Racismos y machismos en el Mundial de Qatar, la sorpresa marroquí y el ‘raï’

Las mujeres en Qatar carecen de algunos derechos fundamentales. Foto: ILO/Apex Image

Puedes seguir al autor, Rubén Caravaca Fernández, en Twitter aquí: @rubencaravaca

Termina hoy el Mundial de Qatar, el más polémico. Pero a nivel de noticias extra-deportivas ha dado mucho de sí. La gran sorpresa ha sido la selección de Marruecos. Y con sus goles han llegado los comentarios llenos de micro-racismos. Y de maxi-desconocimientos. Como los demostrados con otro gran símbolo del Magreb, el ‘raï’, género musical argelino, que ha sido reconocido por la Unesco, en pleno Mundial, como “patrimonio cultural inmaterial”.

A la represión, falta de derechos y los más de 7.000 fallecidos en la construcción de los estadios, hay que añadir la corrupción –representantes del Parlamento Europeo detenidos al ser comprados por el gobierno qatarí–, la implicación en negocios, entre otros, de Florentino Pérez, Iberdrola, Villar Mir, Casa Real, El Corte Inglés o Iberia, según relata Fonsi Loaiza en su último libro Qatar. Sangre, dinero y fútbol’ o la extraña muerte del periodista Grant Wahl –detenido días antes de fallecer por intentar entrar a un partido con una camiseta LGTBI–, que su hermano denuncia como asesinato y que forma parte del triste trío de periodistas fallecidos cubriendo el Mundial.

A pesar de tan triste escenario, es posible que haya sido uno de los Mundiales que más sorpresas y espectáculo ha dejado por encima de lo deportivo; los grandes eventos dejaron de serlo hace décadas. Marruecos, protagonista por lo conseguido y su significado. Sus victorias festejadas con banderas palestinas, aunque el Rey Mohamed VI estableció recientemente relaciones diplomáticas con Israel, y cánticos reivindicando la marroquinidad del Sáhara Occidental. Alegría en las calles, no solo en las del país, con una crisis económica determinante –en especial por el encarecimiento de los alimentos básicos–, unida a una vasta sequía y un panorama donde las libertades parecen ir retrocediendo.

Celebraciones del equipo de Marruecos durante el Mundial de Qatar.

Racismo con diferentes rostros

Triunfos marroquíes vividos en Europa, y entre nosotros, con bastante racismo. Campañas nazis y de extrema derecha en redes sociales llamando “a la caza del moro”. Titular de La Vanguardia: “España contra la selección de la ONU”. Comentarios en la televisión pública de Juan Carlos Rivero, locutor habitual, soltando en directo: «El objetivo de Marruecos es robar y salir corriendo». Celebraciones en plazas y calles dieron paso a comentarios reaccionarios, extremos y violentos hacia las comunidades marroquíes, árabes y africanas, mostrando un desconocimiento generalizado sobre sus realidades, llegando a tratar a los jugadores –en la fase de grupos–, casi como aficionados o de segundo y tercer nivel, cuando la mayoría juega en las Ligas más importantes de Europa, simplificando la progresión y trayectorias realizadas por cada uno de ellos. Desconocimiento tan habitual con lo que acaece en esa parte del mundo con el que compartimos fronteras.

Análisis certero de la constructora de ecosistemas Maysoun Douas: “Debería ser materia de estudio cómo esas generaciones que han desarrollado su talento en la adversidad, conociendo de cerca la historia de diáspora que ha vivido su entorno familiar, todos los sacrificios para hacer posible un sueño y que a pesar de ello generan arraigo, preferencia y predisposición, en algunos casos de forma altruista para poner su talento al servicio de sus raíces, sus orígenes por lejanos que sean”.

Por su parte, el sociólogo, urbanista, hispanista y docente en la Universidad de Fez Mustafa Akalay exponía en La Razón que esta selección “cohesiona e ilusiona”, añadiendo sobre esta diáspora marroquí en Europa: “Son hijos de marroquíes cuyos padres tuvieron que expatriarse para dignificar su vida y dieron valores a estos grandes deportistas que juegan en equipos europeos. No lo olvidemos: la emigración es positiva tanto para las sociedades de acogida como las de origen… La imagen que lo representa es el abrazo y el beso de la madre de [jugador marroquí] Achraf Hakimi a su hijo, emigrantes en España, gentes muy humildes”. Y concluye con uno de los avances menos comentados:La mujer marroquí se incorpora al espacio público de los cafés. En Fez, he visto a madres y abuelas en establecimientos a rebosar, viviendo y disfrutando con sus hijas y nietas el momento. Algo casi inédito; memorable para todos”.

Patrimonio cultural y compromiso 

En pleno Mundial, la Unesco declaró el raï, género musical argelino iniciado a principio del siglo XX en los alrededores de Orán, como “patrimonio cultural inmaterial”. ¿El resultado en los medios? Repercusión escasa, mínimas referencias cargadas de tópicos, perspectiva etnocéntrica, en la mayoría de las ocasiones asociándolo como la música más “comprometida” y/o perseguida.

