Los muertos que “nunca habían estado muertos”
No todo el mundo puede o quiere abrazar a un fantasma, cuidar de él, hacerlo inmortal o inventarle una fructífera biografía a su quietud. No todo el mundo tiene la capacidad de vivir en simbiosis con él. De aventurarse a través de su garganta seca y extraer de ella un artefacto literario como el que ha construido Daisy Johnson (Reino Unido, 1990) en su segunda novela, ‘Hermanas’. Un diario de soledad que te traspasa la piel con esa precisión con que traspasó la lanza judía el cuerpo quieto de Jesucristo. Una novela que arrastra la pesada carne de un secreto, de una elipsis invertida que hace de ella una novela original y brillante. Una historia dura en la que los triángulos encierran mucha materia nociva. “Los muertos nunca habían estado muertos”.
Dos hijas y una madre emprenden una huida pese a que saben que no hallarán salida alguna. Son nómadas empujadas por un dolor irreversible, extenuante y contranatura. Supervivientes inesperadas que conocen al dedillo la filosofía de la desesperación y los ecos que provocan sus reflexiones.
“Éste es el año en que el horror adquiere un nuevo significado”.
Habitantes de una novela de estética impactante en la que la precisión de cada párrafo es vertiginosa. Las imágenes se sumergen dentro de los ojos del lector con esa facilidad con que un hipopótamo se sumerge en el río en medio de la noche para pulverizar lo planes voyeurs de un grupo de turistas que ha expoliado sus cuentas corrientes para llegar hasta él.
Hermanas es una novela ultrasensorial que mantiene en vilo al lector, que lo invade con su minuciosidad, que lo invita a entregarse a esta historia bicéfala tan equilibrada en lo literario y tan desequilibrada en lo emocional, pero a la vez tan perfecta. A esta historia en la que la imaginación es un improvisado sinónimo de la palabra resilencia.
Johnson cautiva al espectador desde la primera página, desde el primer verso de ese poema desgarrado y desgarrador con que inicia la narración. Toda una declaración de intenciones que paradójicamente acaba siendo una bellísima contradicción que nos lleva hacia un desenlace inesperado.
Ya he dicho que Hermanas es una novela valiente. Una novela en la que el abuso escolar es un detonante, y un detonador potentísimo, en el que la autora coloca el foco en la defensa a ultranza de los débiles. En la fragilidad convertida en furia. Expone como hay veces que aquel a quien no se ataca acaba siendo el animal más herido. Expone que a veces la debilidad de una madre vuelve fieras a las hijas débiles de verdad y las convierte en perversos personajes. Julio y Septiembre, las dos magníficas protagonistas de esta novela, son sin duda dos hijas puestas al servicio de la debilidad de una madre:
“Septiembre no necesitaba a nadie más. Los adultos habían olvidado lo que significa tener miedo de verdad”.
“Me pregunté qué se sentiría al ser madre de unas hijas que no te necesitaban”.
Pero Johnson no lo pone fácil, detesta la mediocridad y construye su texto incluyendo un atractivísimo desorden biográfico para sus protagonistas.Los zigzags, sin embargo, resultan fáciles de focalizar, porque esta joven autora sabe convertir el caos en un novedoso y sugestivo orden.
Hermanas es un remolino emocional que te atrapa. Un reto a caballo entre Poe y Kafka extravagante y verídico en un equilibrio poco frecuente. Con ecos de novela gótica, pero también con esa evocación tan propia del estilo de Henry James, y además con ese cruce de sombras y luz en el que sobreviven Julio y Septiembre que hechizaría al mismísimo Caravaggio.
Johnson sabe deshacer la acción después de contarla para alargar la efervescencia de la violencia que atraviesa cada página de esta hipnótica y extrañísima road novel en la que el itinerario parece haberlo trazado algún demonio de los muchos que habitan en el corazón de cualquier ser humano.
Johnson sabe y quiere hablar de esas madres a las que se les interrumpe al serlo su rol como mujeres. Y se atreve a contar cómo la maternidad las saca del mundo hasta convertirlas casi en proscritas. En enemigas de sus hijas, en fardos que ralentizan su crecimiento, que envenenan su inocencia:
“Después de la noche siempre llega el día, dice Septiembre, y me aplasta un paracetamol, mezcla el polvillo en la leche, abre una lata de melocotones y me prepara un baño”.
Que una hija deba actuar como una madre es siempre el mayor de los fracasos, un estigma que aniquila cualquier porvenir y de eso saben mucho quienes alimentan y alientan esta novela. De eso sabe mucho la brutalidad de Septiembre, su rivalidad, su persecución disfrazada de amor y protección. Septiembre es ángel, pero también verdugo. Julio es ángel, pero también verdugo, ambas son idénticas sin ni siquiera sospecharlo.
“Los días se escriben con sangre”.
Johnson huye del buenismo, de la corrección argumental; ella escribe para dinamitar lo establecido, para sostener las palabras que hay que decir, las palabras que deciden, las que inclinan la balanza, las que premian a los lectores:
“Hace mucho tiempo que se lo prometí. ¿Qué le prometí? Se lo prometí todo. Y aquí está. Aquí lo expongo. Esto es todo lo que tengo”.
Así que leed esta novela ácida y real como solo sabe serlo la más hermosa de las mentiras. Caleidoscópica como los ojos del primer amor, dura y a la vez adalid de una ternura gravosa, casi increíble. Leed esta novela de amor incondicional, de amor constante mucho más allá de la muerte, como dice el maravilloso verso de Quevedo. Leedla y os enamorareis de la vida que encierra, de la muerte que encierra, de esta novela en la que ningún alma es improvisada.
‘Hermanas’. Daisy Johnson. Periférica. Traducción de Carmen Torres García. 218 páginas.
Comentarios
Por Carlos, el 05 octubre 2022
«con la misma precisión que la lanza judía…etc». (Si hay que ser precisos, la historia entera puede que sea verdad, sin haber sucedido, y, en cualquier caso, la lanza parece que fue romana, antes que judía).
Por luci, el 10 octubre 2022
me gusta su estilo