El Lavapiés decadente como ensayo de la sociedad injusta que viene
En el centro de Madrid la debacle social cada vez es más notoria: hay mucho drama. Estuve fuera unos días y Liliana me lo contaba por teléfono: «Cuando vuelvas vas a flipar, cada vez hay más gente tirada por ahí, más gente ida». Vuelve Sergio C. Fanjul con su columna ‘Bocata de calamares’. “Hay mucha gente que vive en Madrid, pero directamente en Madrid, sin unas paredes y un techo que los separen de la calle. Esto sí que es vivir a la madrileña”. Y la presidenta Ayuso, “de rostro pétreo y sensibilidad inexistente”, ni se inmuta.
En un banco de la calle Atocha duerme un hombre. En otro banco duerme una mujer, tiene los pies sucios y las piernas cubiertas de pequeñas heridas. En el siguiente banco dos hombres con gorra se abren dos latas de medio litro de cerveza antes de las doce del mediodía y miran, aburridos, a la gente que pasa. Un chico con barba, sentado delante del supermercado, habla solo, como enfadado con alguien que somos incapaces de ver. «Si hemos sobrevivido a nuestros dramas, escribamos dramas que nos sobrevivan», se lee en un poster del Centro Dramático Nacional (CDN). Frente al poster, sobre el suelo empedrado, otra persona duerme, ajena al ajetreo circundante.
En el centro de Madrid la debacle social cada vez es más notoria: hay mucho drama. Estuve fuera unos días y Liliana me lo contaba por teléfono: «Cuando vuelvas vas a flipar, cada vez hay más gente tirada por ahí, más gente ida».
En efecto, cada vez hay más personas sin hogar, más gente que pide ayuda por las terrazas, más gente que bebe o que fuma en plata por las esquinas. Si lo unimos a las montañas de basura que se levantan aquí y allá, esta ciudad de convierte en el contenido perfecto para un tema de rap comprometido. Hay mucha gente que vive en Madrid, pero directamente en Madrid, sin unas paredes y un techo que los separen de la calle. Esto sí que es vivir a la madrileña. Hace unos meses el presidente Sánchez señaló la creciente desesperación que se ve en las calles de la capital. La presidenta Ayuso, de rostro pétreo y sensibilidad inexistente, dijo que la izquierda quería hacer pasar Madrid por Cuba.
Las sucesivas crisis, la revolución tecnológica, la globalización, la guerra, la merma del Estado de Bienestar acorde con el dogma económico neoliberal están generando un gran malestar que en los próximos tiempos va a aumentar. La gente de la calle es solo la punta del iceberg, lo más visible de una masa de ciudadanos que cada vez van a ser más castigados y más prescindibles: jóvenes, trabajadores precarios, migrantes, jubilados, enfermos, parados de más de 45 años que ya nunca volverán a encontrar un empleo, etcétera… «Este país le está dando la espalda a buena parte de su población», dijo Philip Alston, relator de la ONU, y eso que su visita se produjo justo antes de la pandemia.
En el centro de Madrid, el barrio de Lavapiés es noticia estos días por su estado de decadencia. Parece que aquí se ensaya la sociedad neoliberal a dos velocidades que ya existe en algunos lugares donde más se parte el bacalao en el planeta. Nueva York y San Francisco, por ejemplo. Por un lado, especulación inmobiliaria, pisos de lujo, turismo por doquier, bares chulis con cócteles realmente interesantes. Por el otro, sin solución de continuidad, la gente que duerme entre la basura, fuma un chino en un portal, la gente que se ha quedado sin nada, excepto el tiempo libre para sentarse en un banco y hablar con seres invisibles.
En Lavapiés está habiendo una batalla por el relato: algunos vecinos reclaman más presencia policial, limpieza, seguridad, cortar por lo sano. Otros, más juiciosos, quieren medidas sociales para los que sufren de verdad. Se corre el peligro de derivas aporófobas y racistas precisamente contra los más desfavorecidos, proceso que no es raro en tiempos de crisis.
Porque, cuando desde nuestros hogares con techo y con puerta, hablamos de los problemas del barrio de Lavapiés, muchas veces nos olvidamos de que los que tienen verdaderos problemas son las personas sin hogar, los chavales migrantes solitarios, las que han sido atrapadas por la droga, toda la población superflua que el sistema y las sucesivas crisis han arrojado a la calle como quien arroja una colilla a la boca de la alcantarilla. Es como si quisiéramos que alguien viniera y barriera bajo la alfombra y nos dejara el barrio limpio y reluciente para que nuestra vida pudiera seguir su curso natural.
Pero no es tan sencillo. Porque no es que el barrio de Lavapiés tenga problemas, es que hay mucha gente en Lavapiés que tiene graves problemas.
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