Tuve la suerte de hablar durante horas, de música y fútbol, con Idir, uno de los más sobresalientes representantes de la cultura popular de Argelia. Sus conciertos estaban –nos dejó el 2 de mayo de 2020– divididos en dos partes diferenciadas: La primera, comprometida con la realidad política, muy intimista; la segunda, rítmica, incluso bailable. Escuchado con devoción por centenares de argelinos y magrebíes en Noches de Ramadán (Madrid, 2007), ondeando banderas y enseñas beréberes. “Siempre he hecho canciones comprometidas y hay que entenderlas”, comentaba. “En mi país, una buena canción vale más que mil discursos, es mucho más escuchada y valorada que el mejor discurso político. Muchos artistas argelinos tienen más poder y fuerza que los políticos”. Lo sabían bien los asesinos de Matoub Lounès: “Era muy amigo mío, estuve en su debut. Era un cantante militante. Realizamos muchos proyectos en común. Siempre fue muy crítico con el poder”.

En esas conversaciones planteé cierto conservadurismo y aburguesamiento de la música raï frente al papel reivindicativo de raperos y kabyles: “Es cierto. Si los integristas matan a un cantante raï, sale en la prensa, es noticia. Si ocurre con un músico kabyle, es distinto. Los músicos kabyles siempre hemos sido comprometidos y, por lo tanto, permanentemente amenazados. El comentario es real, la gente identifica las diferencias entre unos y otros, sabe diferenciarlos”, explicaba en términos generales, sin mencionar nombres concretos. “Cuando en la Kabylia la gente toma como suya las canciones que interpretaban músicos asesinados, piden que se les reconozca, pero que también se recuerden los motivos de su compromiso. Que se reconozca la democracia, el respeto y la identidad del pueblo bereber”. Y añadía: “Cuando hace años emigré de mi ciudad, me di cuenta de que hay otras gentes, otras culturas e influencias, hay que respetar a las minorías”.

Masculinidad omnipresente

Otro tópico es la masculinidad del género, cuando las más expuestas han sido ellas, especialmente Cheikha Rimiti, la madre del raï. Nacida en Tessala, su carrera musical se desarrolló en una Orán habitada por judíos, franceses, turcos, bereberes, españoles…, acompañada de hamdachis, jóvenes músicos. Canciones que hablan de amantes, esperas, deseos sexuales, bebidas o matrimonios de conveniencia, temas nunca tratados antes que la originaron auténticos problemas, entre otros, con los responsables del Frente de Liberación Nacional (FLN).

A pesar de ser analfabeta, compuso más de 200 canciones y sufrió la censura. Según la emisora Beur FM, dejó más de 400 casetes, 300 sencillos y 55 discos de 78 rpm, a los que habría que añadir varios LPs y CDs. ¿Por qué la prensa musical / cultural la ignora? La misma que remarca fusiones y multiculturalidades olvida que protagonizó uno de los discos más transgresores de la música popular, Sidi Mansour (1993). Grabado entre París y Los Ángeles con la participación de rockeros tan emblemáticos como Robert Fripp (King Crimson), Flea (Red Hot Chili Peppers), East Bay Ray (Dead Kennedys) o Bruce y Walter Fowler (Frank Zappa). Su primer concierto en España tuvo lugar en 1994 en la Sala Caracol en una noche inolvidable como la que protagonizó junto a Las Corraleras de Lebrija en el Teatro Central de Sevilla. Juan Goytisolo la calificaba como “producto del éxodo del campo a las ciudades, que es un estado semejante al del fado o el blues”.

No es la única excluida, hablan del raï, pero casi nunca de Cheba Fadela, Cheikha Rabia o Cheba Zahouania. Badre Belhachemi, músico marroquí residente en Canadá, comentaba en El mapa sonoro del Magreb (Guía de las músicas del Magreb, LFI Madrid, 2007): “En ese camino de consolidación del raï como género musical tuvieron mucho que ver las aportaciones de las cheikhate (mujeres cantantes de géneros musicales) con sus desprejuiciados textos de crítica política y clara intención sexual”. Y añadía algo que también suele silenciarse: “Los jóvenes argelinos encontraron en el raï la forma de expresión en la que reconocerse en la encorsetada cultura argelina”.

Asimilaciones que siempre quedan

El afrancesamiento marcó al género desde el Festival Raï de Bobigny (1985). Popularidad y asimilación por el viejo continente: “El estilo oranés se convierte en un estilo musical francés, porque se produce en Francia y es consumido por un público amplio francés”, en palabras de Daoudi y Milani, que Belhachemi reproduce. Asimilación que marca la mayoría de referencias y comentarios entre nosotros. En Argelia pierde fuelle. La tercera generación de artistas, nacidos en la diáspora, pierden significación en el Magreb; el hip-hop y la electrónica toman la alternativa, aunque suelen ser mencionados por los que miran el Magreb desde París, soslayando a Orán, Argel, Oujda o Casablanca.

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Comentarios

  • Javier

    Por Javier, el 18 diciembre 2022

    Muy interesante, muchas gracias!

  • Carla Padín

    Por Carla Padín, el 18 diciembre 2022

    Magnífico artículo. Ojalá haya más !

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