«Ante la depresión los libros de autoayuda no sirven para nada»
Hoy es el día Mundial de la Salud Mental. Por la ocasión entrevistamos a la escritora mallorquina Almudena Sánchez (Andratx, 1985), que con su novela ‘Fármaco’ narra su depresión de una manera implacable. Un recorrido por la infancia, por la familia, por el colegio, por su entorno, por su psiquiatra. Una existencia entre desolación y muerte, pero también con destellos de luz y esperanza. El testimonio de ‘Fármaco’ nos sirve para avanzar, para caminar hacia la vida. Además, ‘Fármaco’ desprende buena literatura, una poética propia, un discurso preciso, contundente. Hablamos con la autora.
Sánchez ya había publicado La acústica de los iglús (Caballo de Troya, 2016), un libro de relatos de ficción que ya apuntaba a una gran voz. Fármaco la confirma. “Para mí La acústica de los iglús fue como redondear un poco mi vacío y Fármaco es lanzarme de cabeza hacia el vacío. En La acústica de los iglús estaba reforzada en la ficción, ya se veía que estaba un poco desestructurada, y aquí directamente se me ve cómo la cabeza no funciona. A lo mejor en la siguiente novela aparezco sin cabeza. Soy la escritora sin cabeza”, me cuenta en una cervecería mientras se ríe.
El músico francés Dominique A me decía en una entrevista, “un día que no he leído es un día que he perdido”. “Para mí es algo así. Es algo que necesito”, afirma Sánchez. “La vocación es salvadora. Realmente he contado el proceso tal y como lo he vivido cuando estaba tan cerca de la muerte. Me despertaba pensando en la muerte, no en lo que iba a desayunar o en lo que iba a hacer en el día. Me despertaba pensando en cómo me mato. Y ése era el pensamiento constante”. Suena tan duro como directo. “Estar tan cerca de la muerte me llevaba a la infancia, a indagar qué problemas he tenido para llegar a esto, a este punto. De qué sucesos o vivencias”. Y nos cuenta cómo se recomponen las piezas cuando uno está roto. “A lo mejor al año y medio de tomar la medicación sí que podía percibir un poquito más las cosas, un poquito de ganas hacia algo. Unos mínimos. Nunca la autoayuda me hubiera servido de nada. En la autoayuda todo son imposiciones: sonríe, sé feliz”.
La depresión es uno de los males del siglo. “Te devasta completamente. Yo he roto con mi identidad. Y la he tenido que reconstruir. Hemingway decía: ‘no hay vergüenza de ser un hombre roto’. Coges tus pedazos, te los pones otra vez y te haces alguien nuevo. Y tiras para adelante. El tiempo que tardes, el que necesites. En la vida no siempre puedes dirigir todo. Lo que se queda, se queda, y lo que se va, se va. Pero sobre todo dignificarte. La depresión es una enfermedad que todavía se cuestiona”. El testimonio de Sánchez aporta luz ante tal devastación.
¿Define ‘Fármaco’?
Fármaco es un libro tétrico y tenebroso, pero también va por el lado de la salvación. No me quería acercar para nada a la autoayuda. Es algo que detesto. Pero sí quería contar mi experiencia. Y Fármaco también es un elogio a la ciencia y la literatura. El título tiene esa doble vertiente que es comprar un libro que sea un fármaco, como comprar una medicina en forma de libro. Y me gusta mucho esa imagen.
Luego Fármaco es bastante fiel a la realidad, sólo he ocultado el nombre de mi psiquiatra. Es un testimonio bastante impúdico. Ya que me lanzaba, quería lanzarme bien, y contarlo bien. Si Fármaco puede ayudar una miguita dentro de la inmensa playa que es el mundo, y puede aportar un poco de experiencia sensorial y experiencia verdadera de lo que es la depresión, yo ya me doy por satisfecha.
Hablar de tus miserias es duro. Es algo que te ha acompañado y lo dices al final de la novela con el Dr. Magnus, pero también hay que tener el valor de soltar esas miserias.
