sigue siendo minoritaria, ¿no?
Creo que en los últimos años se está dando una visibilidad a este tipo de literatura que ayuda a la normalización. Vamos despacio, pero es importante destacar la presencia de estudiosos universitarios como Natalia Álvarez o el propio David Roas que han creado grupos de investigación en los que la lectura, el análisis pormenorizado de autores y autoras de lo fantástico es habitual. Estos libros llegan a las aulas, se facilita que el alumnado los entienda como parte de su formación filológica, sin despreciarlos ni arrumbarlos en las estanterías de la biblioteca.
Por otra parte, numerosas editoriales apuestan por obras del género, o al menos no las descartan a priori. Destacaría la labor de Eolas y su colección Las puertas de lo posible, coordinada por Natalia Álvarez, atenta a nuevas voces de lo fantástico y la recuperación de obras de autores y autoras como Pardo Bazán, siempre considerada epítome del realismo. También a Páginas de Espuma, que publicó Insólitas, una antología de relatos de autoras de lo no mimético a ambos lados del océano que elaboraron Teresa López-Pellisa y Ricard Ruiz Garzón. Por otro lado, Anagrama ha concedido su prestigioso premio a una novela de Mariana Enríquez, Nuestra parte de noche, lo cual parece indicar que desde los sellos editoriales se ha abierto un camino algo más ancho para que circulen las antologías de cuentos y las novelas que utilizan lo fantástico, en tantas ocasiones no para escapar de la realidad, sino para analizarla desde otro punto de vista.
Pienso que ahora la pelota está en el tejado de los lectores, porque es mucho más fácil que nunca acceder a la literatura de lo insólito. Ojalá esa accesibilidad revierta en un mayor interés de la crítica, en un aumento de lectores, de ventas, de dignificación de un género que a mí me parece realmente fascinante. En todo caso, creo que no debe preocuparnos demasiado esa consideración de la rentabilidad comercial de lo que hacemos. En mi caso concreto, veo muy difícil escribir desde otro ángulo, de otros temas distintos a los que me interesan. Simplemente procuro enamorarme siempre de lo que voy a contar sin preocuparme de aspectos externos a la propia creación.
¿Qué piensas de esta corriente que trata de reescribir los cuantos clásicos, pero desde lo políticamente correcto al considerar que eran machistas, crueles?
Creo que deberíamos dejar al margen de ciertas cazas de brujas textos que en su momento tuvieron un porqué. Los cuentos populares muchas veces actuaban como manuales preventivos, reflejan modelos de sociedades alejados de la nuestra, en cierta forma dogmatizan o imponen normas de conducta, en muchas ocasiones a las mujeres. A mí me gusta que quede atestiguado en sus líneas que las cosas eran de otra forma, porque nos indica que hemos progresado, aunque quede mucho por hacer, en tantos ámbitos. Lo políticamente correcto aplicado a esos relatos, desgraciadamente, no ayudará a las mujeres sometidas en el pasado, a las que vivieron en un mundo donde se las ataba en corto ya desde las historias que se les contaban de niñas y, desde mi punto de vista, traicionan la esencia primitiva de esas narraciones.
Defiendo la libertad creativa, la posibilidad de usar argumentos clásicos al modo de Angela Carter, feminista, gamberra, punk, en sus versiones de Caperucita o Barbazul, porque son literatura en esencia, porque despliegan una suntuosidad en el estilo y construyen a unas heroínas más acordes a nuestros tiempos, que se ponen en pie y actúan, en lugar de dejar que el lobo se las coma o el marido sanguinario las emparede. En mi opinión, desde el humor y la subversión se pueden lograr efectos más duraderos que desde ese adoctrinamiento justiciero que busca saldar cuentas desfigurando textos literarios.
Y hablando de crueldad, es uno de los ejes que recorre tu literatura. ¿Por qué nos atrae tanto el mal? Hay una frase de Coetzee que me encanta, creo que es de ‘Verano’, que dice que es más difícil construir personajes buenos que malos. ¿Qué piensas?
