Jazmín Beirak: “La cultura es mucho más que un objeto de consumo”
Puedes seguir al autor, Guillermo Martínez, en Twitter, aquí: @Guille8Martinez
Jazmín Beirak quiere echar por tierra los significados que siempre han prevalecido de la cultura: ni algo que nos eleva, ni algo que únicamente se consume. En ‘Cultura ingobernable’ (Ariel), esta política, historiadora del arte, gestora cultural e investigadora en políticas culturales ahonda en la reconfiguración del término. Cultura en nuestras relaciones sociales, humanas, horizontales. Cultura en una nana y en un concierto. Cultura en una biblioteca mientras participas en un taller. Más cultura de mayor calidad es lo que pide esta autora madrileña –hija de exiliados argentinos, portavoz de Cultura en Más Madrid– para salvarnos de los retos que ya están llamando a la puerta.
Jazmín, ¿en qué piensa si le digo la palabra ‘cultura’?
A mí se me viene a la cabeza todo lo que hacemos las personas, individual o colectivamente, y que nos permite acceder al mundo, modificarlo, mediante unas herramientas muy singulares ligadas a lo simbólico, al cuerpo y la generación de comunidad, por ejemplo. Dentro de ese concepto existen muchas declinaciones y manifestaciones de la cultura, claro. Mi respuesta está mediada por lo que defiendo en el libro, que es tener una noción de cultura lo más abierta posible, sabiendo que está en permanente transformación y que, a veces, puede llegar a ser contradictoria consigo misma.
Tras leer las primeras páginas de su libro está claro que hemos olvidado algunas dimensiones de la cultura. ¿Cómo de peligroso es esto?
Yo no sé si sería peligroso la palabra, pero sí hay cierta dosis de fracaso o pérdida de potencia. La cultura es eso que hacemos todas las personas y que sirve para conectarnos. La cultura es un territorio de comunidad, porque no existe comunidad sin cultura. En realidad, la cultura permanece encerrada entre su concepto más ilustrado, ligado al siglo XIX, con una visión más elitista, relacionada con el espíritu, que nos hace adquirir conocimiento e instruirnos; pero también como objeto de consumo, que la relega a algo secundario y hace que perdonamos la potencia de vincularnos con los demás. No sé si hablaría de peligro, pero si no entendemos que la cultura es un campo estratégico para generar vínculos sociales, estaremos perdiendo la oportunidad de afrontar muchos retos que tendremos por delante.
¿Qué es lo primero que habría que hacer para que se diera una política cultural de calidad?
Habría que actuar en dos sentidos: en el conceptual y en las líneas fundamentales desde las cuales hacer política cultural. En el primer caso, es un poco lo que hemos hablado. Hay que hacer que se deje de entender la cultura como algo para especialistas o como objeto que consumimos. Yo recupero las ideas de otros autores que hablan de cultura cotidiana y cultura plebeya. Hay que dejar de sacralizar la cultura. Yo siempre pongo el mismo ejemplo. Cuando un padre o una madre cantan una nana a su hija o hijo, ahí se activa un vínculo emocional que es el mismo que cuando una persona escucha una canción de desamor por la radio o en un concierto multitudinario.
Luego está qué se hace desde las instituciones públicas, la parte política. Para eso hay que desplazar el paradigma de la política cultural, entendida ahora como una manera de materializar el mandato de acceso a la cultura mediante la provisión de servicios, como si el deber fuera ofrecer solo una programación para garantizar el acceso a ello, y eso cuanta más, mejor. Me parece que esto es un error porque la cultura la hacen las personas, no las instituciones, y porque no solo se fomenta con la oferta, también hay que intervenir en las condiciones de desigualdad. Además, existe un capital cultural que se transmite y las políticas públicas deben estar orientadas a redistribuirlo.
Usted recuerda las palabras del ministro de Cultura del Gobierno español durante la pandemia. Eso que dijo José Manuel Rodríguez Uribes: “Primero va la vida y después el cine”. ¿Qué implicaba esta afirmación?
Este tipo de afirmaciones son muy comunes y reflejan el enclaustramiento de la cultura en un sector estanco y separado del resto de asuntos vitales para nosotros. Desde luego, esa pregunta no se responde diciendo que la cultura es más importante para la vida que la salud, sino que es tan importante como la salud, tener tiempo de calidad o una renta que nos permita vivir en condiciones dignas. La cultura no son solo los objetos de consumo que usamos, sino la capacidad de expresarnos y relacionarnos con los demás, y eso es la base para ejercitar muchos otros derechos.
Ese tipo de frases, como la del ministro, revelan un síntoma de que tanto desde las derechas como las izquierdas se ha naturalizado que la cultura es algo para el consumo, y lo es, pero no solo.