Sí. Por ejemplo, a mi madre no le hace ninguna gracia. A mi padre le ha resultado muy duro. Mi padre se lo ha podido leer, mi madre no ha podido. Pero a mi padre le parecía muy duro, sobre todo el final con el coche. Pero hay que contarlo, porque la depresión es así. Hay que contar la depresión tal y como es. Sin suavizarla. He tenido otras enfermedades físicas, y nada comparable con esto que no he podido controlar. Me llevaba más la enfermedad a mí, que yo a ella. Vas arrastrada por un caballo maligno. Esa es la depresión. Y necesitaba contarlo. Creo que no estaba contada literariamente como merece.
En ‘Fármaco’ también aparecen algunos fogonazos de luz, como la literatura. Tienes que agarrarte a la vida con algo, para no caer en ese círculo que te arrastra y te anula. Pero tú por ejemplo no podías leer.
Exactamente. Yo no entendía nada de mi depresión. Cuando llegué a la consulta del Dr. Magnus, estaba devastada. No quería estar en el mundo, directamente. Llevaba arrastrando una depresión más leve hasta que llegas a un punto en el que ya no puedes más. Me cogió mi tía Antonina, estás muy mal, vas a ir a un psiquiatra directamente. Yo no entendía nada. Fue un choque entenderlo y vivirlo. No estaba nada preparada. No tenía ningún tipo de educación sobre ello. No tenía armas ni defensas ante ese problema.
La gente no quiere escuchar las miserias del otro. La gente quiere escuchar que todo va bien. Tienen miedo y pavor a eso. Cuando en el fondo también forma parte de la existencia.
Claro, porque la tristeza no está bien vista, ni bien dirigida. Y no la aceptamos. En redes sociales todo es alegría, pero si hay algo triste preferimos pasarlo. Yo me he podido curar. La ciencia está avanzando y nosotros emocionalmente no sabemos hablar de esto. No nos sentamos en una mesa y hablamos con empatía. En la política se empieza a hablar de salud mental y uno insulta a otro, otro aplaude, el otro quiere pasar a otro tema para que no haya discordia… No hay una conversación fluida en torno a esto, ni tenemos esa capacidad. En cambio, la ciencia va a otra velocidad, y nosotros moralmente nos hemos quedado atrás. Creo que es un problema que hay que evidenciar. Fármaco habla también un poco de eso.
No es una novela de autoficción, pero sí es una novela de experiencia autobiográfica. Conjuga una prosa muy concisa y concentrada. ¿Cuál era tu idea de la novela?
Cuando decidí hacer un libro sobre la depresión, sobre lo que estoy pasando, me decían: “Pero ¡cómo vas a escribir esto!”. Te vas a meter algo que es imposible de hacer. Y la verdad es que pensaba en cómo enfocar una tristeza que es un poco empalagosa para que alguien lo lea. Quería aportar frescura, que el libro fluyera, que fuese cercano al lector. Esa ha sido mi intención. Ahí la corrección me ayudó mucho. También quería lanzar un dardo a la autoayuda, porque me parece que no sirve para nada. Aquí no estoy dando consejos a nadie, sino que estoy contando una experiencia tal y como es. Si durante la depresión hubiese cogido un libro de autoayuda no me habría servido de nada.
En eso tiene mucha culpa el lenguaje. Se minimiza diciendo como si nada “estar depre”.
Se banaliza un montón. Porque da miedo. Necesitas banalizar para acercarlo a la tierra, para quitarle importancia.
Una recomendación.
El libro Bajo el signo de Marte de Fritz Zorn en Anagrama habla de una persona que tiene un cáncer, pero por culpa del entorno, de la educación, de la infancia reprimida que tuvo, del estrés y de tanto aguantar. Es un autor que señala que mucho cuidado con el día a día, con tener cuidado, con cuidarse. Es un libro muy interesante, porque es un libro muy atrevido.
El cierre.
La vida tiene momentos de pequeña luz. Nada es bello o nada es cruel absolutamente. Hay sombras y destellos en la vida. Algo que hace que pongas la balanza y decidas: me quedo aquí, me quedo en la vida.
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