Nathalie Seseña: “Es vergonzoso excluir a los perros de caza de la nueva ley»
Si hay un autor heredero de Kafka, ese es el premio Nobel John Coetzee. El autor sudafricano no solo comparte con el checo la atmósfera de sus relatos y novelas, también su vegetarianismo. Con el trasfondo de ‘Informe para una Academia’, de Kafka, Coetzee ha hablado sobre el maltrato a los animales a través de su alter ego Elizabeth Costello, una escritora en el último tramo de su vida que habla sin pelos en la lengua. La dramaturga Lola Blasco ha adaptado con gran acierto las ‘conferencias’ de Costello en el monólogo ‘Sobre la vida de los animales’, interpretado por Nathalie Seseña, una actriz conocida por su activismo en esta causa. Hemos hablado con ella justo ahora que está en tramitación la controvertida Ley de Bienestar Animal.
Dirigida por Pepa Gamboa, la obra, que cuenta con el aval del siempre exigente John Coetzee, se representa hasta el 15 de enero en el Teatro Español, en Madrid. Durante una hora y cuarto, en una puesta en escena austera, como lo es la propia literatura de Coetzee, Seseña da vida con brillantez y autenticidad a Elizabeth Costello en una versión un poco más amable del personaje literario, pero con la misma carga de profundidad: ¿Por qué nos convertimos en cómplices del mal y miramos para otro lado? “La obra se centra en el maltrato a los animales, pero va mucho más allá”, me cuenta Nathalie Seseña en una cafetería de la madrileña plaza de Santa Ana. Ha venido con su perro, Pepe, que adoptó hace diez años y le acompaña a todas partes, incluso a los ensayos. Mientras conversamos, Pepe va y viene por la cafetería, donde se siente como Perico por su casa.
Eres conocida por tu activismo en defensa de los animales. ¿Cuándo comienza el activismo, a darte cuenta de que los animales son seres sintientes, algo que parece obvio?
El amor por los animales viene desde mi infancia. Me acuerdo de pequeña, de estar siempre fascinada por cualquier animal que apareciera en mi vida, una hormiga, un saltamontes, soñaba con tener un perro. Hasta el punto de que quería trabajar en un circo, aunque entonces no sabía lo que implica eso. Me gustaba esa mezcla de espectáculo y teatro. La conciencia se fue desarrollando más tarde. El primer impacto fue en un matadero en Calcuta, al que entré por casualidad. La estupefacción que me produjo me hizo no volver a comer carne. Fue la primera vez que veía eso en India, un país que adora a las vacas, había un respeto que no había visto en otro lugar. De eso hace casi 20 años. En ese sentido, el viaje fue definitivo, aunque entonces yo ya comía muy poca carne. Pero fue realmente a partir de Capital Animal, un encuentro del mundo de la cultura organizado por Ruth Toledano y Rafael Doctor Roncero, donde me encontré con activistas. Aquel encuentro fue para mí un descubrimiento importantísimo, porque me di cuenta de que había muchas personas como yo, del mundo de la cultura, que estaban implicadas en la misma causa. Para mí, Capital Animal supuso un antes y un después. Poder compartir tantas cosas. A partir de ahí empecé a colaborar de una manera más consciente.
¿Crees que ahora hay una mayor consciencia en torno al maltrato animal?
Desde mi pequeño mundo, creo que sí, que al menos ahora es un tema que está sobre la mesa. Hay una mayor consciencia, aunque otra cosa es que se actúe. Pero para mí ya es un avance que se pueda debatir, hablar de ello, que haya una escucha, que cada vez más personas estén dispuestas a modificar el trato hacia los animales.
Coetzee es uno de los grandes autores que pone el foco en los animales, que denuncia cómo son vulnerados sus derechos. Una posición que sigue siendo minoritaria dentro del mundo del arte y la cultura.
Al menos en mi generación, pocos eran lo que se planteaban esa cuestión. Es un tema que está muy incrustado en nuestra cultura, en nuestro aprendizaje, y que genera mucha animadversión porque estás tocando algo medular. Le estás pidiendo a la gente que cambie hábitos casi ancestrales. Pero igual que hay otras tradiciones que ahora nos parecen impensables, de aquí a algunos años nos parecerá inimaginable lo que hacemos hoy con los animales.
Elizabeth Costello es una especie de alter ego del propio Coetzee. Es una mujer mayor, tiene una edad en la que no le importa decir lo que piensa, aunque eso moleste. Es una mujer que no resulta demasiado simpática, no parece muy cariñosa. ¿Te ha costado mucho meterte en el papel?