La mayoría de la gente dice que la cultura es importante pero no respondería lo mismo si le preguntamos cuánto le afectaría a su vida que cerraran una biblioteca o el cine. ¿Por qué se da esa disociación cognitiva?
Por esa idea elitista de la cultura, precisamente. Pensamos que la cultura nos ilustra e instruye, que nos hace buenas personas y nos eleva moralmente, así que le damos valor a todo lo que la rodea. El caso es que la cultura funciona como valor moral, pero no como herramienta cotidiana y operativa. Así, cuando hay que elegir entre salud y cultura, la gente dice que la salud, porque es algo mucho más pegado a su vida diaria. Si pensamos que la cultura también tiene que ver con la autoestima, la generación de vínculos sociales, capacidad de expresión y muchas otras cosas imprescindibles para la vida, entonces tendríamos mayor conciencia de su valor, no solo moral, sino práctico.
Si un concierto de violín me reduce el dolor de migraña, sabré lo importante de la cultura. Si mis hijos e hijas escenifican una obra de teatro mientras aprenden, me daré cuenta de los valores que aporta esa experiencia, y si soy capaz de intervenir en el sistema penitenciario para sustituir condenas mediante participación en el ámbito cultura, sabré lo importante que es para la reinserción.
Una de las cosas que más critica en la publicación es la identificación entre cultura y ocio, ya que dice que eso refuerza la idea dañina de que la cultura es accesoria en nuestras vidas. ¿Considera que esto es resultado del capitalismo?
Esta es otra de las paradojas del capitalismo. La mercantilización de la cultura ha operado como democratización de la misma, pero precisamente esa mercantilización la ha relegado al consumo y el ocio, haciéndola algo secundario. Sí, el capitalismo ha hecho más accesible la cultura, pero la ha colocado como un objeto a consumir y no la ha rescatado desde el paradigma de que la cultura forma parte de la vida cotidiana.
También menciona la democracia cultural y la cultura de masas, conceptos que apelan a la gente de a pie. ¿Se ha perdido ya la noción ilustrada de la cultura?
En los lugares en las que existen importantes redes de bandas y orquestas y coros de música se crea un tejido social súper denso que vertebra a la comunidad. Eso ocurre en la Comunidad Valenciana, y también permite experimentar en la práctica cotidiana la democracia, porque en tanto que haces cosas con los demás, tienes que negociar y convivir con la diferencia, lo que refuerza los vínculos. Un ejemplo que pongo en el libro es lo que sucedió durante una ola de calor en la que uno de los distritos más pobres del lugar tuvo menor índice de mortalidad que otros más ricos, simplemente porque tenía infraestructuras sociales como bibliotecas a las que la gente podría ir a pasar el rato o hacer talleres, y eso hizo que en la ola de calor unas personas se preocuparan de otras y se ayudaran. Para mí la cultura es un campo fundamental para densificar el tejido social, lo que es fundamental, también, para profundizar en la democracia.
Desde su perspectiva, una política cultural de calidad debería perpetuar los rasgos de ingobernabilidad de la propia cultura. ¿No es esto algo complicado, por no decir imposible? Sobre todo si los poderes públicos deben perder parte del control de su gestión.
Es una contradicción, sí, porque pedimos que los agentes cuya esencia es la acumulación de poder, renuncien a ese poder. Y eso se materializa en las licitaciones de los centros culturales, para que una empresa no gestione todos los de una ciudad sino también puedan hacerlo asociaciones culturales. También implementas la ingobernabilidad favoreciendo formas de cogestión y espacios urbanos que permitan que las personas se apropien de ellos para bailar o jugar.
La ingobernabilidad de la cultura se ve, además, en la independencia del tejido cultura. En la Comunidad de Madrid se ha retirado una obra de Paco Bezerra de los Teatros del Canal, públicos, y ha pasado algo similar en el Festival EÑE, que recibe fondos públicos. Si son los políticos los que eligen directamente a quien dirige estas instituciones culturales, evidentemente la libertad cultural está en entredicho.
Por último, aborda la cultura como derecho que es. ¿Estamos dejando que lo privaticen sin darnos cuenta?
A mí me da la sensación de que ha sido un derecho que ha nacido privatizado, por eso no cuesta entenderlo como derecho. Si se hace una genealogía de cómo lo público se ha hecho cargo de la cultura vemos que primero la vincularon con la instrucción, eso de que nos eleva como personas, y luego, en el siglo XX, en su devenir de industria cultural, donde la función de los poderes ha sido fomentar un sector económico. Nunca se ha tratado la idea de la cultura como derecho, por eso nos cuesta tanto entender que existe.
No hay comentarios