Creo que a mí me gustan más los malos, porque creo que reflejan una parte del ser humano que preferimos no mostrar. La maldad está ahí, siempre es una posibilidad. Evitamos ser malos, intentamos no dejarnos llevar por ella, guiados por una inteligencia práctica, por condicionantes morales, etc…, pero sabemos que nos ronda. Dejarla aflorar en literatura es liberador, pero creo, al contrario que Coetzee, que un buen malvado es complejo, difícil de armar. Se puede caer fácilmente en clichés, es fácil que se nos vaya de las manos el retrato de su crueldad, de su perversidad. A mí me encanta encontrar en lecturas malvados creíbles, seres a los que en el fondo llegas a entender, de los que quizás hasta te compadeces un poco, porque actúan guiados por una motivación que es más fuerte que ellos mismos, aunque nos parezca equivocada o aberrante.
Además de escritora, eres profesora de instituto. ¿Crees que el enfoque actual de la literatura en la enseñanza infantil y secundaria es el adecuado? ¿Cuál es tu experiencia con la lectura en el instituto?
Es un asunto complejo. Me gustaría que la escuela fuera uno de los lugares en los que se aprendiera a fomentar el gusto por la literatura, pero como docentes nos encontramos con muchos condicionantes. El volumen de contenidos que impone el currículum deja poco margen para la lectura en el aula, que a mí me parece esencial para llevar a cabo ese acercamiento a los libros por parte del alumnado. Es importante leer comprensivamente, debatir acerca de lo que se ha leído, elaborando un criterio propio, sabiendo explicar por qué nos gustan unos temas, unos personajes, unos géneros, etc., y otros no.
A través de los libros de lectura se adquiere vocabulario, se aprenden valores, conceptos relacionados con el mundo en que vivimos, se desarrollan emociones, se disfruta, se sufre… Pero ese proceso maravilloso exige tiempo, que es justo lo que solemos echar en falta. Yo rebajaría sustancialmente o enfocaría de otra forma el aprendizaje lingüístico, que creo se puede llevar a cabo a través de la lectura, del análisis profundo, reflexivo, maduro, de las obras. Mi experiencia personal ha sido muy satisfactoria en ocasiones. Con frecuencia, en los cursos superiores, propongo lecturas de cuentos, clásicos y contemporáneos, que me brindan la oportunidad de conversar con los chicos y chicas acerca de temas universales.
El cuento siempre me ha parecido una pieza didáctica utilísima, porque es un todo cerrado, independiente, autónomo en su alcance y sentido. Uso los textos como pretexto para que comprendan que desde siempre, y supongo que para los restos también, escribimos de aquello que nos preocupa, de cuestiones que nos afectan, que tocan una fibra interna y nos incitan a expresarnos, a dejar un testimonio que perdure. Me encanta llevar al aula poemas y canciones, compruebo emocionada muchas veces que lo mismo que sentía yo al leer, por ejemplo, a Lorca, lo experimentan ellos, pese a todo lo que separa a nuestra generaciones. También les animo a que escriban, les propongo modelos, los leemos y diseccionamos y luego es su turno para experimentar y adaptar esas características definitorias del ejemplo en ejercicios de creación literaria. Me gustaría que supieran que leer y escribir son dos acciones complementarias, de las que pueden llegar a disfrutar mucho si se acercan sin miedos ni prejuicios a ellas.
¿En qué andas trabajando ahora?
Voy avanzando en mi segunda novela, un libro en el que reconstruyo parte de mi infancia y adolescencia en un barrio mítico de Zaragoza, Torrero. Guardo muchas historias de ese lugar, en el que estaban asentados la cárcel y el cementerio, y que influyó mucho en mí. Reflexiono acerca del paso del tiempo, de cómo algunos entornos nos configuran como individuos, también sobre la figura de mi madre y las mujeres de su generación, de tantas vidas silenciadas, pero también dejo un espacio para la esperanza, la vida que siempre depara sorpresas y te hace pensar que merece la pena seguir y contarla.
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