Bueno, por un lado cuando leí el texto y conocí la obra de Coetzee y a Elizabeth Costello a un nivel íntimo, no me costó mucho entenderla. Es un personaje con el que comparto muchas cosas, uno con los que más me he identificado de mi carrera profesional. Es verdad que no es un personaje muy simpático. Es una mujer que ha vivido entregada a sus libros. Una mujer que piensa que no ha sido una buena madre. Una persona huraña. A mí me resulta difícil definir a un personaje. Los voy descubriendo. A Elizabeth Costello la estoy descubriendo cada noche. Cuando digo sus palabras entra cada vez algo más profundo, tomo más consciencia. Hay algo que me gusta mucho de ella y es su ironía. Ella toma una posición muy radical, vive en un pueblo de España, aislada, ha decidido no rendir cuentas a nadie. Pero es una libertad que tiene un precio muy alto.
¿Has tenido mucho tiempo para preparártelo?
No, la verdad. Han sido muchos meses de trabajar, de comentar, hasta que finalmente Coetzee dio los derechos. Todo esto ha hecho que haya ido todo muy justo, muy rápido. Lola Blasco tiene un conocimiento muy amplio de la obra de Coetzee. Y que él, que habla español, haya dado el visto bueno, su respaldo, es muy importante para mí, para Lola, para Pepa Gamboa, la directora. Dentro de ese tiempo hemos trabajado muy intensamente. Y seguimos haciéndolo. En el teatro ninguna función está terminada.
La hora y cuarto que dura la obra es un monólogo, estás sola frente al público, algo muy difícil. Sin embargo, logras capturar la atención desde el primer momento. ¿Cuál está siendo la reacción del público hasta el momento? ¿Tenías miedo de cómo iba a funcionar?
La verdad es que ya tuve la experiencia de un monólogo, sé lo que supone, de hecho no tenía pensado volver a repetir la experiencia. Esa dificultad existe, estar solo en el escenario no es fácil, pero me lancé de cabeza por mis convicciones, mis creencias, y creo que si se hubiera hablado de cualquier otro tema, a lo mejor no hubiera hecho el papel. Para mí ha sido fundamental que sea de Coetzee, un texto adaptado por Lola. El texto, no obstante, no solo habla de los animales, no es el único tema. La obra sobre todo genera preguntas, reflexión. Es verdad que hay gente que no quiere ir al teatro a plantearse preguntas, a reflexionar, pero creo que es necesario. Por supuesto que el entretenimiento es importante, pero también contar con un espacio donde pensar.
La obra también nos habla del mal, ¿no?, de nuestra capacidad para ejercerlo y no inmutarnos. En un momento dado, Costello compara la situación de los animales con el Holocausto.
Todos tenemos relacionado el Holocausto como uno de los momentos de mayor crueldad de la humanidad, es un peso que nos pilla muy cerca todavía. La comparación que hace Coetzee con los mataderos, hasta el punto de que dice que no habría existido el Holocausto sin la experiencia de los mataderos, pues es verdad. Hemos llegado a eso con los animales y a mí me parece un planteamiento importante, sobre todo en lo que se ha convertido hoy el mercado de la carne. En el mundo pobre, antes en España, se comía muy poca carne y había otra relación con los animales, creo que más respetuosa. Pero las granjas actuales, infernales, nos llevan a una relación terrorífica hacia los animales.
La cuestión no es solo comer animales, hay que ir más allá, ¿no?
Mucha gente se queda en eso, es verdad. Pero lo que a mí me preocupa es la falta de respeto. Las plantas vivieron millones de años sin nosotros, no nos necesitaron para nada. Nosotros no podemos vivir sin las plantas y los animales. Me parece increíble que desde este lugar no se planteara un respeto, un cuidado, aunque fuera egoísta. Un hombre solo se muere. Necesitamos a los otros para vivir. Me parece increíble cómo el hombre se ha colocado en el centro del universo y maltrate a los animales.
Si los mataderos fueran de cristal, ¿dejaríamos de comer animales como cree Costello?
Fíjate que vemos asesinatos todos los días en televisión y nos hemos acostumbrado. Es algo que me llama mucho la atención, nuestra capacidad para adaptarnos. Creo que habría mucha gente que quizás dejaría de comer animales si los mataderos fueran de cristal, pero habría otros que no lo harían. No todos tenemos la misma empatía. Hay gente que después de ver la función me ha comentado que iba a cambiar hábitos, que iba a replantearse algunas cosas. Mi intención es que la función lleve a la reflexión a la gente. No es un manifiesto. Es un texto literario que nunca fue escrito para ser teatralizado, pero que se le ha dado una forma para que sea teatral. Y dentro de esa forma, hay muchos momentos para viajar.
No puedo irme de la entrevista sin preguntarte por la ley de Bienestar Animal, que deja fuera de la protección a los perros de caza.
Qué tristeza. Es una vergüenza que se excluya de la ley precisamente a los perros más expuestos, los más maltratados y castigados. Las cosas que viven algunos perros de caza –obviamente no todos los cazadores son iguales– no se entienden. Es insólito que se quiera hacer una separación. Espero que quienes tienen que decidir reflexionen y haya una ley para todos los animales. Sería muy importante. Creo que en este sentido en España vamos con retraso respecto a Europa.
‘Sobre la vida de los animales’ se representa en el Teatro Español (Sala Margarita Xirgu) hasta el 15 de enero.
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